El nombramiento de Jorge Mario
Bergoglio como Obispo de Roma ha generado varios equívocos en el tema de
la Iglesia y los pobres. Mencionaré tres de ellos: El primero es pensar
que este es el único Papa que se ha preocupado por los pobres, incluso
en la era reciente. El segundo es asumir que eso convierte al Papa
Francisco en un personaje progresista, de avanzada y dispuesto a generar
las reformas necesarias para poner a la Iglesia en consonancia con el
mundo moderno. El tercero es pensar que la disyuntiva del Pontífice es
una Iglesia pobre para los pobres o una Iglesia rica para los ricos. Me
parece importante aclarar lo anterior porque los primeros gestos y
palabras del Papa Francisco han generado enormes expectativas que, mucho
me temo, quedarán frustradas. A menos que conozcamos cuáles son los
límites de la Iglesia y qué significa esta opción por los pobres.
La preocupación por los pobres es por supuesto una constante en los
evangelios. Y aunque no necesariamente hay que hacer una liga entre el
mensaje de Jesús de Nazaret y lo que luego hizo la Iglesia (Alfred
Loisy, Sacerdote condenado por el Papa Pío por ser parte del modernismo,
dijo: "Jesús anunció el Reino y lo que llegó fue la Iglesia"), lo
cierto es que el cristianismo tiene muchos ejemplos de dedicación a los
más pobres y desvalidos; desde San Martín de Tours, hasta la Madre
Calcuta, pasando por supuesto por San Francisco de Asís. La Iglesia está
llena de personajes que dedican su vida a labores absolutamente
altruistas; cuidan a leprosos, a enfermos de sida, a los más pobres, a
los encarcelados, etcétera. Es importante señalar lo anterior porque
muchos papas han tenido predilección por este tipo de personajes
(recordemos la beatificación "fast track" de la Madre Teresa de
Calcuta). Y sin embargo, ello no ha cambiado en absoluto la manera como
la Santa Sede se ha manejado internamente en tanto que monarquía
absoluta y como se ha relacionado con el mundo moderno, con los poderes
políticos y con los grupos de poder. En otras palabras, su predilección
por los pobres no ha significado un abandono de sus bases materiales que
le permiten seguir haciendo política a nivel mundial.
En segundo lugar, sería un error pensar que la especial atención que el
Papa Francisco le quiere dedicar a los pobres significa algún tipo de
reforma ideológica o doctrinal profunda dentro de la Iglesia católica.
Que la Iglesia se preocupe por los pobres no significa en absoluto que
tenga un proyecto progresista o que haya aceptado transformar su
percepción conservadora. De hecho, la mal llamada doctrina social de la
Iglesia no es más que el proyecto que la Santa Sede diseñó para competir
por las masas con el liberalismo y el socialismo. Los componentes de
este pensamiento social católico han sido ya muchas veces expuestos:
rechazo del individualismo y defensa de una noción de familia,
organicismo, sueño de la alianza del pueblo y del clero contra el mundo
moderno, corporativismo, búsqueda de una tercera vía entre el
liberalismo y el socialismo, antiindustrialismo, anticapitalismo y por
supuesto antiliberalismo. En efecto, en términos de propuesta social, el
amor a los pobres se convierte en parte de un proyecto que desconfía de
los modelos sociales surgidos de la modernidad y en particular del
liberalismo, por representar éste la expresión política de una
secularidad que resquebrajó la perspectiva integral del catolicismo. De
allí que no sean extraños los discursos contra el neoliberalismo o el
liberalismo provenientes de episcopados, por lo demás bastante
conservadores. Para muestra un botón: en 1995 los prelados de la
Tarahumara y de Guadalajara afirmaron que los obispos mexicanos
"condenaban la política de corte neoliberal que ha agudizado las
contradicciones sociales". Nada de qué asustarse. En enero de 1998 Juan
Pablo II dijo en Cuba que estaba resurgiendo "una forma de
neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona
el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado". En el
esquema social católico la idea de ganar a los pobres es central en la
recuperación de un modelo integral (político-religioso) de sociedad.
Lo que nos lleva al tercer equívoco. Lo contrario de una Iglesia pobre
para los pobres no es una Iglesia rica para los ricos. Lo verdaderamente
contrario de una Iglesia de los pobres es una Iglesia de poder,
concebida para tratar políticamente como Estado e institución global. El
vaticanista Giancarlo Zizola señalaba hace años que si la Santa Sede
quiere dejar de ser una Iglesia del poder, necesitaba eliminar toda
forma de relación y representación política: nunciaturas, pronunciaturas
y por supuesto las embajadas de otros países ante el Vaticano. En otras
palabras, si el Papa quisiera realmente convertir a la Iglesia católica
en una Iglesia para los pobres, lo primero que tendría que hacer es
eliminar todas sus formas de representación ante el poder y dedicarse a
defender sus posturas, pero no desde el poder, sino a través de su
mensaje profético y evangelizador. El juego del poder sólo termina con
negociaciones, alianzas y complicidades. Y así, la opción preferencial
por los pobres, se vuelve, en el mejor de los casos, caridad
conservadora.
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