26 mayo, 2013

La conciencia anarquista

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[Este artículo está transcrito del podcast Libertarian Tradition]
Si la tradición libertaria va a resistir y crecer (tanto en tamaño como en influencia), es necesario que los jóvenes libertarios hagan dos cosas. Primero, necesitan familiarizarse con esa tradición. Segundo, y más fundamentalmente, necesitan añadirle cosas. Aparece Gary Chartier, profesor de derecho de la Universidad del Sur de California.
Chartier nació en el Sur de California en 1966. Creció en el Condado de Riverside, fuera del desierto al este de Los Ángeles. Y cuando llegó a la adolescencia, alrededor de principios de la década de 1980, sus lecturas de economía política le convencieron de que era un libertario. “Era en muchas maneras, un proto-libertario bastante típico de mi generación”, escribió más de un cuarto de siglo después.

Crecí con unos padres partidarios de Goldwater, me gustaban las computadoras y descubrí el Partido Libertario (al mudarme recientemente de casa, vi varios folletos de la compaña de Ed Clark de 1980 (…)) y la opción de adquirir libro libertarios por correo (tal vez eso explique que recibiera una carta formulario en 1984, algo que también me volvió a pasar recientemente, de Ron Paul pidiéndome apoyo para el incipiente Instituto Mises).
Chartier recuerda
mirar el catálogo de letra pequeña que había pedido a un librero libertario y conocer la enorme variedad de cosas de las que se había ocupado el mundo libertario. Ya había dedicado tiempo a Volumen II de Derecho, legislación y libertad de Hayek (obtenido por un préstamo entre bibliotecas), ahora ordené el Volumen III, junto con Anarquía, estado y utopía, de Nozick y The Ethics of Liberty, de Rothbard.
Tal y como recuerda Chartier
estos libros no eran los primeros textos libertarios que leía: tal vez un año o dos antes, dedique tiempo a Libertad de elegir, de Milton y Rose Friedman. Pero ahora estaba encantado de tener una cantidad sustancial de libros libertarios para leer. Rothbard me maravilló, Nozick era un gran ejercicio intelectual, pero con mucho el autor más difícil que he intentado leer nunca (…) y empecé a llamar a Hayek “mi economista favorito” (algo un poco extraño, ya que no conocía a muchos otros economistas y lo que había leído de Hayek no era economía, sino teoría política). Compré una copia de Los fundamentos de la libertad  poco después. Al final del verano después de graduarme en el instituto, ignorando las oportunidades de viajar a Europa, había acabado con Illuminatus, de Shea yWilson. Y poco después había leído, La rebelión de Atlas.
Sin embargo a Chartier “nunca le gustó la obra de Rand”: hoy dice que
no me atrapó emocional, intelectual e imaginativamente como lo hicieron Shea y Wilson, Rothbard y Hayek. Mirando atrás a mi última adolescencia, me sorprende lo mucho me marcó Rothbard, aunque yo estuviese en desacuerdo en algunas cosas. No aprecio el mismo tipo de influencia por parte de Rand.
Sinb embargo, las lecturas de Chartier no terminaron entonces tras graduarse en el instituto. Ahora recuerda que
dentro de los primeros cuatro meses de mi primer trimestre universitario regular (…) seguía teniendo pensamientos libertarios: Había estado leyendo aquí y allá múltiples libros de rand, incluyendo Capitalismo: El ideal desconocido,Philosophy: Who Needs It?An Introduction to Objectivist Epistemology eHimno. Por lo que seve incluso tomé en la biblioteca universitaria Men against the State de James J. Martin. Cuando lo tomé y leí en 2008, descubrí que la última persona que lo había solicitado había sido… yo en 1984.
