por Gene Healy
Desde la twitósfera hasta CNN, la ansiosa teorización de mediados de abril acerca de las bombas en la Maratón de Boston constituyó una lección oportuna acerca de los peligros de la especulación prematura.
Pero hay una explicación de Tamerlan y Dzhokhar para la cual ya tenemos
suficiente información. Y esa es la que ha dado su tío, Ruslan Tsarni,
quien, cuando se le preguntó qué motivó a sus sobrinos para que
cometieran tal atrocidad, contestó “siendo perdedores, [llenos de] odio
hacia aquellos que eran capaces de asimilarse”.
Contraste la breve desestimación del tío Reslan con la actual obsesión
del Partido Republicano de declarar a EE.UU. como un “territorio de
batalla” y demandar que Dzhokhar Tsarnaev, un ciudadano estadounidense naturalizado, sea detenido como un “enemigo combatiente”.
Esa propuesta, emitida por los senadores Lindsey Graham (Republicano de
Carolina del Sur), John McCain (Republicano de Arizona), entre otros, es
ilegal, innecesaria e insensata.
Como el juez Antonin Scalia enfatizó en un caso
anterior acerca de enemigos combatientes, “donde el Estado acusa a un
ciudadano de librar una guerra en contra suyo, nuestra tradición
constitucional ha sido la de procesarlo en la corte federal”.
Y como Benjamin Wittes de Brookings Institute explica, “la excepción de seguridad pública a los derechos de Miranda
significa que el FBI tiene un amplio grado de flexibilidad” al
cuestionar a Tsarnaev para explorar cualquier conexión con el terrorismo
extranjero.
El fervor de los legisladores republicanos para que haya una designación
de “enemigo combatiente” los ubica a la derecha del juez Scalia e
incluso del presidente Nixon, quien, luego de firmar la Ley de
No-Detención de 1971 (que estipulaba que “ningún ciudadano será
encarcelado o detenido de otra forma por EE.UU. excepto en virtud de una
ley del congreso”), enfatizó que “nuestra democracia está construida sobre la garantía constitucional de que a cada ciudadano se le asegurará un debido proceso de la ley”.
No deberíamos permitir que tácticas terroristas nos asusten hasta el
punto de socavar esa garantía. Hay una buena razón por la que el terrorismo
es muchas veces denominado “el arma de los débiles”. En el siglo
veinte, a lo largo de todo el mundo “menos de 20 ataques terroristas
mataron más de cien personas”, indica Dan Gardner en su libro La ciencia del miedo (The Science of Fear).
Las probabilidades de los estadounidenses de morir en un ataque
terrorista son de alrededor de 1 en 20 millones, lo cual, como Micah
Zenko señaló recientemente, significa que tenemos la misma probabilidad
de “morir aplastados por nuestra televisión o nuestros muebles” en
cualquier año.
Cuando inflamos el riesgo del terrorismo, le hacemos el trabajo a los
terroristas. “Para destruir EE.UU. no necesitamos dar un gran golpe”,
decía la revista en Internet de al Qaeda, Inspire, en 2010, “Es
una muy buena ganga para nosotros esparcir el miedo entre el enemigo y
mantenerlo alerta a cambio de unos cuantos meses de trabajo y unos
cuantos miles de dólares”.
En cambio, deberíamos mantenernos calmados y seguir con nuestros asuntos
—con mucha mayor razón que otros pueblos en otras épocas, dado que no
estamos enfrentándonos a una guerra relámpago de los Nazis.
En tiempos igual de ansiosos en 2003, el juez federal que condenó al
potencial “terrorista del zapato” Richard Reid a cadena perpetua, dio
una declaración que merece ser citada:
“Aquí se está hablando mucho de guerra”, dijo el juez William Young,
“Aquí en esta corte donde lidiamos con individuos como individuos…Usted
no es un enemigo combatiente. Usted es un terrorista. Usted no es un
soldado en alguna guerra…Para darle esa referencia, llamarlo soldado le
da a usted demasiada importancia…Usted es un terrorista. Una especie de
criminal culpable del intento de múltiples asesinatos.
“En un sentido muy real el soldado Santiago tenía razón cuando al
inicio usted fue sacado de ese avión y puesto en custodia y usted se
preguntó donde estaba la prensa y los equipos de televisión y dijo que
usted no era la gran cosa. Usted no es la gran cosa”.
Las palabras del tío Reslan tocaron un nervio en los estadounidenses,
porque en medio de la histeria, ubicó a los terroristas en su lugar
adecuado: “perdedores”, no “enemigos combatientes”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario