11 julio, 2008

La pluma de un economista

BastiatPor Alberto Benegas Lynch (h)
La Nación


En un desfile militar, un observador le anticipó a su circunstancial vecino que en ese despliegue presenciaría la máxima capacidad de destrucción. Pasaban todo tipo de armamentos, municiones y moderna tecnología frente a una enfervorizada tribuna hasta que, sorpresivamente, aparecieron interminables hileras de hombres marchando desarmados y con simples trajes grises. ¿No dijo usted que se trataba de una exhibición de fuerzas armadas?, inquirió el hombre, desconcertado, a lo que el primero respondió: "Esos sujetos son economistas. ¡No sabe el daño que hacen!".

Si en América latina observamos los desaguisados que producen, en la mayor parte de los casos, los tristemente célebres "ministros de Economía", parecería que la chanza se convierte en una estremecedora realidad. Esto no ocurre sólo debido a las carreras demagógicas de sus jefes, que exigen a sus compinches el anuncio de todo tipo de pretendidas alquimias; ni siquiera se debe exclusivamente a la mala preparación en el aula, donde las más de las veces los futuros economistas son sometidos a modelitos tragicómicos de manejos desaprensivos de las haciendas ajenas.

Tal vez se deba a lo que Ortega denominaba "la barbarie del especialismo", y que el premio Nobel en Economía F.A. Hayek resume del siguiente modo para la profesión: "Nadie puede ser gran economista si es sólo un economista. Y agrego, incluso, que el economista que sólo es un economista será probablemente un estorbo, cuando no un peligro manifiesto".

La necesidad de explorar avenidas tales como el derecho, la historia, la epistemología y, en general, la filosofía resulta indispensable para el economista que quiera trascender los meros indicadores de coyuntura y las tareas mecánicas, para internarse en el rico espectro de la ciencia de la acción humana.

Un ejemplo de esta mirada multifacética es la pluma del decimonónico Frédéric Bastiat. En el segundo tomo de la Historia del pensamiento económico , de Gide y Rist, que todos los de mi generación hemos visto en la facultad, se lee de Bastiat que "su mesura, su buen sentido, su claridad dejan una impresión inolvidable y no sé si aún hoy su Armonías económicas no son el mejor libro que pueda recomendarse al joven que por primera vez emprende el estudio de la economía". Y John Elliot Cairnes escribe que "el nombre de Bastiat es, de todos los economistas franceses, tal vez el más conocido en este país [Inglaterra] y ha sido afortunado de encontrar excelentes traductores de sus obras principales".

La primera publicación de las obras completas de Bastiat fue editada en París, en 1854, por Paul Paillottet y René V. Fontenay, y la última la llevó a cabo la Universidad de París, en 1980. La primera traducción al castellano fue realizada, en 1870, por Francisco Pérez Romero, del Colegio de Madrid, quien dice en el prólogo que "tal es el grandioso pensamiento del autor, que desenvuelve con una claridad, originalidad y elocuencia que cautivan el ánimo del lector". Recién en 1964 se tradujo al inglés, en Princeton, por la editorial Van Nostrand, a partir de lo cual siguieron traducciones al italiano, al alemán y al chino (ahora hay quienes lo revalorizan en China).

Uno de sus trabajos en inglés lleva el prefacio del mencionado Hayek, quien señala que "Bastiat esgrimió argumentos contra las falacias más importantes de su tiempo [...] ninguna de estas ideas ha perdido razón en nuestra época. La única diferencia es que Bastiat, al discutirlas, estaba completamente del lado de los economistas profesionales y en contra de creencias populares explotadas por intereses creados, mientras que propuestas similares hoy son pregonadas por algunas escuelas de economistas y envueltas en un lenguaje ininteligible para el hombre común".

Su primer ensayo se publicó en 1844 en el Journal des Economistes et des Etudes Humaines (préstese especial atención al nombre de esta revista, que aún se edita) y murió prematuramente de tuberculosis en 1850, a los 49 años. Su obra quedó, lamentablemente, inconclusa; aunque en sólo seis años la producción ha sido asombrosamente amplia. Su pluma es a la vez irónica, incisiva y de notable precisión. Sus conocimientos jurídicos y filosóficos se entrelazaban admirablemente bien con sus estudios de economía, ofreciendo al lector lecciones simples, pero de alcances profundos.

Ilustro muy brevemente sus escritos con apenas tres ejemplos que revelan la potencia abrumadora de su pluma, al tiempo que ponen de manifiesto la inquietante actualidad de sus reflexiones.

