26 marzo, 2008

PRipD

Fernando Amerlinck

Es interesante presenciar cómo los miembros de un partido no saben —no pueden— atentar contra su propia naturaleza ni modificar sus costumbres, incluso a precio de condenarse a la división o la inexistencia, luego de hacerse el seppuku. (Mejor dicho harakiri, forma más vulgar de referirse a lo mismo: autodespanzurrarse. El seppuku es código de honor de los samurais; cosa desconocida, eso del honor, sin nada que ver con lo que estamos viendo. No es un bello espectáculo, pero sí es muy interesante.)

Las acciones tienen consecuencias. Las conductas conforman las acciones. Las costumbres llevan a conductas. Las actitudes individuales se hacen costumbres colectivas. Las costumbres no cambian. Las costumbres se hacen historia y acción. Las costumbres tienen consecuencias.

Los políticos a la antigua/moderna usanza mexicana son los mismos, aunque migren del PRI al PRD o hasta al PAN. No saben hacer lo que nunca han hecho: aceptar la voluntad ajena si no les conviene; y peor aún, ceñirse a una superestructura profundamente antinatural, voluntarista y ajena a sus prácticas de siempre, que se llama ley (o normas, o reglamentos, o instituciones).

Nunca había visto que un partido se hiciera tal daño en tan poco tiempo como el PRD en estas recientes "elecciones", sólo parecido a como se inmoló su caudillo más visible luego de perder una verdadera elección que en nada se parece a la pocilga que ahora han hecho. Al seguir sus prácticas de siempre, ese partido se ha convertido en una especie de self-destructing device.

Las fuerzas de izquierda tienden a la división, probablemente por los exclusivismos ideológicos; las diversas interpretaciones del socialismo, a cual más dispares. Las tendencias marxistas leninistas. Las maoístas. Las anarquistas. Las trotzkistas. Las socialdemócratas. Las mucho más de tres "terceras vías" de toda época y latitud. Es casi imposible encontrar un punto de unión entre tantas interpretaciones.

El único lazo entre esas visiones dispares es siempre el mismo, y lo vimos clarísimo en 2006: el poder, con su indispensable correlato: el dinero. El poder y el dinero son el único cemento eficaz para unir a adversarios ideológicos y conciliar a rivales irreconciliables. Si en 2006 estuvieron a un pelo de rana del poder, fue porque pragmáticamente se arremolinaron y doblaron la cerviz ante un caudillo iluminado.

Poco importaba que ese personaje no tuviese ideología, ni ideas, ni programa, ni oferta alguna para abrir el futuro. No importaba confirmar hasta la saciedad que el sembrador de cizaña propiciara la desunión y la división, el odio y el rencor, el resentimiento y la desconfianza, la violencia y la destrucción, la mentira y el desprecio. No importaba que no fuese de izquierda, aunque así se proclamase.¡Podía llegar al poder! Al queso. Los permisos. Las curules. Las influencias. Las concesiones. Los negocios. Las prerrogativas. El dinero.

A la voz no dicha de "el fin justifica los medios", antiguos comunistas y gente de izquierda —con sus excepciones, alguna muy meritoria y cercana a mi amistad— se dejaron embaucar. Se aliaron con coyotes priistas, ratas de presupuesto, mapaches electorales y cómplices o victimarios de sus antiguos adversarios. Las mieles del cercano poder y las inmediatas prerrogativas partidistas eran suficientísimas. Y serán indispensables para, con la misma fruición y arrestos, asaltar el poder en 2012; a ver si ya se le hace a quien hoy no pasa de ser un legítimo innombrable.

Las ambiciones del poder y del dinero bastaron para hacer un estercolero de votos y urnas, siempre con el ánimo de sacrificarse para servir patrióticamente a la Patria. Los fraudes electorales son patrióticos cuando la causa es legítima, como bien lo sabe su reciente aliado de ocasión, el celebérrimo neoperredista Bartlett.

Esas prácticas de nuestro tribal sistema político pervierten a cualquiera que se meta al poder, así se pinte de tricolor, de amarillo, de blanquiazul o de naranja. Pero (a menos que Newton estuviera loco) a toda acción corresponde una reacción. Y en el PRD viven en su propio chicharrón las consecuencias de actuar como lo que son y de haberse hecho acompañar de congéneres que disfrutan de los lodazales. No tenían alternativa: la naturaleza del típico político mexicano, esforzado patriota con inocultable vocación de servirse, es regodearse con las piaras, utilizar sus métodos y hacer pervivir las porquerías de siempre. Que, claro, tienen consecuencias.

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