El FMI, sin embargo, sigue ahí, operando en líneas generales como cualquier otra burocracia, es decir, oscilando habitualmente entre lo inútil y lo dañino. Es inútil en épocas de expansión crediticia y cuando emite informes que repiten los lugares comunes propagados por los gobiernos; es perjudicial cuando aconseja, y por la misma razón: porque sus consejos, como los de todos los gobiernos y todas las burocracias, estriban en subir los impuestos si hay déficit, y no bajar el gasto público si hay recesión. Esta última bobada la acaba de soltar Christine Lagarde, un prodigio de corrección política, ampliamente admirada en los medios porque no tiene nunca una mala palabra ni realiza nunca una buena acción. Suelta genialidades como: «La recuperación a tres velocidades no es saludable». Vamos, que todos debemos ir a la misma velocidad.
Pero entonces, dirá usted,
resignémonos y dejemos que se gasten nuestro dinero alegremente, como
cualquier otro engendro político y burocrático. Sin embargo,
ocasionalmente se plantea el problema de que sus autoridades pueden
desviarse del discurso oficial de algún país, y entonces se arma un
pequeño lío, como esta semana entre Lagarde y el Gobierno de España. No
por el camelo de «austeridad vs. crecimiento», difusa humareda en la que
todas las autoridades del planeta se solazan, sino porque predijo una
caída de la actividad en 2013 mayor que la anunciada por el Gobierno.
Por cierto, es posible que el Gobierno lleve razón, pero no tiene
ninguna importancia, como no la tiene el lío, que se resolvió con el
pasteleo habitual. Lo único importante es que los políticos permitan que
el sector privado se recupere y no le causen aún más daño. Que hablen y
discutan y gasten nuestro dinero, eso va de suyo. Y en el Fondo, nada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario