por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
¿Entendió el título? Está en un idioma del que quizás ha escuchado, pero que casi nadie habla: esperanto.
El esperanto es la más conocida de las llamadas lenguas planificadas. Fue creada entre 1877 y 1887 por L.L. Zamenhof,
un polaco que quiso crear un idioma tan fácil de hablar y de aprender
que se volviera universal y todos pudiéramos usarlo para comunicarnos.
Teóricamente Zamenhof hizo un excelente trabajo: el esperanto es 10
veces más fácil de aprender que el inglés, en especial como segundo
idioma. Su regularidad y la ausencia de excepciones en su uso lo hacen
muy amigable, sencillo y predecible.
Pero desde el punto de vista práctico fue un absoluto fracaso. Nadie lo
habla ni tiene interés en aprenderlo. Los seres humanos no hablan un
idioma por que sea fácil de aprender, sino porque les nace hacerlo de la
interacción con otros individuos.
Zamenhof no entendió que el lenguaje es un orden espontáneo, no susceptible de planificación.
No nace de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. Las personas
aprendemos a hablar un idioma interactuando y al interactuar lo vamos
recreando y transformando.
Zamenhof pudo haber seguido una vía distinta y convencer a los gobiernos
del mundo que obligaran a sus ciudadanos a aprender y hablar esperanto.
Con ello la lengua planificada habría sido impuesta por un
planificador. ¿Hubieran sido sus resultados más auspiciosos?
Lo dudo. El idioma no se puede imponer ni por las buenas ni por las
malas. Intentos similares han fracasado simplemente porque es de la
naturaleza de todo idioma ser producto de la interacción y no de la
imposición. No se enseña a hablar por decreto.
F.A. Hayek decía que los órdenes espontáneos reflejan
mejor lo que la gente sabe, quiere y siente. No son meros caprichos.
Resuelven el problema de contar con la información necesaria para
establecer las reglas adecuadas. Las reglas nacen de la interacción y
evolucionan conforme la sociedad evoluciona. Son dinámicas y responden
al carácter innovador y renovador de la vida en sociedad.
El derecho y la economía son otros
ejemplos de órdenes espontáneos. Cuando se les pretende crear e imponer
desde arriba fracasan. Y es que los consumidores quieren lo que quieren y
no lo que el legislador o el gobierno quiere que quieran. Por eso toda
la avalancha de normas absurdas (comida saludable, regulación de
exámenes de ingreso a los colegios, leyes de perro muerto, ley de
seguros, expropiación del derecho a elegir nuestra administradora de
fondos de pensiones, etc.) tendrán malos resultados. No nacen de un
orden espontáneo, sino de un régimen constructivista que termina siendo
económica y jurídicamente totalitario. Las reglas creadas sin
información respecto de lo que los seres humanos quieren y necesitan no
auguran nada bueno.
Lo que los consumidores desean es innovación y diversidad a menor costo.
Pero las leyes absurdas que creen que pueden elegir mejor que el
consumidor distraen los esfuerzos de las empresas por innovar y
diversificar y hacen que estas se dirijan a minimizar los costos
adicionales que dichas regulaciones crean. El resultado es una reducción
en el bienestar general. El consumidor al final ve menos innovación,
menos opciones y paga precios más altos. Justo lo contrario a lo que se
desea.
El error de esas leyes es el mismo que el de Zamenhof. A fin de cuentas
los mercados son como los idiomas: son formas de comunicar expectativas
para que encuentren respuestas en las capacidades de las empresas de
satisfacerlas. Cuando nos obligan a hablar el lenguaje de las
regulaciones absurdas perdemos capacidad de comunicarnos. Nos dejan a
los consumidores mudos.
PD: Para los que tengan curiosidad en esperanto “Las leyes de Delgado
(congresista peruano) dañan al consumidor” se leería así "La leĝoj de
Maldika damaĝas al la konsumanto".
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