por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Gane quien gane, los venezolanos ya han perdido.
Algunos economistas suponen que el desbarajuste económico es lo más
grave. No lo creo. El desasosiego tal vez ha sido el peor legado del chavismo.
Han sido catorce años consecutivos de degradación institucional, social
y material. Los menores de veinte años —una buena parte del país— no
tienen otra memoria que la permanente crispación en que han vivido sus
cortas vidas.
Para ellos, el espacio público no es un territorio común libremente
segregado para armonizar los intereses contrapuestos de los ciudadanos
con arreglo a la ley, sino un campo de batalla en el que deben aplastar a
los adversarios.
Chávez degradó la práctica política estigmatizando a sus
contrincantes con diversos tipos de insulto (escuálidos, majunches,
fascistas, cualquier cosa). Jamás entendió que la cordialidad cívica y
la tolerancia son rasgos inherentes a la democracia. Venezuela es hoy es un país de enemigos. Nunca fue así.
Chávez degradó totalmente las instituciones republicanas. Las
repúblicas, que habían nacido para proteger los derechos individuales
del abuso de los gobernantes, se transformó en lo contrario.
Chávez era un déspota no-ilustrado que hablaba incesantemente como un
revolucionario feroz, mientras gobernaba a punta de corrupción y
arbitrariedades.
Hizo lo que le dio la gana. Convirtió al poder legislativo en una
mera caja de resonancia que le otorgaba sin tregua “leyes habilitantes”
para gobernar por decreto.
Degradó el poder judicial anulando cualquier vestigio de
imparcialidad. Cuando un juez se apartaba de los dictados de su
gobierno, y sentenciaba de acuerdo con la ley, como le sucedió a la juez
María Lourdes Afiuni, la condenaban a prisión, donde
sus carceleros la violaron. Pero podía ser peor: al fiscal Danilo
Anderson lo asesinaron. Lo prueba María Angélica Correa en su estupendo
libro (A ese muchacho lo van a matar).
Chávez degradó la relación económica que debe existir entre la
sociedad y el gobierno. Aplastó el ánimo emprendedor de los venezolanos.
El gobierno ya no vive del esfuerzo de los ciudadanos. Es a la inversa.
En el país, suma y compendio de todos los errores y horrores
asistencialistas-clientelistas, los ciudadanos esperan del Estado el
alivio de sus penas. El gobierno los prefiere en la fila de la sopa boba
para controlarlos mejor.
Chávez degradó la expresión de la soberanía entregándole la verdadera
dirección y orientación del país a los hermanos Castro y a su servicio
de inteligencia. Convirtió a Venezuela en una colonia cubana, a la que
le pagaba trece mil millones de dólares anuales en diversos tipos de
subsidio. Una vergüenza total.
Chávez degradó a las fuerzas armadas vinculándolas a las guerrillas
de las FARC colombianas, condonando la aparición de narcogenerales, y
armando unas fuerzas paramilitares de milicianos que pudieran ser la
semilla de la guerra civil.
Chávez degradó la seguridad —el simple derecho a
vivir de los ciudadanos—, permitiendo que las bandas de delincuentes
armados hayan convertido a Caracas y a otras ciudades del país en
auténticos mataderos: desde 1999, más de 150.000 venezolanos han sido
asesinados impunemente por los malandros, como les llaman en Venezuela a
estos violentos delincuentes.
Chávez degradó las relaciones internacionales de su país, alejándose
de la Unión Europea, de EE.UU., de Israel, verdaderas democracias
liberales en las que se respetan los derechos humanos, no se ahorca a
los homosexuales y no se lapida a las adúlteras.
Prefirió acercarse al Irán de su hermano Ahmadineyad, a la Libia de
su hermano Gadaffi, a la Bielorrusia de su hermano Aleksander
Lukashenko, a la Corea del Norte de la repugnante dinastía fundada por
Kim Il-sung. Le gustaba revolcar a los venezolanos en ese chiquero de
tiranos ensangrentados.
Va a tomar mucho tiempo restañar esas heridas. Mucho.
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