por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Leo en un cable de AP que Rafael Correa, presidente de Ecuador, calificó de ''sinvergüenzas'' a los directivos de la Human Rigths Foundation. ¿Por qué? La institución, radicada en New York, le había remitido varias cartas, muy bien razonadas, denunciando ciertas penosas violaciones de los derechos humanos ocurridas en el país. Lamentablemente, en lugar de utilizar la información para corregir esos atropellos, se escudó tras la coartada nacionalista, optó por ofender a los activistas internacionales y les dijo que se metieran en sus propios asuntos.
Me entero, por el mismo despacho periodístico, que el señor Correa, además, intentó defenderse con un argumento curioso: ''entre los miembros de la HRF se encuentra gente de derecha retrógrada como Álvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner''. Naturalmente, HRF no tardó en responder: ''Carlos Alberto Montaner nada tiene que ver con nuestra organización''. Y así es: jamás he tenido el menor vínculo con este grupo, ni conocía el informe sobre Ecuador, aunque, tras leerlo, me resultó muy persuasivo y descubrí que HRF cuenta con un prestigiosísimo elenco de asesores internacionales. También debo desmentir, por supuesto, que forme parte de la ''derecha retrógrada''. Si el señor Correa se hubiera tomado el trabajo de leer Fabricantes de miseria, uno de los libros que he escrito al alimón con Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza, probablemente entendería mejor lo que es una verdadera visión liberal de la economía y la sociedad y lo que pensamos de la "derecha retrógrada''.
En todo caso, esperé un par de días a que el presidente se disculpara públicamente por el injusto ataque que me había hecho. Fue en vano. Un ex compañero del presidente, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, me advirtió que nunca lo haría: ''este señor es incapaz de reconocer un error''. No conoce la duda ni la rectificación. Luego me explicó que es una persona afectada por una arrogancia patológica, y me remitió una entrevista que acaba de hacerle el periódico argentino Página 12. El propio presidente Correa, prisionero de un extraño orgullo, se describe en esos papeles como una persona ''irascible''. Alguien gobernado por la ira, no por la razón ni el sentido común.
Me pareció una sorprendente autoinculpación. El señor Correa dice ser un católico militante y debe saber que la ira es uno de los siete pecados capitales desde que San Gregorio, entonces Papa, compiló la lista en el siglo VI. ¿No le ha advertido su confesor que la ira lo conducirá directamente al infierno a menos de que se arrepienta sinceramente y renuncie a esa manera de ser y comportarse? Dante, que fue el gran teórico de estos vicios del espíritu, lo definió muy bien en La divina comedia: ''la ira es el amor por la justicia transformado en venganza y resentimiento''. ¿Es así como el presidente Correa se enfrenta a las infinitas injusticias que aquejan a Ecuador? ¿Con venganza y resentimiento?
Es una pena. Entre todos los defectos que pueden tener un gobernante, la irascibilidad está entre los peores. Se gobierna con la cabeza y con el corazón, no con el hígado. Los romanos lo consignaron con total claridad: la principal virtud del buen gobernante es la prudencia. Hay que saber ponderar las consecuencias de los actos de gobierno. Insultar al adversario, o al que postula una idea diferente, no es una muestra de carácter, sino de limitaciones morales e intelectuales. Tampoco fue una buena idea dejarse llevar por la ira y rechazar el esfuerzo conciliatorio del Centro Carter para poner fin al conflicto entre Colombia y Ecuador. El presidente Uribe, que no es una persona iracunda, tenía la mano extendida. No fue inteligente rechazarla. La ira nunca es inteligente.
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