Sebastián Piñera, el mejor gobierno menos querido
Por Mónica Mullor
Este 21 de
mayo, de acuerdo al mandato constitucional y siguiendo una vieja tradición, el
Presidente de Chile, Sebastián Piñera, presentó su última rendición de cuentas
sobre el estado de la nación. Fue su mejor y su peor discurso, pero fue, ante
todo, fiel a la figura de un presidente que desde el comienzo le dijo a sus
colaboradores: “Yo no vengo a que me quieran sino a ser eficiente”. Y así ha
sido, el suyo es el mejor gobierno menos querido de la historia de Chile.
Uno de los
periodistas chilenos más perspicaces, Héctor Soto, escribió al respecto: “Si
las cifras fueran argumentos y la acumulación de evidencias un buen método para
forjar convicciones, el de ayer estaría entre los mejores mensajes
presidenciales. Pero no lo fue. El Presidente más que contactarse con la
ciudadanía habló para sí mismo y para congratularse de lo mucho que ha
hecho … El suyo ha sido un gran gobierno en términos de logros y realizaciones
y fue eso –ni más ni menos– lo que quiso decir.”
La evaluación
de la alocución presidencial de más de dos horas depende de la perspectiva con
que se la mire. Fue uno de los peores discursos de Sebastián Piñera por su falta
de emocionalidad, lo que no deja de llamar la atención si uno toma en
consideración la gran cantidad de temas en los que el presidente, fácilmente,
pudiese haber hecho saltar las lágrimas del público: el terremoto-tsunami de
2010; los apabullantes éxitos de la reconstrucción; el famoso rescate de los
mineros; los esfuerzos por combatir la pobreza y sus éxitos; la política
promujer; etc.
Tampoco hubo momentos retóricos de empatía, de esos que toman ejemplos cotidianos, levantan
encuentros con ciudadanos comunes o explotan el dolor ajeno. Nada de ello
coloreó esta sobria cuenta pública. Ni siquiera dramatizó la coyuntura política
en términos de amenazas o encrucijadas dramáticas, cosa nada difícil de hacer
apuntando al cuestionamiento radical del “modelo chileno” tan difundido entre
sectores juveniles o a la perspectiva del advenimiento de un nuevo gobierno
de Michelle Bachelet con claras veleidades populistas.
Fue,
simplemente, un discurso carente de emocionalidad y “actualidad
política”. Pero por ello mismo fue también el mejor de Sebastián Piñera.
No fue escrito para la contingencia sino para la permanencia. Para apreciarlo
deberá ser leído con unos años de distancia, cuando la obra realizada cobre
toda su magnitud y se pueda comparar con gobiernos posteriores. En ese sentido
será como un buen vino que madura con el tiempo.
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