La semana
comenzó para Miguel Ángel Mancera en medio de un huracán que lo
revolcaba con fuerza, sin control ni destino. Ocho días habían pasado
desde que 12 jóvenes –se afirmaba- habían desaparecido de un bar a plena
luz del día, a un costado del centro de reclutamiento de la Policía
Federal, y a media calle de Paseo de la Reforma, donde miles de personas
participaban en el paseo dominical en bicicleta. Mancera era víctima de
la velocidad con la que circulaban los encabezados, como el de un
periódico que dijo que se trataba de un "comando armado" que había
"levantado" a los jóvenes, otro que aseguraba que no había funcionado
ninguna de las cámaras en la ciudad para saber qué había sucedido, y uno
más que mostraba videos que indicaban lo contrario.
Nada de ello podía confirmarse en ese momento, pero la percepción y el
rumor lo arrollaban. La falta de pruebas en la prensa que diera sustento
a sus gritonas informaciones no levantaban dudas sobre su veracidad, ni
la contradicción entre los propios periódicos, despertaban sospechas
sobre lo que podría ser la verdad. En las redes sociales aparecieron
cuentas de la nada, que comenzaron a pedir su renuncia, y surgieron
boots –robots cibernéticos- para hacer viral la exigencia.
Mancera parecía vulnerable y en una espiral incorregible. Superados por
la velocidad con la que circulan informaciones, rumores y especulaciones
que se mezclaron entre las redes sociales y los medios convencionales,
fusión que dio carta de veracidad a cualquier especie, los colaboradores
del Jefe de Gobierno del Distrito Federal se escondían, como el
secretario de Gobierno, Héctor Serrano, que tuvo que ser arrastrado por
su jefe días después de la golpiza mediática en su contra a que diera la
cara como jefe político del gabinete, o el secretario de Seguridad
Pública, Jesús Rodríguez Almeida, que se fue a Nueva York a una gira de
trabajo. El procurador Rodolfo Ríos, sin vehemencia para desmentir las
falsedades publicadas y bajo presión para desentrañar el caso, estaba
rebasado, y desde el Gobierno capitalino, personas ajenas a la
investigación entregaban videos falsos a los medios.
El escenario era el mejor de los mundos para quienes desean que Mancera
se descarrile. Los gatilleros de la izquierda más radical que navegan en
las redes disparando a quienes representan una amenaza, continuaron su
función de zapa contra el Gobierno capitalino. En los salones
parlamentarios tampoco salieron defensores del Jefe de Gobierno, menos
aún en el PRD, que lo ven con recelo porque se maneja como un gobernante
ciudadano, aunque identificado con el programa de izquierda para la
ciudad y el País. El entorno de inseguridad que lo abrumaba, tenía
ramificaciones indivisiblemente políticas.
Mancera no se ha afiliado al PRD porque, de acuerdo con las encuestas
realizadas tras su elección como Jefe de Gobierno, la victoria se la
dieron no los perredistas, sino aquellos votantes que no son militantes e
incluso tampoco simpatizantes del partido, a quienes les gustó y
convenció. Gobierna con el PRD porque es el factor de gobernabilidad.
Bajo esta ecuación Mancera tiene una sólida colaboración con el gobierno
de Enrique Peña Nieto que, a cambio, ha agradecido el no enfrentar un
clima de tensión en la capital con apoyos presupuestales, algunos de los
cuales, como en materia de agua, que ni siquiera estaban programados
para este año.
La relación de Mancera con Peña Nieto produce mucho escozor en amplios
núcleos perredistas. Sectores dogmáticos y tradicionalistas, consideran
que la ausencia de una voz beligerante y de oposición sistemática, ha
desdibujado el papel que tenía el Jefe de Gobierno del Distrito Federal
desde 1997, cuando llegó el PRD al poder, como contrapeso del
Presidente. Ven también que el descoloramiento que achacan a la actitud
de Mancera, abre las posibilidades al PRI para recuperar la capital
federal. Los análisis y diagnósticos no son universales, y si bien ese
planteamiento es perfectamente viable en una situación de conflicto, no
está claro si en las condiciones actuales mantiene su vigencia.
La beligerancia como método no le sirvió a Andrés Manuel López Obrador
para ser Presidente en las dos ocasiones que lo buscó. Le faltaron los
votos de aquellos no militantes ni simpatizantes del partido a quienes
al final del camino, les causó temor. Su voz fuerte en materia social,
sí ayudó a modular los programas del Gobierno federal y a tener que
acudir en apoyo de los sectores que el candidato de la izquierda quería
beneficiar. Es decir, si López Obrador no tuvo el poder, sí tuvo la
influencia.
Marcelo Ebrard, quien empezó a gobernar la ciudad en el contexto de la
polarización tras la elección de 2006, no pudo actuar como Mancera, y
públicamente mantuvo una voz contestataria con el Presidente Felipe
Calderón. En privado era otra cosa. Se reunieron varias veces y
mantuvieron una comunicación política fluida. Mancera, que asumió el
poder en condiciones totalmente distintas, no necesitó el manejo
sibilino de Ebrard, sino transparentar la política. La manera como lo ha
hecho incomoda a personas como Ebrard, que quedó atrapado en la
contradicción sociopolítica en 2006 y desapareció. Pero en el bando
rival, les preocupa Mancera. "La política no era su campo, pero aprende
rápido", dijo un alto funcionario del gobierno de Peña Nieto. "Es un
adversario de cuidado al que hay que estar observando todo el tiempo".
Una de las formas de manejar a Mancera, sugirió hace tiempo un
colaborador de Peña Nieto, es que la inseguridad se cuele a la ciudad de
México. El secuestro de los jóvenes, vinculado al asesinato de un
pandillero una semana antes, contribuyen a la construcción de esa idea.
Mancera afirma que no hay inseguridad y que lo sucedido, son casos
aislados. Pero no basta. El Jefe de Gobierno lo vivió de manera
dolorosa.
Tras el arranque de perros en la semana y la debilidad de su gabinete,
incapaz de reaccionar con la velocidad que requerían y salir a servir
como amortiguadores ante la opinión pública, Mancera tuvo que tomar la
iniciativa y recorrer cuanto noticiero de televisión y radio le dio
tiempo, y hablar con cuanta prensa pudo para transmitir el mensaje que
sus colaboradores no habían dado. La presión sobre el procurador dio
resultado y este viernes pudo cerrar el primer círculo sobre los
desaparecidos: ya sabían cuándo y cómo entraron, y cuándo y cómo los
secuestraron.
Los resultados ayudaron a la despresurización pero no terminan el
problema para Mancera. No se trata de la seguridad, que es parte muy
importante del componente pero no lo es todo. Se trata de cómo opera y
reacciona su gabinete, primera línea de apoyo que tiene, y que lo tiene
abandonado. Mancera tiene un problema de fondo en la arquitectura de su
administración, evidenciado en esta primera gran crisis que tiene. La
sacó adelante por él, pero un gobierno no es unipersonal sino de equipo.
La experiencia de esta semana debe obligarlo a reflexionar sobre que
sucedió para evitar otra similar a esta, donde apareció como un político
muy solitario en el Palacio del Ayuntamiento.
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