por Macario Schettino
Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y
Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y
colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
A inicios del siglo XX, China tenía un ingreso por habitante
equivalente al 43% del ingreso promedio en el mundo. Para 1913, ya en el
fin de la dinastía Qing, el ingreso había bajado al 36% del mundial. De
1950 en adelante, bajo el gobierno de Mao, el ingreso promedio de los chinos fue 20% del ingreso promedio mundial.
Los datos son de Angus Maddison, y para que usted lo
pueda imaginar mejor, en esas cifras el ingreso promedio mundial es muy
parecido al ingreso promedio de México. Con Mao, los chinos vivían con
un ingreso que era la quinta parte del que tenían los mexicanos, que ya
ve cuánto nos quejamos.
Mao llegó al poder en 1949 y rápidamente buscó el apoyo de los
soviéticos, pero casi igual de rápido se peleó con ellos. De cualquier
forma, empezó a implementar los planes económicos quinquenales,
siguiendo lo que se hacía en la URSS (y en México, por cierto). En el
plan de 1958 se decidió colectivizar por completo la agricultura, para
multiplicar su producción. A eso se le llamó el “Gran salto adelante”.
En los siguientes tres años la catástrofe fue total. Las estimaciones
del número de muertos, por hambre, se centran en los 30 millones de
personas, aunque mientras más reciente es la estimación, más grande es
el número. Para 1961 se abandonó el experimento, aunque la tensión
provocada por el fracaso del maoísmo fue creciendo.
La solución de Mao fue la Revolución Cultural, que a
partir de 1966, y hasta la muerte del Gran Timonel en 1976, destruyó
casi por completo las capacidades técnicas y educativas de China. A la
muerte de Mao, la facción de su partido que intentaba continuar el
proceso (la Banda de los cuatro, a la que pertenecía su viuda) fue
derrotada por el sucesor designado, Hua Guofeng. Sin embargo, éste
tampoco pudo mantener el control del Partido Comunista, que le fue
arrebatado por Deng Xiaoping en los últimos dos meses
de 1978. A partir de entonces, y hasta su muerte en 1997, Deng, sin ser
nunca el primer ministro chino, fue el emperador.
La llegada de Deng al poder significó un cambio de dirección en la
economía china. Es famoso el refrán tradicional de Sichuan que Deng
utilizó desde inicios de los sesenta, frente al fracaso del Gran salto
adelante: “no importa si el gato es blanco o negro, sino si caza
ratones”. Desde su llegada al poder, Deng se propone utilizar otro gato.
Casi de inmediato se inicia el proceso de apertura de China, en la
región de Guangdong, frente a Hong Kong. El primer
permiso para instalar inversión extranjera en China se otorga a fines de
enero de 1979, y la decisión de establecer cuatro zonas económicas
especiales, tres de ellas en Guangdong, ocurre meses después. Deng
entendía que esto implicaba que algunas regiones del país crecerían más
que otras, pero aceptaba el costo de una mayor desigualdad a cambio del
crecimiento.
La razón por la cual se establecen estas zonas especiales es para
experimentar sin el costo de las grandilocuentes ideas de Mao. Por otra
parte, la idea de hacerlo frente a Hong Kong era atraer a los chinos que
se habían ido de China cuando llegó el comunismo, para que invirtieran.
Y puesto que la gran mayoría de ellos había salido de Guangdong (o
Cantón, como lo conocíamos antes), por eso el esfuerzo se concentró ahí.
Lo que Deng se proponía era aprovechar el recurso más abundante que
tenía China: mano de obra, para lo que requería no sólo inversiones,
sino además todo el conocimiento técnico y administrativo que en China
no existía. Vale la pena mencionar que poco antes de este proceso hubo
una serie de viajes de estudio de altos funcionarios chinos a occidente
(1977-1978). Fue ahí donde entendieron de qué tamaño era el desfase
entre China y el resto del mundo, y en donde se consolidó la idea de
aprovechar el camino de Japón y Corea en los años previos.
El proceso de apertura de China no fue nada sencillo, aunque ahora
parezca evidente su éxito. En los primeros años hubo una disputa seria
entre el grupo de constructores, encabezado por Deng, y el grupo de
quienes veían serios riesgos en este proceso, encabezado por Chen Yun,
el segundo dirigente más importante en China después de Deng. Para 1984,
con la apertura de otras 14 ciudades a la inversión extranjera, el
conflicto entre ambas visiones fue creciendo. Terminó con la crisis de
1989, iniciada en primavera y terminada con la matanza de Tiananmen en
junio de ese año. Poco después de eso, Deng removió a Zhao Ziyang del
poder (principal soporte de Chen) y lo sustituyó con Jiang Zeming, quien gobernaría hasta 2002-2004. Lo sucedió en el poder Hu Jintao, que acaba de retirarse para entregar, por primera vez, todos los puestos casi de forma simultánea a Xi Jinping.
Un dato curioso es que el responsable de la apertura en Guangdong y la
creación de las primeras tres zonas especiales fue Xi Zhongxun, el padre
del actual líder chino.
Para inicios de los noventa, más o menos cuando nosotros firmamos el TLCAN,
China había regresado a un ingreso por habitante similar al que tenía
al inicio del siglo. Es decir, el crecimiento de China durante los años
ochenta fue apenas la recuperación de lo perdido. Pero el ritmo que
habían alcanzado, la inmensa dotación de mano de obra, y la igualmente
gran dotación de capital y conocimiento empresarial de los chinos
emigrados a Hong Kong, Taiwan, y todo el sureste asiático, le
permitieron a China sobrepasar ese nivel. En 2001, el ingreso a la OMC
convirtió a China en un competidor global serio. Entre otras cosas que
ocurrieron, nos desplazó en el mercado estadounidense, provocando la
década de estancamiento que acabamos de pasar.
El crecimiento de China no está exento de problemas. El primero, que fue
notorio desde inicios de los ochenta, es la corrupción. Ésa fue una de
las razones esgrimidas por Chen Yun en su intento de detener la apertura
de China. Más recientemente, se ha sumado el problema ambiental, que no
es sólo seria contaminación del aire en las ciudades, sino la
contaminación total del agua (y, dicen, la desaparición de miles de
ríos), el consumo excesivo de carbón, y mucho etcéteras más. Ahora
enfrentan el problema que detuvo a Japón en los ochenta y a Corea en los
noventa: el rebalance de la economía, del que le platicaré
próximamente.
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