Roberto Salinas León
Un grave error que se está cometiendo en estos mercados, amparados en la falacia de que el alza de precios es consecuencia del egoísmo empresarial, es el uso y abuso de los controles de precios, y los subsidios, como mecanismo para anclar las expectativas de inflación. Esto, no tan solo genera escasez en el corto-plazo, sino que también constituye una bomba en potencia que tarde o temprano emite su radiación total (y, con el consiguiente efecto olla exprés).
La inflación es el mejor barómetro para medir la capacidad económica de un gobierno…
Stanley Fischer, Gobernador, Banco de Israel
El problema de inflación que vivimos hoy no es el mismo problema que se dio en épocas anteriores. La vieja disyuntiva entre el crecimiento y la estabilidad se convirtió en una reliquia intelectual, una curva sin sustento en la economía real. La inflación fue, como dicen estas famosas palabras de este también famoso economista, un auténtico barómetro de la calidad de la política económica de un país.
Ahora, el fantasma de la inflación parece haber regresado, inspirado por el alza de los altos precios de alimentos y de energéticos. Un “asesino serial” económico, como bien apunta el semanario The Economist, que requiere una respuesta fulminante. Pero para ello es necesario, primero, acordar el diagnóstico adecuado.
Hace unos años, en uno de los foros de Jacksonhole, Ken Rogoff, en ese entonces la cabeza del equipo de economistas en el FMI, tuvo la “osadía” de sugerir que una de las razones detrás del ambiente de inflación baja que venían disfrutando las economías en el mundo en ese entonces se debía, en forma no despreciable, a las fuerzas de la apertura comercial y el aumento en la competencia internacional. El mensaje “entre líneas” era: a pesar de las políticas monetarias fáciles, aparentemente laxas. (Hoy en día, incluso, la tasa de interés mundial promedio es… ¡negativa!)
Rogoff decía, correctamente, que la lección principal para mercados emergentes, como el nuestro, es que el crecimiento no debe venir por el lado de la demanda, basado en una expansión de gasto federal, sino por el lado de la oferta, bajo mayores incentivos a la productividad, o sea, reformas estructurales que fomenten la competencia.
En México, la tasa de inflación todavía es baja en comparación a lo que se ve en otros países, como Argentina o Venezuela, donde la trampa de incluir bienes con precios controlados en la canasta básica es común (y corriente). El consenso general ubica la tasa de inflación venezolana en 30%, cuando el mercado informal en ese país indica un índice mucho mayor, de más del 60%—fiel reflejo de la “capacidad económica” del caudillismo voluntarista.
Un grave error que se está cometiendo en estos mercados, amparados en la falacia de que el alza de precios es consecuencia del egoísmo empresarial, es el uso y abuso de los controles de precios, y los subsidios, como mecanismo para anclar las expectativas de inflación. Esto, no tan solo genera escasez en el corto-plazo, como ya se observa en países como Venezuela, Ecuador o Argentina, sino también constituye una bomba en potencia que tarde o temprano emite su radiación total (y, con el consiguiente efecto olla exprés).
The Economist especula que varios decisores económicos en estos mercados ven el alza de inflación como un choque de oferta, por lo cual no es necesario recurrir a mayores restricciones monetarias. En vez, recurren a los controles como medidas preventivas. Tal como explicó Sergio Sarmiento, esta medida genera un espejismo sobre la inflación real, y constituye una “bomba de tiempo” que podrá resultar en una “escalada inflacionaria.” Este parece ser el caso actual en la economía mexicana.
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