El Secretario de Relaciones
Exteriores, José Antonio Meade, estuvo hace 15 días en Washington para
definir la agenda del próximo encuentro de los presidentes Enrique Peña
Nieto y Barack Obama, y le dijo a The Washington Post que la nueva
estrategia contra el narcotráfico es combatir sus causas, no a los
cárteles. Meade habló del énfasis en la prevención, la educación y el
empleo, pero el Post, que elogió las reformas peñistas, recordó que
dentro del gobierno de Estados Unidos hay preocupación que México se
esté alejando de la guerra contra las drogas.
El Post fue generoso en la caracterización de lo que sucede en
Washington, donde hay algo más que preocupación por lo que ven de la
lucha contra las drogas en México. La nueva estrategia soslaya el
problema de que los criminales se siguen matando como antes, y que lejos
de reducir la inseguridad al no combatirlos, los ayuda en la evolución
que viven desde hace casi una década, al transitar de organizaciones de
narcotraficantes, a organizaciones criminales trasnacionales.
No parece coincidencia que Obama vaya a Costa Rica en el mismo viaje.
Desde hace tres años, Estados Unidos presionó a México para que se
hiciera cargo de la lucha contra los cárteles en Centroamérica, con la
misma estrategia aplicada aquí desde 2006: aniquilarlos, fragmentarlos y
convertirlos en pandillas. Estados Unidos quería que la Secretaría de
Seguridad Pública, asesorara, entrenara y construyera un sistema de
inteligencia para hacerles la guerra frontal.
Centroamérica está inundada de cocaína sudamericana que llega por
Panamá. Pero el negocio no lo tienen los colombianos, sino los
mexicanos, que lo dominan en todo Centro y Norteamérica, particularmente
el Cártel del Pacífico, que incursionó en ese mercado centroamericano
en los 90, y Los Zetas, que le han quitado parte de su negocio en
Guatemala, El Salvador y Honduras, donde están aliados con Los Maras.
La preocupación en Washington es que las frágiles democracias
centroamericanas están retrocediendo ante la incapacidad de sus
gobiernos para enfrentar a los cárteles, y tampoco disponen de los
recursos humanos y financieros de los 80, cuando disputaron ahí la
última de las grandes batallas de la Guerra Fría. Voltear a México es su
solución, y durante largo tiempo discutieron en el gabinete la
procuradora Marisela Morales, y la canciller Patricia Espinosa, que
apoyaban la petición, con el Secretario de Seguridad Pública, Genaro
García Luna, que se oponía. En la indefinición del Presidente Felipe
Calderón, se acabó el sexenio.
La visión del gobierno de Peña Nieto ante muchos ojos estadounidenses,
es equivocada. El problema de la violencia criminal no comenzó con el
gobierno de Calderón, como tantos en México, incluido el gobierno
actual, lo piensan. Inició en 1996, cuando los cárteles colombianos
cambiaron el pago de efectivo a especie a los mexicanos para que
trasladaran su cocaína a Estados Unidos, lo que detonó una competencia
por rutas y mercados internos, que empezó la lucha sangrienta por las
plazas.
Al gobierno de Ernesto Zedillo le tocó la gran pelea de los cárteles por
Tijuana, y al de Vicente Fox la de Nuevo Laredo, que contaminó al resto
del País cuando se extraditó al jefe del Cártel del Golfo, Osiel
Cárdenas; nació La Familia Michoacana y se independizaron Los Zetas. La
estrategia de Calderón terminó de romper los cárteles, que rehicieron
sus alianzas. Si se ve la línea de tiempo, son casi 17 años de
transformación constante de los cárteles en cuanto a su expansión
territorial, multiplicidad de delitos y transnacionalización.
La ideologización de la guerra contra el narcotráfico ha impedido ver
con claridad la estrategia, qué buscaba y en qué falló. Se entiende que
la opinión pública caiga en clichés sobre el fenómeno, incluso que los
medios, inmersos en pasiones partidistas, incurran en los mismos
errores. Lo que es inaceptable es que el nuevo gobierno sea presa del
mismo diagnóstico. En poco más de 100 días ya han tenido varias llamadas
de atención sobre lo que piensan de ellos en Washington, y a juzgar por
los resultados, ni siquiera se han percatado. Obama, no hay que
descartarlo, se lo puede venir a recordar a Peña Nieto.
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