24 mayo, 2013

Paternidad robada

por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
¿Quién decide cómo se viste un niño, qué es lo que va a comer, qué religión debe tener o con qué juguetes va a jugar? Los padres. Es una regla universal.
Y no es universal por pura casualidad. El padre y la madre parecen los más aptos para decidir. La relación biológica viene acompañada de una relación afectiva especial, de las más fuertes de la naturaleza humana. Lo común es que los padres quieran lo mejor para sus hijos y sean los más aptos para decidir qué es bueno para ellos.

¿Qué haría usted si alguien se mete a su casa y le cambia la ropa que tiene puesta su hijo? ¿Y si Jaime Delgado cogiera las papas fritas que le acaba de comprar y las lanza a la basura con la excusa de que no son saludables, se quedaría cruzado de brazos? ¿Y si un día su hijo llegara del colegio y le dijera que lo acaban de bautizar en una religión que usted no profesa porque su profesor la considera la verdadera, se quedaría tranquilo?
No admitiría ninguna de esas acciones. Muchas podrían generar, con justificación, una reacción firme y hasta violenta en defensa de nuestros hijos. Y es que la libertad y autonomía de los hijos, mientras estos no puedan decidir, es la libertad y autonomía de los padres. Es lo lógico, es lo moralmente justificable y es lo que nos dicen la Ley y el sentido común.
¿Tiene el Estado el derecho de decidir cómo se educarán mis hijos? ¿Puede el Estado forzar a que se eduque a mi hijo de una manera diferente a la que he escogido o cambiar de colegio a un niño simplemente porque considera que el padre no decidió bien?
El Estado nos está robando, de a pedacitos, nuestro derecho a elegir la educación de nuestros hijos. George Herbert decía que un padre vale por cien maestros. Añadiría que un padre vale por mil burócratas.
La ministra de educación decidió, sin permiso de los padres, qué podían exigir los colegios a los niños para ingresar. Según la Resolución Ministerial 0431-2012-ED, “por ningún motivo la institución educativa pública o privada someterá al niño o niña a procesos de evaluación”. ¿Y si hay menos vacantes que postulantes? Pues, según la norma, la selección deberá basarse “en aspectos que no involucren las capacidades y características del niño”. La selección deberá basarse en criterios llamados, curiosamente, “objetivos” por la norma.
¿Cuáles han sido los criterios objetivos? De lo más variopinto. Los colegios, acorralados por el absurdo burocrático, han creado reglas de lo más diversas. Solo se admiten a hermanos o hijos de alumnos o exalumnos. Se prefiere a los que viven cerca del colegio. Se escoge por sorteo o se le toman exámenes ya no a los niños, sino a los padres (que van desde entrevistas sobre cuánto conocen a sus hijos o el reglamento del centro educativo, hasta exámenes, con opciones múltiples, sobre historia y realidad suiza).
Sé incluso del caso de una directora de un colegio que devolvió espantada a los padres la libreta del nido de su niño, creyendo que estos eran agentes infiltrados del ministerio tendiendo una trampa para sancionar al colegio, como si fueran una Gestapo escolar.
¿Y si el padre está dispuesto a que su hijo sea evaluado? Pues a la ministra le importa poco. ¿Quién se ha creído el padre para elegir? Ya no es su derecho escoger un colegio exigente. Ahora es decisión del ministerio. Nos han expropiado por resolución ministerial.
¿Los padres se pueden equivocar en la educación de los hijos? Por supuesto. Pero un burócrata tiene mil veces más posibilidades de cometer un error por el que pagan hijos que le son ajenos. Como decía Levine, tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo que tener un piano no lo vuelve pianista. Así, trabajar en el Ministerio de Educación no te vuelve educado. Es una pena que la educación de nuestros niños esté en manos de ignorantes.

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