La mayor injerencia de los gobiernos pone en riesgo el avance de la globalización
El mundo ya no es tan plano.
Durante la larga marcha hacia la globalización, cayeron las fronteras y las barreras comerciales. El comunismo se derrumbó y se desmantelaron los muros proteccionistas en América Latina y otros países. Los gobiernos, habitualmente propensos a inmiscuirse en el comercio, le cedieron la iniciativa a las fuerzas del mercado.
Thomas Friedman, columnista de The New York Times, declaró que Internet y otras tecnologías globales estaban borrando las fronteras nacionales. El mundo, dijo en un libro de 2005, era plano.
Ahora, sin embargo, la economía global parece estar entrando en una época en la que los gobiernos tienen una mayor injerencia en la vida de las personas y los negocios. Una vez más, se están erigiendo barreras en un fenómeno que podría llamarse el nuevo nacionalismo.
"La era de la globalización fácil ha terminado", dice Daniel Yergin, cuyo libro de 1998, Líderes y Pioneros de la Globalización, explicaba en detalle el triunfo de los mercados sobre el Estado, a partir de la liberalización de la economía británica bajo el gobierno de Margaret Thatcher. "El poder del Estado se está volviendo a sentir", afirma.
Hace apenas una década, Asia, parte de Latinoamérica y Rusia estaban en la sala de cuidados intensivos y seguían al pie de la letra el tratamiento recetado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estados Unidos planeaba una nueva ronda de negociaciones comerciales y la Unión Europea redactaba una Constitución en la que los países miembros delegaban más facultades en Bruselas.
Ahora, quienes buscan financiamiento ni se acercan al FMI y el Banco Mundial. Las negociaciones comerciales están en un punto muerto y crecen las barreras a la inversión extranjera en todo el mundo. Las compañías estatales se están expandiendo, especialmente las de petróleo y gas, a la vez que el respaldo público a las restricciones a la inmigración aumenta en una serie de países, desde EE.UU. a India.
La mayor influencia de los gobiernos queda de manifiesto en los gigantescos fondos estatales de inversión. Los fondos soberanos de Asia y Medio Oriente están apuntalando a las tambaleantes instituciones financieras de EE.UU, y Europa y podrían volcar su mirada, y su dinero, a las vapuleadas firmas de bienes raíces. El crecimiento del poder estatal podría dificultar aún más el combate contra el cambio climático, el tema más global de todos.
¿Cómo se explica el mayor protagonismo estatal?
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 hicieron que muchos países priorizaran la seguridad, un tema que sólo puede ser manejado por los Estados. Los países enriquecidos por el auge de las materias primas están utilizando su creciente influencia para conseguir sus fines, como sucede con la nacionalización de yacimientos petrolíferos en Venezuela y las amenazas de Rusia de recortar el suministro de gas natural a Europa Occidental.
Estos cambios no presagian una era de proteccionismo. Los 15 países que comparten el euro desde 1999 continuarán haciéndolo, pese a algunos lamentos ocasionales. Los gobiernos continúan obedeciendo los dictámenes de la Organización Mundial de Comercio, aunque tengan que cambiar sus propias leyes para cumplir. Friedman, el teórico del mundo plano, sostiene que la mayor influencia del Estado podría ser un "episodio" más que una tendencia y que las avances tecnológicos seguirán dándole más poder a los individuos más allá de las fronteras.
De todas maneras, se acumula la evidencia de que los gobiernos comienzan a ejercer una influencia cada vez mayor. En los países ricos y pobres, por ejemplo, la inmigración se ha convertido en un poderoso tema político, a medida que las mejoras en el transporte facilitan el movimiento de las personas a través de las fronteras. Ha habido rechazo en contra de los birmaneses en India, los haitianos en el Caribe y los bolivianos en Argentina, entre otros países. En 44 de los 47 sondeados por el centro de estadounidense de estudios Pew Research Center el año pasado, la mayoría apoyaba mayores restricciones a la inmigración.