Sin embargo, la historia de amor de Chartier con el libertarismo estaba a punto de acabar. Realmente no sobrevivió a sus años universitarios, antes de que se hundiera en los bajíos de su compasión. (En aquellos años no había libertarios con corazón sangrante). Como escribió años después su caída “fue una serie de encuentros con distintos autores, tanto cristianos como laicos (…) que daban gran importancia a la responsabilidad negativa (…) la idea de que somos tan responsables por los acontecimientos que se producen como resultado de nuestras omisiones (sean o no intencionadas) como por los que se producen como consecuencia de nuestros actos deliberados”. Chartier no tardó en encontrarse ante un dilema imposible. “Dadas las otras cosas en las que creía”, escribía,
parecía como si estuviera comprometido a creer que, cuando no proporcionaba recursos a una persona pobre en algún lugar del mundo, era responsable de cualquier daño que hubiera sufrido si el dinero que le hubiera dado lo hubiera evitado. Siempre que alguien muriera porque yo no le había dado dinero, era, desde este punto de vista, un asesino. (…) Estaba abrumado por el pensamiento de que era responsable de todos, de todo, de que cada vez que gastaba dinero en mí mismo tenía que justificar hacerlo de una forma que dejara claro que el gasto representara una beneficio neto para los pobres del mundo. Sería justo decir que esta forma de pensar fue lo que me puso al límite del completo estatismo: si el estado se implicara en redistribuir riqueza de todos, le problema podría acabarse: lo que nunca podría hacer por mí mismo, lo podía hacer el estado. En todo caso, en un estado comprometido con la redistribución, la responsabilidad se compartiría y yo no tendría que soportar una abrumadora carga de culpa.
Chartier acabó la universidad, licenciándose en historia y ciencias políticas, para ir luego a hacer el trabajo de grado en Claremont, California, y Cambridge, Inglaterra, terminando con un doctorado en teología en Cambridge. De vuela al sur de California a principios de la década de 1990, trabajó un tiempo de profesor adjunto y editor de un pequeño periódico. Escribió artículos de investigación para revistas académicas. Escribió editoriales de periódicos sobre asuntos públicos y polémicas del momento. En todos sus escritos de aquel entonces, dice hoy,
daba por sentada la autoridad del estado. Mirando atrás, veo esta caso extraña: sabía indudablemente que las defensas liberales [de izquierdas] habituales de la autoridad del estado no tenían éxito. ¿Estaba dispuesto a tratar la autoridad del estado como enraizada en algún tipo de mandato sagrado? ¿Pero mi postura teológica ciertamente no permitía órdenes divinas arbitrarias para dar poder a reyes o presidentes?
Podría ser, especula Chartier, que
me identificara reflexivamente con miembros de la clase política, asumiera que lo que estaba haciendo estaba pensado para guiarlos y sencillamente tratara a las instituciones de supervisión como algo dado porque había adoptado instintivamente su punto de vista y quería ser uno de ellos. Sigo sin estar seguro: estoy bastante seguro de que no lo era porque hubiera dedicado algún pensamiento serio a justificar la autoridad del estado.
Sin embargo, su confianza en la autoridad del estado se erosionó rápidamente en los primeros años del nuevo siglo cuando estaba acabando un graduación en derecho en UCLA y George W. Bush estaba en la Casa Blanca. Y para cuando quedó claro que Barack Obama, fueran cuales parecieran ser las implicaciones de su retórica, estaba de hecho completamente “feliz”, como decía Chartier, “de desempeñar el tercer mandato de George W. Bush”… bueno, para entonces Chartier hacía tiempo que había concluido que había sido engañado, o incluso tal vez se había engañado a sí mismo. “Había optado por el estatismo sobre el anarquismo sin pensarlo claramente”, dice hoy. “Había operado reflexivamente suponiendo que una sociedad sin estado no sería capaz de resolver los problemas que creía que el estado podía resolver. Ahora me doy cuenta tanto de que una sociedad sin estado sería más creativa de lo que creía y que muchos de los problemas que me preocupaban en realidad los causaba el estado”.
Así que, después de casi dos décadas como estatista, Gary Chartier está de vuelta entre nosotros. Y, como es habitual, se pone al frente de algunos de los trabajos más ambiciosos que tienen que hacerse. Se presenta como voluntario para los trabajos pesados, podríamos decir. Es joven, vigoroso, enérgico y está de nuevo comprometido con la causa. Como prueba, presento se último libro: The Conscience of an Anarchist: Why It’s Time to Say Good-Bye to the State and Build a Free Society. Es una introducción general al libertarismo para un lector que o bien sea completamente ignorante del asunto o bien tenga una información limitada respecto de éste. Y yo diría que es el momento de que alguien publicara un nuevo libro en esta categoría. La última introducción general que parece haber dejado alguna impresión duradera fue Healing Our World, de Mary Ruwart, y ésta apareció hace casi 20 años, en 1992.
