Las ciudades
son un fenómeno apasionante. Para algunos no gozan de buena fama, se les
señala como los grandes centros de violencia, de hacinamiento, de
pobreza, de contaminación. Y ello es cierto en alguna medida. Las
ciudades surgen de la migración del campo y muchas atraviesan crisis de
abasto de servicios suficientes y de calidad antes de estabilizar la
oferta y la demanda. París era un desastre a finales del Siglo 18,
hambre, falta de sanidad, de seguridad, ejemplo de lo que no se desea.
Simon Shama documentó esto en un libro clave, Ciudadanos, en el que
describe la Revolución Francesa desde los ojos del hombre común, los
precios del pan y las rentas en el cielo, los hedores y enfermedades de
una ciudad sin drenaje. Lo mismo ocurrió con Londres a mediados del 19,
basta con releer a Dickens para recordar ese infierno.
En América, en particular en Estados Unidos, las cosas no fueron muy
diferentes, el hoy codiciado Nueva York atravesó en la primera mitad del
Siglo 20 por una brutal crisis económica producto del desplome de la
industria textil. Nueva York era símbolo de inseguridad y corrupción.
Qué decir de Chicago, hoy una bellísima ciudad llena de actividad y
excelente calidad de vida, que a finales del 19 arrojaba su drenaje al
lago Michigan hasta que aquello se volvió una bomba de insalubridad.
Pero la vida da vueltas y hoy sabemos que las ciudades son, en muchos
sentidos, la mejor opción para el desarrollo: los servicios de sanidad y
salud, la oferta educativa, propician mayor bienestar y un alza
sensible en la productividad. La inversión pública rinde más en zonas
donde la población está concentrada. El transporte es más eficiente. La
dispersión es un gran enemigo del desarrollo. Pero lo más importante es
el intercambio de ideas que generaran riqueza. Ya he citado a El triunfo
de las ciudades de E. Glaeser (Taurus) que aborda estos temas.
A diferencia de lo que se pensaba en los años 70 una sociedad más
urbanizada está en posibilidades de brindar mejores oportunidades a sus
ciudadanos y también está mejor posicionada para generar riqueza. Pero
claro, Dios da el agua pero no la entuba. Las ciudades necesitan de una
masa crítica mínima, si son demasiado pequeñas no logran su propósito de
ser centro de servicios y de gestación de ideas. Necesitan una
planeación que va más allá del alineamiento de las calles. Haussmann en
París provocó una auténtica revolución en el concepto de la ciudad. La
capital de Francia se convirtió en el polo de las actividades políticas,
científicas, filosóficas de esa nación. La City de Londres o Wall
Street son referentes ineludibles de las finanzas mundiales.
México es ya un País básicamente urbano, 77.8 por ciento de la población
vive en zonas consideradas como tales según el censo del 2010. Es una
gran noticia. Ahora tenemos la posibilidad de invertir de manera más
ordenada no sólo en agua, calles y drenaje sino en los moradores para
propiciar que las nuevas ciudades se conviertan en centros de generación
de ideas y bienestar. Estados Unidos es ejemplo de búsqueda de vocación
para sus ciudades, grandes y pequeñas. Siendo muy reduccionista se
podría decir, Nueva York finanzas, pero también teatro, arte y mucho
más; Los Ángeles, espectáculo; Las Vegas, en medio del desierto, juego;
Chicago, mercado de granos, arquitectura de vanguardia, música; Tampa,
la fantasía de niños y adultos; Nashville, semillero de cantantes. La
lista es infinita. En eso México necesita hacer un esfuerzo.
En casi todas las ciudades exitosas se comparten varias vocaciones para
evitar así tragedias como la de Detroit dependiente de una sola
industria, la del automóvil. Las universidades, los centros de
investigación y los servicios médicos empujan al bienestar. Pero la
vocación de las ciudades no cae del cielo. El Estado puede hacer mucho
para impulsarlas. Cancún era un proyecto hace 40 años. Zacatecas
apareció en el mapa turístico gracias a la remodelación del Centro
Histórico y a cuatro museos. En León la industria zapatera juega un
papel determinante. Mérida, además de su gran belleza, tiene una clara
vocación para jubilados. La península es ideal para un gran aeropuerto,
un HUB. Querétaro mejora gracias su vertiente industrial, ahora
aeronáutica y a su localización. Pero también es cierto que otras
ciudades, incluso capitales de entidades, no encuentran su vocación. En
el otro extremo la Ciudad de México, que ha mejorado sensiblemente,
sufre de una saturación que la agobia.
La palabra descentralización es una gran ausente de la agenda nacional.
Ejemplos exitosos hay, quizá el INEGI en Aguascalientes el más conocido.
La disyuntiva sigue allí, en la capital hay actividades administrativas
de Pemex, CFE, Marina, Agricultura y Pesca, por mencionar sólo algunas,
cuya localización debería ser repensada. La descentralización no es una
mera medida administrativa, es una forma de repensar al País y
distribuir vocaciones, es inyectar vida para generar bienestar |
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