En primer lugar, sus consideraciones sobre los fabricantes de velas, destacadas en la tesis doctoral en Economía presentada por Dean Russell en la Universidad de Ginebra, en 1959. Bastiat subraya lo contraproducente de toda tarifa aduanera, mal llamada "proteccionista", puesto que desprotege a los consumidores y sólo beneficia a empresarios prebendarios que lucran con la miseria ajena, quienes habitualmente se refugian en la necesidad de bloquear la entrada de productos del exterior para evitar la "competencia desleal". Por la vía del absurdo, Bastiat sostiene que los productores de velas deberían proponer la promulgación de un decreto para tapiar las ventanas de todos los habitantes "al efecto de evitar la competencia desleal del sol". Resultan de gran interés sus elucubraciones sobre la necesidad de eliminar aranceles en el contexto de un tipo de cambio libre y no manipulado por las autoridades gubernamentales y su demostración de las ventajas del librecambio para aumentar salarios.

En segundo lugar, el autor de marras describe el concepto de la ley como un proceso de descubrimiento y no de diseño e ingeniería social. En su obra titulada La ley (recién publicada nuevamente en España por Alianza Editorial) escribe: "Hay que decirlo: hay en el mundo exceso de «grandes» hombres; hay demasiados legisladores, organizadores, instituyentes de sociedades, conductores de pueblos, padres de naciones, etc. Demasiada gente que se coloca por encima de la humanidad para regentearla, demasiada gente que hace oficio de ocuparse de la humanidad. Se me dirá: usted que habla, bastante se ocupa de ella. Cierto es. Pero habrá de convenirse que lo hago en un sentido y desde un punto de vista muy diferente y que si me entrometo con los reformadores es únicamente con el propósito de que suelten el bocado".

El tercer ejemplo lo extraigo de un ensayo también de su autoría titulado Lo que se ve y lo que no se ve . Con esto va a la parte más sensible del análisis económico: la manía de elaborar, sobre ciertas medidas, haciendo caso omiso de lo contrafáctico, de lo que hubiera ocurrido si los gobiernos no destinaran coactivamente recursos ajenos en direcciones que los titulares no aprueban.

Se admiran la construcción estatal, los mármoles, los vidrios, la altura majestuosa, pero no se consideran la cantidad de zapatos, los colegios y la verdura que se hubiera producido si no se hubieran esterilizado recursos. El artículo alude a una persona que rompe una vidriera. Bastiat identifica a profesionales que seriamente dictaminan acerca de los beneficios de la destrucción, puesto que, en este caso, sostienen que el vidriero contará con mayores recursos para comprarse un traje y el sastre a su vez podrá adquirir otros bienes y así sucesivamente, sin percibir el beneficio neto de contar con el vidrio y, además, con fondos para aumentar el stock de bienes disponibles.

Ese ejemplo, que prima facie suena absurdo, es aplicado a muy diversos aspectos de la vida política. En este sentido dice Bastiat que un caso son las llamadas empresas estatales, cuya sola constitución implica un desvío de factores de producción desde las áreas productivas a las establecidas por los gobiernos y, de más está decir, con recursos de los contribuyentes. Argumenta también que "el Gobierno no debe intervenir en este proceso, ya que la riqueza de un país no puede estimular actividades por medio de impuestos, ya que esto implica dañar actividades más esenciales [...] Se dice que si el Estado no interviene por medio de impuestos para destinar recursos a las actividades religiosas es que se es ateo. Si no interviene con impuestos para las escuelas, se está en contra de la educación. Si el Estado no entrega recursos obtenidos por impuestos para establecer un valor artificial a la tierra o para subsidiar alguna rama de la industria, esto quiere decir que se es enemigo de la agricultura y del trabajo. Por último, se piensa que si el Estado no subsidia a los artistas, quiere decir que se patrocina la barbarie.

"Protesto con todas mis fuerzas contra estas inferencias. Muy lejos está de mi ánimo proponer la abolición de la religión, la educación, la agricultura, la industria, el trabajo o las artes. Por el contrario, sostenemos que la libertad en todas estas áreas, sin que se opere a costa del fruto del trabajo de otros, fortalecerá el desarrollo armónico y el progreso de estas áreas. Nuestros adversarios creen ingenuamente que la actividad que no está subsidiada será abolida. Nosotros creemos lo contrario. Ellos tienen fe en el legislador, no en el ser humano. Nosotros tenemos fe en el ser humano, no en el legislador".

Daniel Villey -en su tiempo profesor de la Universidad de París- escribe en un libro sobre doctrinas económicas que "aún hoy no existe una introducción a la economía política que resulte más atractiva y fértil que la obra de Bastiat [...] Quien fue el papa León XIII, en una carta pastoral (cuando era el cardenal Pecci, en 1877), rindió tributo al concepto de Bastiat sobre la armonía de intereses en una sociedad libre".

En momentos en que, como ha dicho Popper, se observan lenguajes oscuros con pretensión de científicos, es útil releer autores como Bastiat. Wilhelm Röpke ha escrito que "cuando uno trata de leer una revista económica de nuestros días, uno se pregunta si no estará en realidad leyendo una revista académica de química o hidráulica. Es tiempo de que hagamos un análisis crítico sobre estos temas. La economía no es una ciencia natural: es una ciencia moral y, como tal, se vincula al hombre como un ser espiritual y moral".

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