por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Yoani Sánchez visita Miami. Es la escala más difícil
de su largo periplo. En todas partes, como los toreros consagrados tras
una buena faena, ha salido en hombros de la multitud. En Florida
también triunfará, pero le costará un poco más de trabajo.
Me da la impresión de que la inmensa mayoría de los cubanos la quiere
y respeta —estoy entre esos admiradores—, pero no faltan los que la
adversan por distintas razones, con frecuencia totalmente irracionales.
Yoani ha dado docenas de charlas, concedido cientos de entrevistas, y
se ha enfrentado muy exitosamente a las turbas de simpatizantes de la
dictadura castrista enviadas por la embajada cubana en cada sitio donde
ha sido invitada a hablar. En más de medio siglo de tiranía, nadie ha
sido más eficaz en la tarea de desmontar los mitos del régimen y mostrar
la miserable forma de vivir de los cubanos.
Paradojas de la vida: de alguna manera, la actitud grosera y
vociferante contra Yoani de estos agresivos matones, aunque desagradable
mientras se producen los incidentes, ha servido para mantener el
interés de los medios de comunicación y para suscitar el respaldo de
notables sectores políticos y sociales.
Estos energúmenos, acostumbrados al medio cubano, donde no hay
vestigios de libertad, no acaban de entender que tratar de silenciar a
Yoani, insultando y calumniando a una periodista independiente, una
muchacha frágil que sólo cuenta con su palabra y su valentía, es un
comportamiento contraproducente en cualquier país libre en que se
produzca.
Las armas de Yoani han sido la sinceridad, una lógica aplastante, la
innata capacidad para la comunicación y su propia y atrayente
personalidad. Es decir, los mismos rasgos que, paulatinamente, fueron
despertando, primero, la curiosidad de los grandes medios e
instituciones —Time, El País, The Miami Herald, Foreign Policy,
Columbia University—, y luego la admiración de millones de lectores en
todo el mundo que encontraban en sus crónicas una equilibrada
descripción del empobrecido manicomio cubano.
El régimen de los Castro, convencido (o al menos decidido a convencer
a los demás) de que detrás de cada crítica está la mano de EE.UU., del
capitalismo o de oscuros intereses económicos, se empeñó, sin el menor
éxito, en tratar de demostrar que Yoani era una marioneta de la CIA, del
Grupo Prisa o de cualquier fabricante artificial de prestigios.
No había nada de eso. Como suele ocurrir, el talento de Yoani, la
impredecible suerte y el ataque de la dictadura, la colocaron en el
punto de mira de los grandes centros de difusión de información, a lo
que contribuyó que el mismísimo presidente Obama, cuando ya la
periodista era extremadamente famosa, le respondiera un cuestionario
destinado a su blog.
Pudo haberle sucedido a otros notables blogueros dentro de Cuba
—Claudia Cadelo, Iván García, Luis Cino, entre los buenos escritores—,
pero resultó Yoani la que concentró el interés de la opinión pública
internacional, a lo que no fueron ajenos el acoso y los maltratos del
régimen.
Es increíble que la dictadura no aprenda la lección: quienes más daño
le han hecho a la imagen del gobierno han sido las víctimas de sus
abusos. A lo largo de esa infinita tiranía, Huber Matos, Armando Valladares, Eloy Gutiérrez Menoyo, Gustavo Arcos, Ricardo Bofill, María Elena Cruz Varela, Reinaldo Arenas, Laura Pollán, Raúl Rivero, Oswaldo Payá,
ahora su hija Rosa María, entre tantos otros cubanos valiosos, han
encontrado tribuna y eco para sus denuncias como consecuencia de los
atropellos de que fueron objeto.
Si la primera vez que Yoani Sánchez recibió una invitación y una visa
para viajar al extranjero, la dictadura le hubiera permitido ejercer su
derecho a entrar y salir libremente del país, no habría alcanzado la
enorme celebridad y peso que hoy tiene.
¿Por qué no lo hizo? Por una mezcla de arrogancia y estupidez. Por
creer que pueden aplastar sin consecuencias a las personas.
Afortunadamente, eso no es cierto. La suya es la voz potente de los
débiles. “Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que
un ejército”, decía Martí. ¡Bienvenida Yoani, a la libertad!
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