Hoy por hoy, no hay poder que impida a un país reformar su andamiaje jurídico si ya no responde a las necesidades.
¿Con estos problemas y la  visión de nuestros políticos,  podríamos ser optimistas?
Una de las ventajas de la globalidad —no me cansaré de repetirlo—, es poder comparar el desempeño de las economías y también, aún cuando esto último pudiere ser subjetivo, el de los gobernantes y sus poderes legislativos (sean éstos, parlamentos o congresos).
La globalidad hoy, por encima de las diferencias en cuanto al tamaño de la economía de cada país y su número de habitantes, nos iguala; nos coloca en un piso en el cual, por encima de baches y recodos, casi nos coloca en condiciones de igualdad.