Como digo, es el momento de que entre en el campo un nuevo contendiente. Creo que es útil pensar en esto de la misma manera en que pensamos respecto de mucha de lahistoria revisionista. El historiador estadounidense, Warren I. Cohen dijo ya en 1967 que “toda generación de historiadores tiende a dar nuevas interpretaciones del pasado”. Otro historiador estadounidense, Richard Hofstadter, repetía esta idea en 1968, cuando escribía en su libro The Progressive Historians acerca de lo que llamaba “esta batalla perenne que tenemos con nuestros mayores”. Tal y como lo veía Hofstadter:
Si vamos a tener algunas nuevas idea, si vamos a tener una identidad intelectual propia, debemos hacer el esfuerzo de distinguirnos de los que nos precedieron y tal vez principalmente de aquellos con quienes una vez tuvimos las mayores deudas.
Igualmente, toda generación de libertarios tenderá a llegar a una forma ligeramente diferente de presentar a otros la idea de la libertad individual. Un manual libertario de una generación deferirá de las generaciones precedentes… y de las siguientes. Así debería ser, así debe ser. Si vamos a tener nuevas ideas, si vamos a tener una identidad intelectual propia, debemos hacer el esfuerzo de distinguirnos de los que nos precedieron y tal vez principalmente de aquellos con quienes una vez tuvimos las mayores deudas.
¿Cómo se distingue entonces el nuevo manual libertario de Gary Chartier? Bueno, primero de todo, evita completamente la palabra libertario (la “palabra que empieza por L”, creo que podríamos llamarla): dondequiera que miremos el texto de Chartier, no la encontraremos ni una sola vez. Donde Murray RothbardDavid Friedman hubieran dicho “libertario” o “libertarismo”, Gary Chartier dice “anarquista” o “anarquismo”.
Me encontré con él recientemente en un restaurante bastante ruidoso de California del Sur y le pregunté por qué. Me respondió:
Realmente quería que este libro llegara a una audiencia de gente para la que la palabra “libertario” podría ser una bandera roja, gente para la que la palabra “libertario” podría sugerir ciertas cosas que pensaban que conocían y no les gustaban.  Y pensé que centrándolo en la anarquía, que sin duda es otra palabra con bandera roja, pero pensé que tal vez podría haber algunas defensas de la gente que podrían atravesarla.
¿Los lectores para quienes la palabra “libertario” podría ser una bandera roja, pregunté a Chartier, podrían ser estos lectores, lectores de la izquierda? Él respondió:
Esperaría que esta libro interesara a constitucionalistas frustrados y otra gente que podría pensar que está en la derecha. Pero definitivamente quería que fuera un libro que fuera accesible y comprensible para el izquierdista estatista con principios que estuviera cada vez más frustrado con la administración Obama y se preguntara si había alternativas. (…) Elegí mis palabras, espero, muy cuidadosamente para no asustar innecesariamente a ese grupo de lectores.
Otra forma en que The Conscience of an Anarchist se distingue es evitando todos los argumentos morales para una sociedad libre. “Nunca he sido un consecuencialista”, escribía Chartier hace unos años en un post. Pero en realidad The Conscience of an Anarchist es completamente consecuencialista. El estado debería abolirse a causa de las consecuencias de tolerar esa institución en la sociedad humana. Sin embargo Chartier destaca que esta confianza en un argumento consecuencialista en esta ocasión es puramente estratégico: no señala, dice, ninguna voluntad general por su parte de argumentar sobre la libertad desde una perspectiva de derechos naturales.
En este libro, no. Estoy listo para discutir con cierto detalle en cualquier otro lugar, pero definitivamente, desde un punto de vista estratégico,  no es lo que quería argumentar aquí (…) no porque quiera argumentar contra cierto tipo de posturas de derecho natural (quiero decir, uno de mis actuales intereses académicos es la teoría del derecho natural y he trabajado bastante en esta área. Pero me parece que para este libro no era la mejor retórica a elegir. (…) Lo que particularmente no quería hacer en este libro [era] asustar a los izquierdistas estatistas con principios. También quería que fuera un libro que los anarquistas de una amplia variedad pudieran tomarlo y apreciarlo sin pensar que apoyando el libro estaban apoyando  una postura concreta sobre la pregunta “¿Cómo debería ser una sociedad sin estado?” Me gustaría que alguien identificado con Kropotkin o Proudhon tomara este libro y dijera: “Todo esto me parece bien, ahora conozco a este tipo y bien podría acabar teniendo una discusión acerca de cómo queremos que sea nuestra comunidad sin estado, pero lo sustancial del libro no es un ataque contra mí, ¿sabes?” Creo que era algo bastante importante para mí al tratar de dar forma al libro.
