29 mayo, 2008

La “eminencia gris” tras el Papa Benedicto XVI

Difícilmente podemos imaginarnos una postura más radical: El punto es que si uno realmente cree en la verdad expuesta por la cristiandad ortodoxa, uno pensará y actuará como si el destino final (cielo o infierno) que cada uno escoge es real y que ello moldeará toda decisión moral que se toma, incluyendo las opciones políticas. Ese es el verdadero fondo del mensaje social del Papa.

Grand Rapids, Michigan (AIPE)- Luego de la visita del Papa a Estados Unidos se escucharon refunfuños de activistas que pensaban que Benedicto XVI dijo poco sobre temas como el cambio climático y las deudas del tercer mundo, lo cual creen que refleja su poco interés en los temas importantes.

Desde el comienzo de su papado, su santidad ha tendido a no discutir en detalle políticas y asuntos públicos, por dos razones. Primero, tan pronto fue elegido, el Sumo Pontífice reafirmó que la Iglesia Católica tiene posiciones no negociables en ciertas materias, especialmente en la protección de vidas inocentes, el matrimonio y la libertad religiosa bien entendida. Pero el Papa también reafirmó que en cuanto a políticas y asuntos públicos, los católicos deben tomar sus propias decisiones, guiadas –claro está- por principios católicos. Inclusive dentro de la misma Iglesia no se entiende bien que los católicos gozan de gran libertad para asumir diferentes posiciones en cuanto a políticas a seguir.

En esto, quizás la mayor influencia sobre el pensamiento social del Papa, su eminencia gris, ha sido un teólogo y jesuita francés que murió hace 17 años. Nacido en 1896, Henry de Lubac vivió de cerca los cataclismos del siglo XX. Combatió en las trincheras en la Primera Guerra, participó en la resistencia durante la Segunda Guerra, laboró como experto en teología en el Concilio Vaticano II y fue amigo y consejero tanto de Karol Wojtyla como de Joseph Ratzinger.

Lo mismo que Ratzinger (ahora Papa), Lubac era considerado bastante avanzado antes del Vaticano II y sufrió críticas y ataques de parte de algunas autoridades de la Iglesia. Pero a partir del Vaticano II (1962-1965), ambos surgieron como grandes defensores de la ortodoxia católica. Los ataques continuaron de parte de teólogos heterodoxos como Hans Kung, quien todavía trata de disolver el catolicismo, convirtiéndolo en una doctrina hiper-politizada, burocratizada, doctrinariamente seudo-cristiana y vacía.

Con de Lubac, Ratzinger compartía la convicción que el camino a la renovación de la Iglesia no es lanzarse a lo último que está de moda entre intelectuales. Para de Lubac, una renovación auténtica se logra solamente regresando a las inspiraciones cristianas originales, especialmente a las Sagradas Escrituras y a los padres de la Iglesia, utilizando todo ello para pensar en el presente. Según de Lubac esa es la manera de articular un mensaje claramente cristiano al mundo moderno.

Un buen ejemplo es su libro “Aspectos sociales del dogma” (1938). En sus “Memorias”, Ratzinger recuerda el impacto de esa obra en su pensamiento y está claramente relacionado con su encíclica “Spe Salvi”. En otro libro, “Catolicismo”, de Lubac toma de la Biblia y de los líderes antiguos y medievales para analizar lo que la naturaleza misma de la Iglesia sugiere respecto al sitio del individuo en la sociedad. Lo atractivo de ello es que saca a la superficie ideas que no se pueden caracterizar como de “derecha” ni de “izquierda”, sino que aportan una perspectiva netamente cristiana y da la espalda a las cada día más estériles caracterizaciones políticas. Ese método quedó claro en dos de los recientes discursos del Papa.

Uno de ellos fue en las Naciones Unidas, donde Benedicto aclaró que la noción misma de los derechos humanos fue originalmente conceptualizada por teólogos católicos y su sentido está basado en la visión bíblica del hombre. Esa es la manera de hablar de derechos que nos aparta del laberinto de supuestos derechos reflejados en las típicas declaraciones poco coherentes emitidas por organizaciones internacionales.

El segundo discurso fue la reciente conferencia del Papa, el 3 de mayo, a la Academiia Pontificia de Ciencias Sociales, donde se refirió a la naturaleza de la subsidiaridad y la solidaridad. Citando a la Biblia, a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino, Benedicto le recordó a la audiencia que el propósito final de tales principios no es eficiencia ni igualdad, sino “situar a hombres y mujeres en el camino a descubrir su destino supernatural y definitivo”.

Ni “solidaridad” ni “subsidiaridad”, dijo el Papa, tienen un solo sentido en este mundo y sí tienen un significado trascendental. Solidaridad tiene ultimadamente que ver con ayudar a otros a vivir completamente su vida, algo que solamente se logra viviendo con Jesucristo. Y subsidiaridad “libera a la gente del desaliento y falta de esperanzas, dándoles la libertad de actuar con los demás en la esfera comercial, política y cultural”. Pero, por encima de todo, añadió Benedicto, “espacio para amar… lo que sigue siendo la mejor manera”.

Nada de esto implica que Benedicto o de Lubac cree que la política o las políticas públicas no son importantes. El punto es que si uno realmente cree en la verdad expuesta por la cristiandad ortodoxa, uno pensará y actuará como si el destino final (cielo o infierno) que cada uno escoge es real y que ello moldeará toda decisión moral que se toma, incluyendo las opciones políticas.

Ese es el verdadero fondo del mensaje social del Papa. Difícilmente podemos imaginarnos uno más radical.

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