03 abril, 2013

La reforma migratoria: ¿al fin?

La reforma migratoria: ¿al fin?

Por Alvaro Vargas Llosa
Esta semana (¿milagro de Pascua?) la "banda de los ocho", un grupo de senadores estadounidenses de ambos partidos decididos a sacar adelante una reforma migratoria, planteará formalmente su propuesta al Congreso.
Los últimos años han asestado un golpe demoledor a los argumentos en contra de una reforma integral. Entre ellos, que es indispensable sellar la frontera antes de proceder.
La inmigración ha caído como por un tubo: en el caso de los mexicanos, en 2011 ya salían de Estados Unidos tantos como entraban y en este momento los primeros superan a los segundos. El número de mexicanos indocumentados se redujo en casi un millón entre 2007 y 2011. El de detenciones en la frontera es el más bajo desde 1971.

¿Cuál es la causa de esto? ¿Es el aumento de la seguridad en la frontera o el mercado, o sea una menor demanda por sus servicios?
El hecho de que se duplicara entre 2000 y 2010 la cifra de patrullas fronterizas y de camas en los centros de detención sugiere que el aumento de la vigilancia, especialmente desde la Ley del Cerco Seguro del Presidente Bush en 2006, tuvo mucho que ver.  Pero en los años inmediatamente posteriores a esas medidas draconianas la población inmigrante en los diez estados con el mayor número de indocumentados aumentó en casi medio millón. El que, a partir del inicio de la recesión, la inmigración ilegal cayera en dos tercios y las solicitudes para visados que permiten trabajar en Estados Unidos se redujeran estrepitosamente indica que el mercado fue un factor clave. Pasó igual tras el estallido de la burbuja de las "puntocom" en 2000 y otras recesiones anteriores.
Una inmigración negativa significa o bien que la frontera está lo más segura posible a menos que el país se vuelva totalitario, o bien que la inmigración es mucho más sensible a las condiciones internas que al reforzamiento de la frontera y por tanto carece de sentido poner como condición para hacer la reforma que la frontera esté sellada.
A juzgar por lo que sucede con el voto republicano entre los hispanos y asiáticos, el creciente impacto electoral de los inmigrantes augura malas cosas para quienes se opongan a la reforma que será propuesta. El procentaje de votantes que son latinos no para de crecer: pasaron de 5 por ciento en 1996 y a 10 por ciento en 2012 (3 por ciento en el caso de los asiáticos). Los hispanos y los asiáticos votaron por los demócratas por un margen de 3 a 1 el año pasado.
Si persiste la percepción de que los republicanos se oponen a la inmigración, los hispanos podrían volverse un voto cautivo del Partido Demócrata, como los afroamericanos. Los adversarios de la reforma afirman que legalizar a millones de indocumentados será regalar millones de votantes a los demócratas. Sin embargo, distintos líderes republicanos obtuvieron el respaldo de un porcentaje alto de hispanos en su día, incluidos Ronald Reagan y George W. Bush; ambos captaron a más del 40 por ciento.
En cuanto a los argumentos económicos y culturales en contra de legalizar a millones de indocumentados y aceptar a otros en el futuro: han sido desacreditados por la realidad.
En lugar de arrebatar empleos a los nativos, los trabajadores extranjeros han hecho crecer el pastel económico. El economista Ben Powell estima que han añadido un mínimo de 36 mil millones de dólares a la economía estadounidense. Al igual que las mujeres y los nacidos tras la Segunda Guerra Mundial, dos añadidos masivos al marcado de Estados Unidos desde 1950, no han causado una subida del desempleo de largo plazo. Antes de la actual recesión, la tasa de paro en Arizona era de apenas 4 por ciento aun cuando uno de cada diez trabajadores era indocumentado.
Culturalmente, los inmigrantes no difieren mucho de los nativos. Profesan una religión, la proporción de personas que trabaja por cuenta propia y emprende negocios es muy similar y, a juzgar por el hecho de que la mitad de ellos vive con una esposa o esposo y un vástago, creen en la familia. Tal vez esto explique por qué el proceso de asimilación no tarda más que en anteriores olas migratorias.
Ha surgido, por fin, la oportunidad de una reforma. Ojalá que no la desperdicien porque podrían pasar muchísimos años antes de que vuelvan a darse las condiciones.

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