02 abril, 2013

Cuando el populismo estatista tergiversa y monopoliza el significado de las ideas

ANTONELLA SALOMON MARTY

A lo largo de la historia, el estatismo ha tomado por objetivo principal al desprestigio y descrédito de toda idea defensora de las libertades...
01 de Abril de 2013 A lo largo de la historia, el estatismo ha tomado por objetivo principal al desprestigio y descrédito de toda idea defensora de las libertades. A los efectos de cumplir con esa meta, el estatismo populista ha utilizado al liberalismo como una suerte de chivo expiatorio, atribuyéndole culpas sobre la totalidad Twitter, Antonella Martyde los males que surgen, irónicamente, del estado. Se genera, de esta manera, una visión del liberalismo que está lejos de ilustrar su esencia; se trata de una visión errónea que, desgraciadamente, muchos toman por cierta.
Así las cosas, al capitalismo le son endosados sinónimos tales como "crisis" o "pobreza"; el fenómeno de la globalización suele interpretarse en términos de "desigualdad" y, al liberalismo se le adjudica la etiqueta de promocionarse como desinteresado de los pobres. Pero esos atributos empleados para describir al liberalismo capitalista son, por lejos, erróneos.


Desde hace siglos, el populismo de corte estatista ha regido la vida privada de cada individuo, decidiendo -por ejemplo- sobre las maneras de administrar nuestros ingresos, de qué debemos disponer y de qué no, qué debemos escuchar y qué leer, qué contenido deben tener los programas de estudio, cómo deben orientarse las relaciones personales, cómo corresponde interpretar las ideas, entre otras tantas regulaciones descabelladas y antojadizas.
Una etiqueta que suele asociarse al liberalismo capitalista es la de pertenecer a la "derecha". Pero resulta fundamental examinar qué se oculta detrás de Cristina Kirchner y Hugo Chávez Fríasmencionaes tales como "derecha" o "izquierda", si de lo que se trata es de olvidar clasificaciones que no hacen más que encasillar a los sistemas de pensamiento. Inicialmente, habrá que decir que esta clasificación tan particular -y de la que la dirigencia política actual suele abusar- vio su alumbramiento en los parlamentos europeos, específicamente el francés. Allí, aquellos que supieron apoyar a la monarquía sentábanse a la derecha del monarca; aquellos que se oponían a la misma, tomaban ubicación hacia la izquierda.
Por el momento -poniendo en tela de juicio a este tramposo concepto-, consideremos la cantidad de gobiernos autodeclarados "socialistas" (o "de gran tamaño", lo que suele servir para describirlos con mayor propiedad). En este escenario, ¿no debería el liberalismo encasillarse en la llamada "izquierda", habida cuenta de que no comparte las políticas populistas que, por ejemplo, predominan hoy en Latinoamérica?
Los derechos "naturales" -que se corporizan en la libertad, la vida y la propiedad privada- resultan ser la base del liberalismo. Adquieren su condición de naturales en función de que existen desde mucho tiempo antes de ser creada cualquier forma de gobierno, y es a partir de esa instancia cuando el rol del estado debe ser puesto bajo lupa. Puesto que es la esencia de cualquier gobierno/estado proteger los derechos inalienables del individuo, y proporcionarle protección ante cualquier tipo de violencia que terceros puedan ejercer sobre aquéllos.
Por tanto, ¿debería arrogarse cualquier gobierno el derecho de controlar y fijar precios, expropiar propiedades en nombre del "estado" y un jamás comprobable "bien común"? ¿Debería un estado obsequiarse el derecho de regular las vidas de las personas, interponiendo trabas arbitrarias tanto en la economía como en la existencia cotidiana de cada cual? La respuesta de más de un lector ante este dilema podría ser afirmativa; en tal caso, será de utilidad elaborar sobre el "gobierno de gran tamaño".
Sobran los ejemplos: cada vez que un gobierno ha desempeñado el rol de "estado empresario", ello condujo no solo a fracasos estrepitosos, sino a sonoros derrumbes en las economías (muchas veces, comenzando en la misma empresa que el gobierno ha pretendido controlar). ¿Dónde debe rastrearse este desperfecto? Dada su naturaleza y constitución, el estado/gobierno carece de creatividad; en la mayoría de los casos, sus principios se oponen al incentivo de la producción. Aspectos ambos fundamentales a la hora de conducir a la generación de riqueza. Las firmas de capital estatal han demostrado cabalmente, a lo largo del tiempo, desconocer criterios de eficiencia y una contundente carencia en materia de innovación. Empresas del orbe estatal o gubernamental -está visto- solo demuestran su utilidad cuando el objetivo es gastar dinero que, en definitiva, es aportado por los contribuyentes.
