A muchos ha sorprendido la
relativa facilidad con la cual la reforma educativa fue aprobada.
Incluso algunos afirman convencidos que si antes no se había logrado era
simplemente por falta de voluntad o de agallas políticas. Sin embargo,
el hecho de que la reforma educativa se haya aprobado en el Congreso,
como seguramente se aprobarán otras reformas estructurales más, no
significa que las resistencias a los cambios hayan desaparecido. De
hecho, apenas comienzan.
Lo que hemos visto en las últimas semanas en las calles y carreteras de
Guerrero y Oaxaca es sólo el inicio de una resistencia de facto a las
reformas de parte de sectores de la población que se han beneficiado
ampliamente del statu quo. Y en el tema educativo no es sólo Elba Esther
y su grupo. Son miles de profesores que tienen comisiones sindicales,
que dan la mitad de las clases que deberían de dar y que cobran un
sueldo sin tener las calificaciones para ello. Desde luego, hay también
miles de profesores que asisten regularmente a las aulas y desquitan su
salario y que no tendrán problemas para aprobar las evaluaciones que se
establezcan. Pero el problema son quienes tienen privilegios inmerecidos
que sólo se explican por el régimen corporativista que crearon los
regímenes de la Revolución Mexicana en el siglo pasado. Evidentemente
ellos no tienen nada qué ganar con la reforma educativa y sí mucho que
perder. Y ése es el gran reto que enfrentan los gobiernos que quieren
cambiar el statu quo, en México y en todo el mundo: la resistencia de
los intereses creados. Bien lo decía Maquiavelo en "El Príncipe",
"Nótese bien que no hay cosa más ardua de manejar, ni que se lleve a
cabo con más peligro, ni cuyo acierto sea más dudoso que el obrar como
jefe, para dictar estatutos nuevos, pues tiene por enemigos activísimos a
cuantos sacaron provecho de los estatutos antiguos, y aun los que
puedan sacarlo de los recién establecidos, suelen defenderlos con
tibieza suma, tibieza que dimana en gran parte de la escasa confianza
que los hombres ponen en las innovaciones, por buenas que parezcan,
hasta que no hayan pasado por el tamiz de una experiencia sólida".
En este sentido, es de esperarse que los profesores de Guerrero, Oaxaca y
otros estados recurran a la movilización directa para oponerse a un
inminente cambio en las reglas del juego que han regido la educación
durante décadas. Y esta movilización no sólo va a incluir las
manifestaciones públicas que permite la Constitución sino también actos
ilegales, como bloqueos de carreteras, toma de instalaciones y
destrucción de propiedad pública o incluso privada. Frente a ello la
respuesta del gobierno no puede ser otra que la aplicación de la ley.
Con prudencia y mesura, pero la aplicación de la ley. La gran pregunta
es si la fuerza pública será suficiente y si no se corre el riesgo de
que el Estado sea rebasado por los poderes fácticos. Hasta ahora el
gobierno de Peña ha mostrado oficio político y una preocupación por
obtener la legitimidad para las reformas que no había estado presente en
gobiernos anteriores. Y ésa es la clave del éxito de la agenda
reformista: el consenso entre las fuerzas políticas y el apoyo de la
opinión pública. De eso depende el futuro de las reformas y, por ende,
del país. Y este apoyo se mantendrá si el gobierno es escrupuloso en las
formas legales. Esa es la diferencia entre la forma de hacer política
en un régimen autoritario y en una democracia. Y no es que los gobiernos
del PRI de pronto se volvieron demócratas. Es que no hay de otra si se
quiere mantener la gobernabilidad.
Los próximos meses van a ser decisivos. La agenda de reformas del
gobierno de Peña no sólo va a enfrentar la resistencia de los profesores
sino la de algunos sectores de la clase política y de la opinión
pública en el tema fiscal y, sobre todo, energético. Y es en este último
donde el gobierno y el Pacto por México van a tener su prueba de fuego.
El futuro del sexenio estará en juego con la reforma a Pemex. Si al
final se logran aprobar las reformas estructurales, incluida la
energética, el gobierno de Peña Nieto va a pasar a la historia como el
gran transformador y como el que logró que México entrara finalmente a
la modernidad. Si no, será sólo uno más de los gobiernos que quisieron
cambiar al país pero no pudieron. Veremos. Esto apenas comienza. |
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