Hoy
día el Perú crece en forma extraordinaria y el presidente Humala goza
de una popularidad admirable porque, desde hace más de dos décadas,
varios panzones y otros no tanto, en medio de un intenso proceso
político, sin ser conscientes, terminaron por crear el contrato social
que sostiene el modelo económico liberal con el cual gobierna el actual
jefe de Estado.
Este contrato social era ya patente en 1990. Los tres líderes de las
fuerzas políticas más importantes en la contienda electoral -Alan
García, Alberto Fujimori y Mario Vargas Llosa- estaban de acuerdo con un
gran cambio sobre la base del Consenso de Washington y el programa del
ILD. Me consta personalmente.
Desde 1988, en el primer régimen de García, mi organización, el ILD,
introdujo el programa de simplificación administrativa con un paquete de
más de 600 dispositivos legales que eliminaban las sobrerregulaciones
que restringían el acceso de grandes y pequeños a la propiedad y a la
creación de empresas. Fue tan eficaz que el Banco Mundial lo aplicó
internacionalmente bajo el nombre de “Doing Business”, siempre
reconociendo su origen peruano.
Durante los tres primeros años del programa ingresaron al mercado
formal 340.000 nuevas empresas y se incorporó al proceso productivo
cerca de 2 millones de predios urbanos y rurales, se redujeron los
aranceles y se eliminaron las restricciones no arancelarias para los
insumos de los pobres, de tal manera que sin estos dispositivos el
ajuste monetario que liquidó la inflación habría sido insoportable para
las clases populares.
El empoderamiento de los informales tuvo tremendo impacto político.
Vale mencionar que varias organizaciones dirigidas por comunistas, como
la Federación de Choferes del Perú y los Comités de autodefensa de los
valles cocaleros, asumieron su personalidad empresarial. En Lima,
diversos asentamientos humanos, dominados por senderistas expulsaron a
sus líderes marxistas. Todo lo cual facilitó la pacificación y la
inversión.
Las reformas han generado diversas fuentes de ingresos adicionales
que están permitiendo elevar el nivel de gastos en bienes de consumo,
bienes intermedios y bienes de capital, factores que generan la pujante
demanda interna que sostiene el crecimiento y beneficia a la gestión del
presidente Humala.
Se suele creer que García asumió posiciones liberales durante su
segundo gobierno. Pero yo fui testigo que, en su primera administración,
cuando el mandatario aprista anunciaba las medidas propuestas por el
ILD, mencionaba incesantemente su simpatía hacia el “capitalismo
popular”. Sin embargo, después de la estatización de la banca ya nadie
le creía ni escuchaba.
El ingeniero Alberto Fujimori -ya desde 1989- había asumido el
programa de formalización y capitalización a favor de los pobres
propuesto por el ILD. Siendo candidato, el ex jefe de Estado presentó un
programa de gobierno basado en los lineamientos generales del ILD.
En “Tsunami Fujimori” (1990), libro del periodista José María “Chema”
Salcedo, el ex presidente Fujimori ratificó que ya estaba en la ruta de
“El otro sendero”.
Luego, el 30 de junio de 1990, cuando el ILD reunió al presidente
electo con el director general de FMI en Nueva York, Fujimori viró
programáticamente, retiró su oposición al “shock” y adoptó el programa
de ajuste monetario diseñado por el ILD y Carlos Rodríguez Pastor. En
una entrevista de primera plana el primero de julio en “The New York
Times”, anunció que “el Perú se reintegrará a la economía mundial”.
Pero insistió que la clave era igualar hacia arriba fortaleciendo el
derecho a la propiedad y la empresa de todos los peruanos, sobre todo,
el de los más pobres, para que puedan beneficiarse de la globalización y
formar capital. Cinco semanas después el primer ministro anunció el
paquete económico con la famosa frase “Que Dios nos ayude”.
Mario Vargas Llosa asumió, también, la fórmula del ILD: economía de
mercado sin mercantilismo y con los brazos extendidos hacia la
informalidad. Reunió a los líderes y representantes de la derecha
peruana y los obligó a aceptar su discurso libertario para reducir
cualquier resistencia de ese sector a las reformas que luego terminaría
implementando Fujimori.
Vargas Llosa como Fujimori hizo un viraje programático radical. Según
testimonio del arquitecto Miguel Cruchaga Belaunde, en el libro “La
guerra del fin de la democracia” (Jeff Daeshner, 1993), “Vargas Llosa
tenía las flores de Octavio Paz, las ramas de Camus y el tronco de
Isaiah Berlin. Pero la raíz que lo puso en contacto con la tierra
peruana fue el ILD”.
Repito, ya en 1990 el modelo económico se encarnó en García, Vargas
Llosa y Fujimori. Y sigue inamovible porque está enraizado en un
contrato social aprobado tácitamente por los peruanos que viven en las
ciudades.
Tal como los estadounidenses reconocen a los padres fundadores de su modelo económico, algún mérito tendrá que reconocerle el presidente Humala a los panzones y menos panzones que forjaron el modelo peruano.
Es posible que todavía no parezcan héroes y quizá no lo sean. A pesar
de sus debilidades y errores, sin embargo, estos tres personajes
-panzones o no- contribuyeron a crear las bases del modelo económico
administrado por el presidente Humala y que lo beneficia políticamente.
Es importante que el presidente aprecie la contribución de esos
personajes por tres razones: primero porque es hacer justicia; segundo
porque orienta a la opinión pública; y tercero porque lo alentará a
equiparase con ellos y contribuir con una reforma de fondo para avanzar
en la modernización del Perú. Y vaya que se necesita.
No debe olvidar el presidente que una tercera parte del Perú
-la que habita en la sierra y en la selva- permanece aún excluida de
los beneficios del crecimiento y de la globalización. Al Perú profundo
han llegado las grandes compañías extractivas, pero los peruanos rurales
las reciben en su calidad de informales.
Hasta ahora el Estado no los empodera dotándolos de los instrumentos
necesarios para que puedan integrarse al siglo XXI y que les permita
negociar con las empresas en igualdad de condiciones. Es esa relación
asimétrica la que cada día los aliena más.
El Estado en lugar de darles a los peruanos las herramientas legales
para integrarse como individuos y empresas autónomas al Perú moderno,
los sienta en mesas de negociación como si fuesen chilenos, sujetos de
intereses contrapuestos a los nuestros, creando espacios que no son
plenamente soberanos, como Tiwinza, y así le abre las puertas del país a
los extranjerizantes y radicales.
Nunca dudé de la vocación del presidente Humala para ayudar a los
menos favorecidos, por lo que dice, por lo que hace y por su
identificación con la causa de los más pobres. Admiro su valiente viraje
desde el etnocacerismo hasta posiciones más compatibles con un contrato
social moderno. Pero sería todavía más valiente si reconociera que, no
obstante su triunfo en las elecciones, su actual popularidad se la debe a
medidas y a ideas de otros compatriotas.
Si quiere llegar a ser un presidente histórico (digamos otro panzón),
debe usar esa valentía para guiar al Perú profundo hacia la modernidad,
otorgando a sus habitantes la propiedad y los instrumentos
empresariales necesarios para enfrentar exitosamente la globalización.
A la larga, la historia reconocerá que fueron las grandes
transformaciones lo más importante y no una administración carismática.
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