Una de las herramientas del "gobierno de gran tamaño", cuando la meta es privar de incentivos a los individuos, es el cobro de tributos o impuestos. De tal suerte que una cada vez más considerable fracción emanada del esfuerzo de cada persona/ciudadano "debe" ser destinada -forzosa e imperativamente- al financiamiento perpetuo de un aparato estatal que, con rigor diario, ve incrementado su tamaño en forma exorbitante.
El escenario descripto remite a un esquema en donde, por la vía de la imposición de impuestos y contribuciones de alcance nacional, provincial/estatal y municipal, el individuo enfrenta su día a día con la idea de que es responsabilidad individual el entregar un aporte para "ayudar" al resto de sus conciudadanos y respaldar a ese gran Estado. Detrás del telón, subsiste aquello que no se observa a simple vista: el hecho de que esas contribuciones solo asisten al financiamiento recurrente de políticos y burócratas ineficientes dentro del estado en cualesquiera de sus formas. El salario de los citados se ve incrementado en una proporción diferente al del ciudadano promedio; a posteriori, la dirigencia aumenta el caudal de empleados públicos -solventando más ineficiencia- y aquellos impuestos deben incrementarse necesariamente, para seguir sosteniendo al sistema. Aquí reside el círculo vicioso en las economías de base estatal y en las cuales se neutraliza al esfuerzo individual y al emprendimiento privado.
Las consecuencias derivadas de la implementación de este sistema populista se vuelven comprobables en la economía: se disparan el desempleo, la inflación y el desincentivo. Surgen monopolios y se nacionalizan las industrias. Tiene lugar otro evento, nunca menor: cuando el "gobierno de gran tamaño" interviene violentamente en la actividad económica, florece –invariablemente- otro de gran enemigo de la libertad y la democracia: la corrupción rampante.
En la actualidad, gran parte de la desaceleración económica en sistemas que exhiben estados intervencionistas pueden explicarse, precisamente, desde esa intervención en todo ámbitos. Las causas -a contramano de lo que los embajadores del populismo promocionan- no tienen que ver con el capitalismo y el fenómeno de la globalización. A fin de cuentas -y mucho más allá de los enunciados vacuos de los capitostes populistas-, suele comprobarse que, allí donde existe crisis, hay un gobierno interviniendo de manera exagerada en cada aspecto de la actividad económica.
A raíz de esto, el liberalismo se opone fervientemente a cualquier forma de gobierno de dimensiones descomunales que se adjudica roles en los cuales no observa experiencia y que no hacen a su naturaleza. El liberalismo defiende el principio de sociedad libre en donde el estado comprende cuáles son sus límites, al tiempo que las instituciones funcionan para controlarlo y vigilarlo de manera extensiva y constante.
Lejos del interés ideológico y del enfoque propagandístico de los populismos, lo cierto es que los individuos no somos "iguales". Cada persona piensa por sí misma, y es única. El respeto y la tolerancia se vuelven cada vez más fundamentales, particularmente en sociedades en donde el estado/gobierno opera desde la neutralización del individuo, considerándolo apenas un engranaje dentro de una maquinaria.
Karl Popper supo expresar en su trabajo intitulado "La Sociedad Abierta y sus Enemigos" que "la tentativa de llevar el cielo a la tierra produce, como resultado invariable, el infierno". Y, efectivamente, esto es lo que los gobiernos contribuyen a construir desde los albores de la historia. Bajo las falsas premisas coincidentes con la "igualdad de oportunidades", la eliminación de la pobreza mediante su "redistribución", y en el empeño de quitarle al que "más tiene" para darle al que no produce, el resultado termina encarnando lo opuesto a lo que se buscaba establecer: más crisis, más pobreza, y menos oportunidades para todos.   
Se ha visto -en el transcurso de décadas recientes- que los gobiernos con régimen estatista han convertido en rehenes o dependientes a millones de individuos. El primer paso consiste en uniformarlos, para expropiarles la motivación de superarse a sí mismos y su meta de desarrollarse como seres humanos productivos. Ahora, más que nunca, es el momento de echar por tierra con esa dependencia: el crecimiento sólo es posible si no se está anclado a un gobierno que hace de la limosna y de la destrucción de las expectativas su modus operandi.

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