No tiene nada de nuevo u original evitar los argumentos morales de la libertad: ésta fue la aproximación de David Friedman en The Machinery of Freedom en 1973. Tampoco hay nada revolucionario en tratar de presentar las ideas libertarias sin utilizar la “palabra que empieza por L”: Sy Leon dio una charla en el Libertarian Supper Club de Los Ángeles ya a mediados de la década de de 1970, hace más de 35 años, cuando Gary Chartier tendría ocho años. La charla se titulaba “Por qué no soy un libertario”. Fue suficiente por sí misma para atraer una gran audiencia: después de todo, Sy Leon era el heredero aparente de Robert LeFevre, un antiguo representante empresarial de InstitutoNathaniel Branden que se había unido a LeFevre en su Escuela de la Libertad en el Colorado rural y luego le ayudó a trasladar la base de operaciones a California del Sur y restablecerla allí.
Sy Leon era el organizador de la Liga de No Votantes y al menos el autor putativo de un breve libro llamado None of the Above, que argumentaba que si debe tener elecciones, tendrían que incluir “Ninguno de los anteriores” en cada papeleta y siempre que ganara la opción “Ninguno de los anteriores”, debería realizarse una nueva elección, con nuevos candidatos: a ninguno de los candidatos que hubieran perdido ante el “Ninguno de los anteriores” se le permitiría presentarse de nuevo. El libro en realidad lo había escrito para Sy George H. Smith, pero era un reflejo adecuado de lo que pensaba Sy, en general.
Sy Leon era asimismo el relaciones públicas de Harry Browne (el hombre que preparaba las conferencias de Browne en toda la nación) y el propio Browne  era uno de los libertarios más famosos que podían encontrarse en el Los Ángeles de mediados de la década de 1970. Era un chico del pueblo al que le había ido bien (en realidad, más que bien) con un libro superventas libertario llamado How I Found Freedom in an Unfree World.  ¿Cómo no podía ser Sy Leon un libertario? De lo que hablaba Sy resultaba ser del Partido Libertario, del que temía que fuera a enseñar a los estadounidenses que lo libertarios creían en el proceso político. Estaba claro que iba a tener que abandonarse el término libertario, igual que se abandonó antes el términoliberal: ambos términos habían sido secuestrados por los enemigos de la libertad individual y ya no eran utilizables.
Era el juicio de un hombre, un juicio realizado en un momento y lugar concretos, cuando una generación concreta de libertarios afrontaba unos obstáculos particulares en sus esfuerzos por divulgar la palabra. La idea de abandonar la palabra que empieza por L realmente no cuajó en la generación de libertarios a la que se dirigía, que resulta ser mi propia generación de libertarios. ¿Verán de una manera distinta los libertarios que hoy estén en sus diecitantos o veintitantos? El tiempo lo dirá. El tiempo también dirá si los jóvenes libertarios de hoy encontrarán convincentes los argumentos consencuecialistas de Chartier contra el estado?
Eso me parece sin duda a mí. “Soy un anarquista”, escribe Chartier,
porque creo que no existe un derecho natural a mandar (…) porque creo que al estado le falta legitimidad (…) porque creo que el estado es innecesario (…) porque creo que el estado altera las escalas a favor de las élites privilegiadas y contra la gente normal (…) porque el estado tiene a ser destructivo. Se dedica a la guerra y el saqueo y parece persistentemente implicado en aumentar el nivel de violencia e injusticia a través de las fronteras, que por supuesto son creaciones del estado (…) porque el estado restringe la libertad personal, como forma de mantener el orden, beneficiando a los privilegiados, preservando su propio poder o subvencionado algunas preferencias moralizadoras de la gente (…) y porque creo que una sociedad sin estado ofrecería oportunidades a la gente de probar diversas maneras de llevar vidas satisfactorias y florecientes y pondría a la vista los resultados de sus pruebas.
Nada nuevo aquí, por supuesto, pero las ideas y argumentos familiares se formulan de forma fresca en un  estilo alegre, animado y muy legible y con admirable concisión. For A New Liberty, de Murray Rothbard, y The Machinery of Freedom, de David Friedman fueron los manuales libertarios, las introducciones generales al libertarismo, que captaron la atención de mi generación de libertarios. Los libertarios que están hoy en sus diecitantos o veintitantos harían muy mal en dejar de prestar atención a Conscience of an Anarchist

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