por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó cuando cayó en manos de
unos ladrones que lo despojaron de sus pertenencias, lo hirieron y se
fueron, dejándolo medio muerto. Un sacerdote que bajaba por aquel camino
lo vio y pasó de largo. Lo mismo hizo un levita que al verlo también
siguió su camino. Un samaritano, que venía por el mismo camino se detuvo
y se acercó a preguntarle qué había pasado. En esta historia, a
diferencia de la parábola bíblica, (Evangelio de Lucas, capítulo 10
versículos 30-35) el samaritano era pobre.
Debido a su pobreza, el samaritano no tenía un asno para trasladar al
herido a donde pudiera ser atendido. No tenía ni una muda de ropa para
entregarle ni medicinas para curarlo. Carecía de dinero para dejarlo en
una posada que lo acoja y atienda sus heridas. A diferencia de la
historia relatada por Jesucristo, la víctima falleció por la magnitud de
sus heridas.
Como dijo Margaret Thatcher: “Nadie se acordaría del buen samaritano si solo hubiera tenido buenas intenciones. También tenía dinero”.
El mundo creyó por años que podía resolver los problemas que lo
aquejaban sin tener recursos para hacerlo. Por décadas se pensó (y
muchos siguen pensando) que tener “buenas” intenciones era suficiente
para convertirlas en realidad. Allí está el primer gobierno de Alan
García. Allí estaba todo el bloque detrás del Muro de Berlín antes de su
caída. Allí estuvieron Gran Bretaña y EE.UU. antes de Thatcher y
Reagan. Allí están la Unión Europea y EE.UU. con sus crisis actuales.
Allí están Venezuela, Ecuador o Bolivia encaminándose al abismo.
La convicción de que el bienestar es posible solo porque se desea con
ganas no es en realidad una convicción. Es una quimera; un monstruo
mitológico de tres cabezas que escupe fuego y destruye nuestra
esperanza. Esa quimera es el Estado de bienestar.
Margaret Thatcher fue una cazadora de quimeras. Matar ese tipo de
monstruos no es una tarea fácil ni popular. La quimera del estado de
bienestar nace del cruce de un dragón y una sirena. Las sirenas son esos
seres que con cantos hermosos embelesan e hipnotizan a la gente y crean
la ilusión de verse hermosas y atractivas. Con ello atraen a los
incautos a sus fauces. A todos nos gusta que nos digan que podremos
vivir mejor de lo que podemos o ganar más de lo que producimos. Pero eso
es un mero espejismo. Y un espejismo muy cruel porque, como los
espejismos de oasis en medio del desierto, ofrece regalos que no se
pueden entregar y un futuro que no se puede alcanzar.
Por ello no es de extrañar que la Dama de Hierro haya
sido tan controvertida, que su partida física haya desatado reacciones
tan encontradas y que, tanto populista, socialista, izquierdista o
híbrido despotriquen con tanta vehemencia y tan poco fundamento contra
ella.
Muchas veces la verdad es dolorosa y hace que confundamos lo duro del
mensaje con el mensajero, culpándolo a este último de nuestras
desgracias. La verdadera culpa de la desilusión no es la verdad, sino la
mentira que nos contaron antes. Margaret Thatcher fue esa mensajera que
nos trajo la verdad.
Ella misma se definió. “No soy una política de consenso. Soy una
política de fuertes convicciones”. Y es que enfrentar quimeras requiere
convicción y eficacia. Como ella misma decía: “En cuanto se concede a la
mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él”. Así quedó
demostrado en Gran Bretaña con sus acciones.
Nos enseñó que el crecimiento y el desarrollo sostenible solo pueden provenir de la iniciativa privada.
Enseñó que no se puede ser generoso sin tener nada que entregar. Nos
mostró que es el individuo, y no lo social, quien realmente mueve al
mundo y hace que avance. Y nos enseñó a no caer en cantos de quimeras.
Finalmente, como ella sentenció: “El socialismo fracasa cuando se les
acaba el dinero… de los demás”.
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