13 junio, 2013

Usos y abusos políticos de Dios

Humberto Musacchio

Usos y abusos políticos de Dios
 Para Jaime Avilés.
¡En verdad os digo que un extraño individuo se apersonó ante el Tribunal de Conciliación y Arbitraje! El tipo calzaba sandalias y vestía larga túnica. Su mirada beatífica se enmarcaba en una barba apenas regular. Caminaba con parsimonia y al llegar a la puerta intercambió algunas frases con los guardias de la entrada, como preguntando por alguien, siempre con la mano izquierda sobre el pecho y la otra con el índice y el cordial en alto.

Abogados, pasantes y huizacheros que pululan en dicho tribunal de inmediato fueron hacia él para ofrecerle sus servicios, pues la precariedad de su vestimenta hacía sospechar que se trataba de algún electricista del SME o de un demandante de alza salarial. “Yo arreglo al tiro tu asunto, güerito”, le espetó alguien. “Te cobro menos de comisión”, le dijo otro. Uno más le extendió su tarjeta y otro de plano le tomó el brazo mientras le susurraba algo al oído.
Pero el de la túnica salió indemne del tumulto y se encaminó a una de las oficinas. Ya adentro explicó a los funcionarios que quería denunciar una evidente violación de las leyes del trabajo, pues la señora Margarita Arellanes le dijo que tenía que convertirse en velador de toda una ciudad llamada Monterrey, lo que no está mal en tiempos de desempleo, pero el problema es que no lo incluyó en la nómina municipal, lo que el denunciante consideró que era en menoscabo de sus derechos laborales.
La señora Arellanes Fernández, quien cobra como alcaldesa de Monterrey, incluso le entregó públicamente la ciudad entera, al grito de que “si el señor (se refería al de la túnica) no edifica su casa, en vano trabajan los que la edifican”. Por lo anterior, el de la voz entendió que la funcionaria fue demasiado lejos, pues le ordenó convertirse en peón de albañilería y lo responsabilizó por la baja productividad de ese gremio.
Como la presidenta municipal le advirtiera que “si el señor no vela la ciudad, en vano vale la guardia”, el declarante consideró que indebidamente se le estaba responsabilizando por la vigilancia de la metrópoli norteña, algo imposible para una sola persona, además de que tendría que responder por la abulia e ineficiencia de los cuerpos policiacos, cuya guardia vale para un puritito carax, como bien se sabe.
La alcaldesa de plano abjuró de sus responsabilidades, pues le ordenó al declarante “que entre a esta ciudad (Monterrey) y la haga su habitación” para establecer “su reino de paz y bendición” y, con evidente sorna, se atrevió a declararlo Señor de Monterrey”, como si se tratara del Nuevo Reino de León, pero el aludido se negó a aceptar la chamba al grito de “mi reino no es de este rumbo” y le recomendó a la funcionaria leer la Constitución mexicana, que establece claramente la separación de las iglesias y el Estado.
Refirió el de la túnica que no es la primera vez que le hacen estas encomiendas sin salario alguno, lo que considera un abuso de políticos ineptos, cínicos y abusivos, tales como César Duarte Jáquez y Javier Duarte de Ochoa, “gobernadores” respectivamente de Chihuahua y Veracruz; o los alcaldes César Garza y Rodolfo Ambriz, de Guadalupe y Benito Juárez, municipios de Nuevo León; de Enrique Pelayo Torres, munícipe de Ensenada, Baja California; o de Miguel Ángel Mancera, que acude al cardenal Norberto Rivera Carrera en busca de bendiciones.
En fin, que se trata de políticos que se bailan un zapateado sobre las Leyes de Reforma y que al usar a Dios para sus grillas se burlan de las creencias populares, por lo que merecen irse al infierno.

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