"Resulta que eso que Platón
sugirió: hacer político a quien no quiere serlo porque su vocación es de
carácter intelectual, sí se dio entre nosotros, pero no al nivel que se
requiere para transformar la realidad"
Autodefinición.
Ya lo había dicho antes y lo volvió a repetir en una entrevista que dio
al diario El País, (2 de abril): "Yo no soy un líder político". Y esa
declaración de Javier Sicilia es creíble. Sin embargo, el poeta es el
fundador y líder indiscutible de un movimiento social, y por tanto
político: el Movimiento por la Paz y Justicia con Dignidad, (MPJD), que
surgió hace dos años y que ha forzado a Felipe Calderón primero, y a
Enrique Peña Nieto después, a dialogar en sus términos y en público en
torno los muertos y desaparecidos en la lucha entre y contra el crimen
organizado. Sicilia es la fuerza detrás de una iniciativa que, pese a la
renuencia de Calderón y a la oposición de algunos, ya se convirtió en
ley: la Ley General de Víctimas, (Diario Oficial, 9 de enero de 2013).
Sin embargo, esa ley aún no se traduce en hechos y los hechos como tales
se mantienen indiferentes a la ley. Los muertos se siguen acumulando.
El MPJD surgió no como algo planeado; fue resultado de un arranque de
dolor y furia de Sicilia tras el asesinato de su hijo Juan Francisco (24
años) el 27 de marzo de 2011, en Cuernavaca y perpetrado por el crimen
organizado. Sicilia decidió entonces marchar de Cuernavaca a la Ciudad
de México para hacer público su condena tanto al crimen organizado que
ha sembrado de asesinados al país, como a la política de un gobierno
federal que se lanzó a una "guerra contra el narco" en función de la
agenda política presidencial -remontar el déficit de legitimidad que
dejó la elección del 2006- y no de las necesidades e intereses de los
ciudadanos, lo que finalmente agravó el mal que supuestamente debería
haberse resuelto.
El MPJD fue, por tanto, criatura no de una idea concebida con antelación
sino del arranque de un padre herido en el centro de su ser -"Yo soy un
hombre que se enfrenta a las adversidades con la mayor radicalidad que
puedo y estaba muy enojado", declaro Sicilia. Sin embargo, el contexto
social donde se desarrolló esa acción individual era uno donde el enojo y
la frustración eran ampliamente compartidos. Por eso una acción
individual pronto devino en colectiva. Hubo también otro factor que
contribuyó a que surgiera el MPJD, a que un día llenara de inconformes
el zócalo de la capital mexicana, a que unas caravanas recorrieran el
país e incluso penetraran a los Estados Unidos para confrontar a los
norteamericanos con su responsabilidad en la tragedia mexicana por su
demanda de drogas y su oferta de armas sin control. Ese otro factor,
indispensable e insustituible como detonador de la energía acumulada por
una sociedad muy agraviada pero no suficiente y efectivamente
manifestada, fue el carisma de Javier Sicilia.
Carisma.
Desde la perspectiva sociológica, y siguiendo a Max Weber, el liderazgo y
autoridad carismática es aquella otorgada por los seguidores a una
persona en virtud no de su rango o posición en la sociedad, sino del
reconocimiento de sus cualidades excepcionales en medio de
circunstancias también excepcionales. Unas donde las rutinas
institucionales ya no dan respuestas adecuadas a un ambiente de
incertidumbre e insatisfacción.
Al líder carismático se le escucha, apoya y sigue por una combinación de
atractivo personal, fuerza de su mensaje y, además, por el fracaso de
las estructuras formales de autoridad.
Hasta el momento de topar con esa suprema injusticia que fue el
asesinato irracional y evitable de su hijo, Javier Sicilia no era un
hombre de acción. Su mundo era el de las letras y la reflexión, en fin,
uno desligado del juego del poder. Pero justamente por no buscar para si
ningún tipo de mando político o económico, ninguna ventaja material, y
por haber articulado un discurso eminentemente moral que sólo exigía que
se le hiciera justicia a él y a miles de personas que estaban en
circunstancias similares, es que Javier Sicilia fue visto como
absolutamente creíble por los que le empezaron a rodear, a escuchar, a
seguir y a apoyar. Finalmente, también por eso les resultó un
interlocutor inevitable a aquellos a los que Sicilia cuestionó: a las
autoridades.
La Política del Antipolítico.
Hace más de dos milenios, en el origen de la filosofía y de la teoría
política de Occidente en Grecia, Platón, (427-347 a.C.), el discípulo de
Sócrates, desarrolló una utopía que sigue siendo un punto de referencia
en relación a la vocación política.
En una Atenas llena de conflictos, Platón propuso el establecimiento de
un sistema de gobierno donde la responsabilidad del poder no quedara en
manos ni de tiranos ni de los electos por el voto ciudadano, sino de los
auténticamente mejores. Y éstos serían aquellos que tuvieran el
conocimiento de la verdadera esencia de las cosas, es decir, de los
dedicados al estudio: los sabios. Se trataba del "rey filósofo."
El problema es que el hombre dedicado a la búsqueda del conocimiento, el
capaz de conocer la verdad y el auténtico orden de la naturaleza y, por
tanto, de conocer y actuar con justicia en temas económicos, sociales y
políticos, no estaría dispuesto a dejar su gran empresa o aventura de
vivir la esencia de lo verdaderamente humano -la búsqueda y adquisición
del conocimiento- por el mundo del poder. En el mundo imperfecto, el
político busca y lucha por los honores y el placer que dan el disfrute
del mando, pero la máxima satisfacción de la naturaleza humana es
alcanzar la sabiduría y ya no abandonar "el mundo del saber". Por ello,
había que obligar al sabio a ser rey, aunque en ello él no encontrara su
verdadera vocación ni gozo.
Platón y Sicilia.
El esquema político y filosófico de Platón es mucho más complejo que lo
aquí presentado y, por cierto, al griego no le gustaban los poetas como
Sicilia, pues los encontraba subversivos. Sin embargo, lo relevante es
que, en el sistema ideal -utópico- concebido por el fundador de la
Academia, quien busca con obstinación el poder no debería tenerlo y
quien sí sería digno de tenerlo, no lo debería buscar. Pero hete aquí,
que por una conjunción de circunstancias centradas en una tragedia, en
México y por un momento tenemos a alguien que en contra de su voluntad
debió de asumir el papel de político y por ello logró una autoridad
moral y real, genuinas. Así, un pedazo de la utopía de Platón dejó de
serlo y encarnó en Sicilia y el MPJD. Desafortunadamente, ese político y
política tienen límites muy claros en la realidad anti utópica, brutal,
que es México.
Los Límites.
El MPJD ha puesto en claro lo banal -y venal- de la política ideada y
desarrollada por Calderón y sus aliados externos -los de la Iniciativa
Mérida- en la lucha contra el narcotráfico. La legitimidad de esa
política ya se vino abajo, pero la serie de factores que dieron vida y
mantienen al narcotráfico, no se han modificado. El empeño de Javier
Sicilia ha obligado a la nueva administración a cambiar el discurso y,
parcialmente, sus prioridades, pero el sistema que generó el mal, la
gran tragedia, sigue intacto. Para acabar con él, se requiere de un
esfuerzo mucho mayor. Uno donde, sin negarle lugar a la utopía, se
juegue con las reglas del realismo y se cuestione y combata no una
política en particular sino a la naturaleza misma del sistema vigente.
Esa es la gran tarea.
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