Obama habla, McCain hace La única manera en que bien Clinton o bien John McCain pueden derrotar a un contrincante tan nuevo, fresco y deslumbrante como Obama es preguntar: ¿de verdad conoce a este tipo? Por Charles Krauthammer | ||
Hizo todo lo humanamente posible contra él. Acusó a Barack Obama de plagio. Ridiculizó su elocuencia. Cuestionó su sinceridad con el NAFTA. No fue suficiente. Hillary Clinton se enfrentaba aún a la extinción en Ohio y Texas. ¿Qué haces cuando has hecho todo lo que está en tu mano? Soltar la bomba atómica. De ahí ese brillante anuncio "llamada telefónica a la Casa Blanca a las tres de la mañana". En la gran tradición del anuncio “Daisy” de Lyndon Johnson, no fue sutil -- aunque en el 2008 no muestras realmente la explosión nuclear. Es suficiente simplemente dar a entender una crisis apocalíptica. El anuncio aparentemente trataba de experiencia. No era así. Trataba de familiaridad. Después de todo, como señalaba Obama, ¿cuál es exactamente la experiencia que prepara a Hillary para responder al teléfono rojo a las 3 de la mañana? Ella planteaba una cuestión más profunda: ¿sabe usted de verdad quién es este tipo? Tras el confuso flirteo con este caballero elegante que llegó a la ciudad apenas ayer, ¿está usted de verdad dispuesto a confiarle a sus hijos, el principal activo del anuncio? Después de meses de enfrentarse a ciegas infructuosamente a un contrincante etéreo compuesto a partes iguales de esperanza, retórica y entusiasmo, Clinton había marcado contacto por fin con el enemigo. Las dudas que planteó crearon el suficiente remordimiento de comprador para convencer el martes a los Demócratas de no cerrar aún el trato con el misterioso extranjero. La única manera en que bien Clinton o bien John McCain pueden derrotar a un contrincante tan nuevo, fresco y deslumbrante como Obama es preguntar: ¿de verdad conoce a este tipo? O el corolario: ¿es de verdad quien dice que es? No estoy hablando de insinuaciones calumniosas sobre sus orígenes, su religión o su educación. Estoy hablando del hombre hecho y derecho que se presenta al país en términos notablemente grandiosos como sanador, conciliador y unificador. Esto, después de todo, es su principal atractivo. Lo que le hace diferente a los demás candidatos, procedentes de "la vieja política" que desprecia, es la promesa de ir más allá del partido, llevarnos más allá de la ideología y de otras divisiones arcaicas, y consolidarnos como "una nación". Ha funcionado. Cuando a los americanos les pregunta quién puede unirnos, el 67% dice que Obama frente al 34% de Clinton, con McCain en el 51%. ¿Cómo logró esa mano Obama? Explotando uno de los grandes non sequiturs de la política americana moderna. Reza así. Puesto que Obama trasciende la raza, se asume por tanto que trascenderá todo lo demás -- las divisiones de regiones, clase, partido, generación e ideología. La premisa aquí es cierta -- Obama sí trasciende la raza; no se ha presentado como candidato de agravios de minoría; su visión de los Estados Unidos es inequívocamente post-racial -- pero la conclusión no se deriva necesariamente. Es simplemente sugerida en la brillante celebración retórica de Obama de la unidad americana: "jóvenes y viejos, ricos y pobres, blancos y negros, latinos y asiáticos -- cansados de una política que nos divide". De ahí que "la elección en estas elecciones no es entre regiones o religiones o sexos. No es sobre ricos contra pobres; jóvenes contra viejos; y no es sobre negros contra blancos. Es de pasado frente a futuro”. El efecto de tan arrebatadoras invocaciones de unidad es eléctrico, particularmente porque la raza es la más profunda y trágica de todas las divisiones americanas, y esta invocación es promulgada por un hombre que nos lleva poderosamente más allá de ello. La implicación es que por tanto está cualificado de manera única para trascender todas las demás divisiones. No es una sugerencia gratuita. Podría ser cierta. El problema es que el propio historial de Obama sugiere que, en el menor de los casos, no lo es. En la práctica, su trayectoria en el Senado desmiente de manera tajante la implicación. La campaña de Obama ha enviado a los periodistas 8 páginas de ejemplos de su alcance con el otro lado del hemiciclo del Senado. Pero estos son asuntos sin importancia y casi sin controversia -- más ayuda a los veteranos de guerra, reducir las cabezas nucleares abandonadas de la Unión Soviética, y similares. El apoyo bipartidista a los asuntos políticos de consenso no supone en absoluto un perfil de valor. En materia de los compromisos difíciles que exigen valor político para desafiar al propio electorado político de uno, Obama retrocedió: el compromiso de "la banda de los 14" en los nombramientos judiciales, el compromiso de inmigración que Obama intentó anexar a las enmiendas de anulación respaldadas por los sindicatos, y, apenas el mes pasado, el compromiso a las escuchas sin garantías judiciales que obtuvo 68 votos en el Senado. Pero no el de Obama. ¿Quien apoyó realmente todos estos acuerdos bipartidistas, fue un jugador central en dos de ellos, y arbitró la campaña aún más notoria de reforma de la financiación de campaña McCain-Feingold? John McCain, por supuesto. Sí, John McCain -- inclemente y provocador, de codos curtidos y lengua aún más curtida. Resulta que unir no es un asunto de retórica o estilo, sino de carácter y valor. |
09 marzo, 2008
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