26 marzo, 2013

Tabúes

O P I N I Ó N 
F E D E R I C O   R E Y E S   H E R O L E S 
Tabúes


Las naciones se enamoran de las palabras con gran facilidad. Con la misma facilidad alrededor de las palabras erigimos tabúes que se convierten en los barrotes de una prisión mental. Crecemos entre palabras, las adoptamos como propias, con frecuencia las amamos o las odiamos sin analizarlas. La abstracción no es un ejercicio popular. Hace años manejaba por la Ciudad de México con Peter Eigen, el fundador de Transparencia Internacional como pasajero, cuando con toda ingenuidad me preguntó, cómo le pueden poner a una calle Revolución. La revolución es un llamado a la destrucción de las instituciones, en Alemania -su país de origen- esto estaría prohibido. Traté de explicarle las implicaciones históricas del maderismo y de la revolución social, de la Constitución del 17, etc. La revolución no sólo es aceptada popularmente, sino incluso venerada.

Le mencioné que dos partidos políticos llevan en sus siglas a la Revolución. En esas estábamos cuando me preguntó, qué quiere decir Insurgentes, el nombre de la próxima gran avenida. Ahí sí me derrotó. Revolución, nacionalismo, insurgencia corren por la sangre de los mexicanos. Pero hay otros barrotes mentales que debemos destruir. Locke decía que el verdadero acto de gobierno supone la modificación de hábitos y los hábitos incluyen a las palabras que usamos. Cancelar la crítica a las palabras supone aceptar la prisión.

Los barrotes mentales se pueden quitar. Hace dos décadas la expresión libre comercio era para muchos mexicanos una gran amenaza. Aquí estamos en 2013 como uno de los principales socios comerciales de la primera potencia económica del mundo y vendiéndoles al día más de mil millones de dólares. Ese TLC ha sido uno de los mayores impulsos al desarrollo del México moderno. Hoy la gran mayoría de los mexicanos (60 por ciento, ENVUD, FEP-BANAMEX) piensa que el libre comercio es benéfico para el País. Sólo 18 por ciento piensa que es malo. Los acuerdos comerciales con la Unión Europea o con la alianza del Pacífico o muchos más, no encontraron oposición. Hace años, treinta quizá, la expresión equilibrio fiscal era vista como reaccionaria. Gastar más de lo que se ingresa sin importar las consecuencias en inflación y pérdida del poder adquisitivo era un acto de justicia. Así nos fue. Pero ya enterramos ese tabú.

Hoy enfrentamos nuevos retos. Ante la inminente e imprescindible reforma energética la palabra privatizar es una amenaza muy popular. Es increíble la irritación y furia que genera. Pero esa palabra tiene una connotación muy precisa: pasar bienes públicos a manos privadas. Sin embargo, en ninguno de los planteamientos gubernamentales, que hasta ahora son sólo bosquejos, hay una propuesta concreta que implique tal acción. Hay por eso un diálogo barroco, de sordos. Nadie ha hablado de vender Pemex, de que los mexicanos perdamos derechos sobre los hidrocarburos o algo similar y ya se responde que la privatización no pasará.

Va desde abajo, el fisco mexicano depende brutalmente, 40 por ciento, del ingreso petrolero. A Pemex se le ordeñan sus utilidades, 60 por ciento, sin consideración. Por eso la empresa está descapitalizada, sin cómo crecer e invertir más en exploración que es el área más redituable. Hay actividades como la perforación en aguas profundas en las cuales Pemex no debe ir solo. Imaginemos un accidente como el que sufrió British Petroleum en el Golfo de México, el descontrol de un solo pozo le costó a la empresa más de 200 mil millones de dólares. Queremos eso para Pemex, esa sería una deuda nacional. Por eso se requiere la asociación.

Ahogados en nuestras propias palabras somos incapaces de comunicarnos. Hay más tabúes. México tiene una de las peores distribuciones del ingreso del orbe. El índice de Gini no se mueve, quiere decir que el sistema fiscal en uso no redistribuye, no genera más justicia. Y sin embargo la expresión reforma fiscal provoca que muchos saquen las garras de entrada, ya no digamos IVA generalizado que puede ser causal de motín. Las últimas elecciones nos han mostrado que PRI, PAN o PRD pueden llegar a la Presidencia en 2018. Todos deberían querer heredar una situación fiscal más holgada y un Pemex sólido.

La competencia se dará y nada está escrito. La gran diferencia sería que la misma experiencia ocurre en un país más próspero o en el mismo. Para ese año los Estados Unidos, dada su creciente producción interna, podrían ya no ser importadores de crudo. En contraste, de no haber reforma, México, pasaría de ser exportador a importador neto. Genial. Ni los nacionalistas más acendrados ni el cardenismo auténtico quieren una empresa quebrada y un país importador.

Calentar la plaza pública con esos tabúes y fantasmas incluso antes de iniciar la discusión es un acto de traición al sentido común. Si queremos prosperidad y justicia comencemos por no invocar a los tabúes. El Pacto por México ha mostrado ser un buen instrumento para que los partidos se encuentren lejos del clientelismo que todos practican. Allí podrían comenzar por una pregunta: ¿Quién ha hablado de privatizar?

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