A su vez, el alza en los precios de los alimentos está motivando a los gobiernos a erigir nuevas barreras a la exportación. "Si nos vemos forzados a importar, no hay un país en el mundo que cultive los alimentos que necesitamos", dice el ministro de Finanzas de India, P. Chidambaram. "Por lo tanto tenemos que ser casi autosuficientes en todas las categorías de alimentos".
Mayor influencia
Los ciudadanos de países pobres se regocijan del nuevo poderío de sus países. En Rio de Janeiro, Maria Aparecida Lemos, una paciente con sida que perdió la vista, relata que "celebró como si fuera una fiesta" cuando el año pasado el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula Da Silva, revocó una patente de la farmacéutica estadounidense Merck & Co. sobre un medicamento contra el sida. Brasil ahora importa el fármaco, Efavirenz, desde India y cobra una fracción de lo que Merck cobraba. Bajo las reglas globales de libre comercio, los países en desarrollo tienen el derecho de anular las patentes en caso de emergencia, pero pocos lo han hecho por temor a las represalias.
La farmacéutica explica que ya había reducido el precio de Efavirenz y estaba dispuesta a bajarlo más, pero no lo suficiente para satisfacer a Brasilia. "Brasil tal vez no sea el tipo de lugar en el que uno quiera invertir", dice Jeffrey Sturchio, vicepresidente de responsabilidad corporativa de Merck. Los funcionarios brasileños descartan tales comentarios, indicando que la creciente riqueza del país lo ha convertido en un imán para la inversión extranjera.
Las compañías de energía han estado entre las primeras en sentir los efectos del nuevo nacionalismo. Desde que los precios del petróleo comenzaron a subir en 2004, Rusia, Venezuela, Bolivia y Ecuador han nacionalizado sus activos petroleros en manos foráneas, en lo que constituye la primera ola de nacionalización desde los años 70. Después de que PDVSA, la petrolera estatal venezolana doblara su participación en los proyectos de crudo pesado en el Río Orinoco el año pasado, ConocoPhillips se retiró, asumiendo un cargo de US$4.500 millones. Exxon Mobil Corp. también se marchó y demandó a Venezuela por compensación.
La petrolera angloholandesa Royal Dutch Shell PLC ha cambiado los escenarios que sus economistas crean para ayudar a la compañía a planear sus siguientes pasos.
En la década de los 90, los escenarios de Shell asumían que el poder estatal estaba disminuyendo. La compañía realizó una cuantiosa inversión en los yacimientos petrolíferos rusos de Sakhalin, creyendo que no habría gran interferencia de parte del gobierno. Pero cuando el Kremlin amplió su control del sector energético, Shell fue forzada a vender la mitad de su participación en el proyecto a la estatal rusa OAO Gazprom.
Los gobiernos juegan un rol más preponderante en los modelos actuales. Uno de los dos escenarios de Shell asume que el dominio del gobierno sobre los recursos, cerca del 80% de las reservas mundiales de petróleo son controladas por petroleras estatales, continuará. En el otro modelo, el Estado sigue en el centro de la toma de decisiones, pero empresas y gobiernos reconocen intereses comunes y alcanzan acuerdos para combatir el calentamiento global, señala Jeremy Bentham, vicepresidente de Shell de negocios globales. Reconociendo el poderoso rol de las petroleras estatales, Shell está invirtiendo en fuentes de petróleo poco convencionales. La empresa anunció recientemente un plan de expansión de US$10.000 millones en las arenas de alquitrán de Canadá.
El nuevo nacionalismo podría perdurar por un largo período, asegura Michael Klein, economista jefe de International Finance Corp., el brazo de inversión del Banco Mundial. "Los disímiles intereses nacionales pueden llevar a los países en diferentes direcciones y dificultar las acciones globales", dice Klein. "Se avecinan varias décadas de estas fuerzas centrífugas".
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