Ni tanto que queme al santo ni
tanto que no lo alumbre. ¿Es Enrique Peña Nieto el nuevo líder
reformador capaz de poner en movimiento al País, impulsar la democracia y
doblar la tasa de crecimiento de la economía nacional, como dicen
muchos? ¿O simplemente es el político frívolo y de cara bonita fabricado
por la maquinaria priista y las élites para imponer el regreso del
presidencialismo a base de golpes mediáticos y demagógicos, como
aseguran sus críticos?
Mi impresión es, como dirían los clásicos, que ni uno ni lo otro, sino
todo lo contrario. Me parece que el gobierno de Peña Nieto ya ha dado
suficientes muestras de que no será un mero títere de los poderes
factuales, ni se tirará a la fiesta como muchos suponían. En cuatro
meses ha generado media docenas de propuestas ambiciosas, algunas
inesperadas, además del contundente y aplaudido encarcelamiento de Elba
Esther Gordillo, lideresa del magisterio.
Tales medidas revelan no sólo oficio político, sino también una
estrategia muchos más sofisticada de lo que podría desprenderse de la
lectura de su desempeño como Gobernador del Estado de México. Peña Nieto
no se caracterizó por sus propuestas democráticas, por su devoción por
los derechos humanos o por su interés en las prácticas de rendición de
cuentas cuando gobernó en su entidad natal. Tampoco se inclinó por una
reforma importante del sistema de justicia local o el combate a la
corrupción. El Estado de México no fue un "laboratorio" de lo que ahora
este equipo está intentando en el País.
Pero eso no quiere decir que las medidas anunciadas sean falsas o un
mero maquillaje. Lo que sí revela su paso por el Estado de México es la
extraordinaria eficiencia mostrada por este equipo para alcanzar sus
objetivos. Esto es, convertir la gubernatura en una plataforma
invencible para conquistar la candidatura priista y, posteriormente, la
Presidencia.
El balance sobre los seis años de gobierno de Enrique Peña Nieto en el
Estado de México no sirven para comprender el contenido ideológico o la
verdadera agenda del ahora Presidente. Y no sirven porque no tiene per
se ni lo uno ni lo otro. Pero son sumamente reveladores de la
extraordinaria capacidad de Peña Nieto y su equipo para lograr lo que se
proponen.
Del hecho que el candidato se haya convertido en casi un producto de
Televisa durante más de dos años como precandidato no debe concluirse
que será un títere del consorcio al llegar a la Presidencia. La
interpretación es otra: si actuó con Televisa como mejor convino a sus
intereses de precandidato, volverá a hacerlo como Presidente. Salvo que
lo que más le conviene como huésped de Los Pinos es muy diferente de lo
necesitaba como candidato.
Hoy en día muchos de los poderes fácticos, incluyendo a Televisa, son
rivales para la Presidencia. Mientras no amplíe su margen de maniobra
frente a gobernadores, monopolios, líderes sindicales o crimen
organizado el PRI no tendrá la legitimidad que necesita para asegurar su
permanencia en el poder. Como Gobernador del Edomex su objetivo era
llegar a Los Pinos y actuó en consecuencia. Como Presidente, sus
objetivos son distintos (credibilidad y popularidad para permanecer en
el poder durante varios sexenios), y para ello necesita una agenda
sensible a los intereses de la opinión pública y un mayor margen de
maniobra frente a los poderes que le rivalizan el control de México.
Tales fines y los objetivos para alcanzarlos pueden coincidir con
cualquiera de las dos preguntas de arranque. Sólo el tiempo dirá cuál de
las dos perspectivas se impone. Mientras tanto me parece que resulta
absurdo descalificar a Peña Nieto simplemente por su pasado o criticar
sus medidas como meras acciones de maquillaje porque proceden del PRI.
Pero tampoco echaría las campanas al vuelo para festejar las propuestas
como una respuesta a los verdaderos problemas del País y mucho menos
como una muestra de la envergadura de Peña Nieto como un jefe de Estado.
Hasta ahora el nuevo gobierno ha sorprendido por su capacidad para
imponer la agenda en la conversación pública gracias a una serie de
anuncios que responde a una lectura adecuada a las expectativas de la
comunidad. Eso por sí mismo no es síntoma de una voluntad democrática,
pero tampoco de una operación de manipulación vacía. Revela, simplemente
el oficio para gobernar del equipo que llegó a la Presidencia. Esto
obliga a hacer una interpretación que trascienda el maniqueísmo que se
limita a satanizar a Peña Nieto o, su contrario, a elogiarlo
reverencialmente. Si la estrategia del nuevo gobierno es sofisticada,
también tendrán que serlo los intentos para interpretarla. Esto apenas
comienza.
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