por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
¿Quién decide cómo se viste un niño, qué es lo que va a comer, qué
religión debe tener o con qué juguetes va a jugar? Los padres. Es una
regla universal.
Y no es universal por pura casualidad. El padre y la madre
parecen los más aptos para decidir. La relación biológica viene
acompañada de una relación afectiva especial, de las más fuertes de la
naturaleza humana. Lo común es que los padres quieran lo mejor para sus
hijos y sean los más aptos para decidir qué es bueno para ellos.
¿Qué haría usted si alguien se mete a su casa y le cambia la ropa
que tiene puesta su hijo? ¿Y si Jaime Delgado cogiera las papas fritas
que le acaba de comprar y las lanza a la basura con la excusa de que no
son saludables, se quedaría cruzado de brazos? ¿Y si un día su hijo
llegara del colegio y le dijera que lo acaban de bautizar en una
religión que usted no profesa porque su profesor la considera la
verdadera, se quedaría tranquilo?
No admitiría ninguna de esas acciones. Muchas podrían generar,
con justificación, una reacción firme y hasta violenta en defensa de
nuestros hijos. Y es que la libertad y autonomía de los hijos, mientras
estos no puedan decidir, es la libertad y autonomía de los padres. Es lo
lógico, es lo moralmente justificable y es lo que nos dicen la Ley y el
sentido común.
¿Tiene el Estado el derecho de decidir cómo se educarán mis
hijos? ¿Puede el Estado forzar a que se eduque a mi hijo de una manera
diferente a la que he escogido o cambiar de colegio a un niño
simplemente porque considera que el padre no decidió bien?
El Estado nos está robando, de a pedacitos, nuestro derecho a elegir la educación de nuestros hijos. George Herbert decía que un padre vale por cien maestros. Añadiría que un padre vale por mil burócratas.
La ministra de educación decidió, sin permiso de los padres, qué
podían exigir los colegios a los niños para ingresar. Según la
Resolución Ministerial 0431-2012-ED, “por ningún motivo la institución
educativa pública o privada someterá al niño o niña a procesos de
evaluación”. ¿Y si hay menos vacantes que postulantes? Pues, según la
norma, la selección deberá basarse “en aspectos que no involucren las
capacidades y características del niño”. La selección deberá basarse en
criterios llamados, curiosamente, “objetivos” por la norma.
¿Cuáles han sido los criterios objetivos? De lo más variopinto.
Los colegios, acorralados por el absurdo burocrático, han creado reglas
de lo más diversas. Solo se admiten a hermanos o hijos de alumnos o
exalumnos. Se prefiere a los que viven cerca del colegio. Se escoge por
sorteo o se le toman exámenes ya no a los niños, sino a los padres (que
van desde entrevistas sobre cuánto conocen a sus hijos o el reglamento
del centro educativo, hasta exámenes, con opciones múltiples, sobre
historia y realidad suiza).
Sé incluso del caso de una directora de un colegio que devolvió
espantada a los padres la libreta del nido de su niño, creyendo que
estos eran agentes infiltrados del ministerio tendiendo una trampa para
sancionar al colegio, como si fueran una Gestapo escolar.
¿Y si el padre está dispuesto a que su hijo sea evaluado? Pues a
la ministra le importa poco. ¿Quién se ha creído el padre para elegir?
Ya no es su derecho escoger un colegio exigente. Ahora es decisión del
ministerio. Nos han expropiado por resolución ministerial.
¿Los padres se pueden equivocar en la educación de los hijos? Por
supuesto. Pero un burócrata tiene mil veces más posibilidades de
cometer un error por el que pagan hijos que le son ajenos. Como decía
Levine, tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo que
tener un piano no lo vuelve pianista. Así, trabajar en el Ministerio de
Educación no te vuelve educado. Es una pena que la educación de nuestros
niños esté en manos de ignorantes.
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