01 abril, 2013

Peña Nieto, ni tanto que queme al santo

O P I N I Ó N 
J O R G E   Z E P E D A   P A T T E R S O N 
Peña Nieto, ni tanto que queme al santo


Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. ¿Es Enrique Peña Nieto el nuevo líder reformador capaz de poner en movimiento al País, impulsar la democracia y doblar la tasa de crecimiento de la economía nacional, como dicen muchos? ¿O simplemente es el político frívolo y de cara bonita fabricado por la maquinaria priista y las élites para imponer el regreso del presidencialismo a base de golpes mediáticos y demagógicos, como aseguran sus críticos?

Mi impresión es, como dirían los clásicos, que ni uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Me parece que el gobierno de Peña Nieto ya ha dado suficientes muestras de que no será un mero títere de los poderes factuales, ni se tirará a la fiesta como muchos suponían. En cuatro meses ha generado media docenas de propuestas ambiciosas, algunas inesperadas, además del contundente y aplaudido encarcelamiento de Elba Esther Gordillo, lideresa del magisterio.

Tales medidas revelan no sólo oficio político, sino también una estrategia muchos más sofisticada de lo que podría desprenderse de la lectura de su desempeño como Gobernador del Estado de México. Peña Nieto no se caracterizó por sus propuestas democráticas, por su devoción por los derechos humanos o por su interés en las prácticas de rendición de cuentas cuando gobernó en su entidad natal. Tampoco se inclinó por una reforma importante del sistema de justicia local o el combate a la corrupción. El Estado de México no fue un "laboratorio" de lo que ahora este equipo está intentando en el País.

Pero eso no quiere decir que las medidas anunciadas sean falsas o un mero maquillaje. Lo que sí revela su paso por el Estado de México es la extraordinaria eficiencia mostrada por este equipo para alcanzar sus objetivos. Esto es, convertir la gubernatura en una plataforma invencible para conquistar la candidatura priista y, posteriormente, la Presidencia.

El balance sobre los seis años de gobierno de Enrique Peña Nieto en el Estado de México no sirven para comprender el contenido ideológico o la verdadera agenda del ahora Presidente. Y no sirven porque no tiene per se ni lo uno ni lo otro. Pero son sumamente reveladores de la extraordinaria capacidad de Peña Nieto y su equipo para lograr lo que se proponen.

Del hecho que el candidato se haya convertido en casi un producto de Televisa durante más de dos años como precandidato no debe concluirse que será un títere del consorcio al llegar a la Presidencia. La interpretación es otra: si actuó con Televisa como mejor convino a sus intereses de precandidato, volverá a hacerlo como Presidente. Salvo que lo que más le conviene como huésped de Los Pinos es muy diferente de lo necesitaba como candidato.

Hoy en día muchos de los poderes fácticos, incluyendo a Televisa, son rivales para la Presidencia. Mientras no amplíe su margen de maniobra frente a gobernadores, monopolios, líderes sindicales o crimen organizado el PRI no tendrá la legitimidad que necesita para asegurar su permanencia en el poder. Como Gobernador del Edomex su objetivo era llegar a Los Pinos y actuó en consecuencia. Como Presidente, sus objetivos son distintos (credibilidad y popularidad para permanecer en el poder durante varios sexenios), y para ello necesita una agenda sensible a los intereses de la opinión pública y un mayor margen de maniobra frente a los poderes que le rivalizan el control de México.

Tales fines y los objetivos para alcanzarlos pueden coincidir con cualquiera de las dos preguntas de arranque. Sólo el tiempo dirá cuál de las dos perspectivas se impone. Mientras tanto me parece que resulta absurdo descalificar a Peña Nieto simplemente por su pasado o criticar sus medidas como meras acciones de maquillaje porque proceden del PRI. Pero tampoco echaría las campanas al vuelo para festejar las propuestas como una respuesta a los verdaderos problemas del País y mucho menos como una muestra de la envergadura de Peña Nieto como un jefe de Estado.

Hasta ahora el nuevo gobierno ha sorprendido por su capacidad para imponer la agenda en la conversación pública gracias a una serie de anuncios que responde a una lectura adecuada a las expectativas de la comunidad. Eso por sí mismo no es síntoma de una voluntad democrática, pero tampoco de una operación de manipulación vacía. Revela, simplemente el oficio para gobernar del equipo que llegó a la Presidencia. Esto obliga a hacer una interpretación que trascienda el maniqueísmo que se limita a satanizar a Peña Nieto o, su contrario, a elogiarlo reverencialmente. Si la estrategia del nuevo gobierno es sofisticada, también tendrán que serlo los intentos para interpretarla. Esto apenas comienza.

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