27 octubre, 2008

Las falacias de un Nóbel

por Lorenzo Bernaldo de Quirós

Lorenzo Bernaldo de Quirós es presidente de Freemarket International Consulting en Madrid, España y académico asociado del Cato Institute.

Con motivo de la concesión del Nóbel a Paul Krugman, El País publicaba el domingo pasado dos trabajos del laureado economista norteamericano. En el más largo, un ensayo titulado “¿Quién era Milton Friedman?” editado por The New York Review of Books en septiembre de 2007, Krugman realiza una burda manipulación del pensamiento “friedmanita”; en el segundo, un artículo corto, “La hora de la política fiscal”, el profesor de Princeton propone un remedio tradicional de la vulgata keynesiana, el masivo incremento del gasto público, como la solución idónea para superar crisis económico-financiera que golpea a los EE.UU. y al mundo. Con un brillante sentido de la oportunidad, el diario aprovecha la ocasión para sugerir que el modelo intervencionista, así editorializa su suplemento Negocios, surge de sus cenizas para salvar al capitalismo de los excesos del ultraliberalismo reinante.

De entrada resulta irónico describir la economía mundial, incluida la de los países desarrollados, como una especie de paraíso del laissez faire-laissez passer cuando el gasto público y la presión fiscal superan el 40 por 100 en la mayoría de los estados de la OCDE, los mercados están plagados por un sin fin de regulaciones, los programas del Estado del Bienestar han usurpado a los individuos la capacidad de decidir sobre asuntos básicos de su vida como la educación, la sanidad, la jubilación o el ejercicio de los derechos de propiedad está sujeto a fuertes limitaciones. Las economías avanzadas son capitalismos de estado atemperados por el mercado. Por otra parte sería una broma considerar ejemplos de un sistema capitalista más o menos puro a Rusia o China, a los petro-estados, a la Venezuela de Chávez etc, etc, etc. El socialismo real murió con la caída del Muro pero le ha sobrevivido un estatismo que con distinta intensidad impera en la mayor parte del Planeta. Ese es el “pensamiento único” que domina la escena pública, desde luego, la española.

En “¿Quién era Milton Friedman?”, Krugman muestra un desconocimiento enciclopédico de la obra de ese autor y/o la desfigura a conciencia. Dos perlas ilustran esa afirmación. Así sostiene que antes de su alocución presidencial ante la American Economic Association en 1967, Friedman nunca atribuyó a la política deflacionaria desplegada por la FED la responsabilidad de provocar la Gran Depresión. Pues bien, esa fue siempre su posición y es una de sus principales aportaciones a la historia económica y monetaria. Así lo han reconocido los expertos sobre la materia, incluido el actual presidente de la Resera Federal, Bernanke. El neo-Nobel imputa a Friedman la afirmación siguiente: “la Depresión no habría sucedido si el gobierno no hubiese intervenido”. Yerra una vez más. Para el maestro de Chicago la larga fase depresiva de los treinta mostraba el enorme poder destructivo de una actuación monetaria errónea no que el gobierno debería haberse cruzado de manos y dejarla seguir su curso. También comete errores de parvulario. Asigna la invención del término “estanflación” a Samuelson cuando fue acuñado en el Reino Unido en 1965. Los ejemplos podrían multiplicarse.

Desde los años ochenta del siglo pasado, todos los institutos emisores han rechazado el monetarismo, Krugman dixit, al que identifica con el control de los agregados monetarios. De nuevo, esta aseveración es falsa. El axioma central de esa corriente del pensamiento económico era y es uno: “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario”. En consecuencia, la banca central se basta para combatirla. Esta tesis forma parte del consenso macroeconómico contemporáneo, incluidos keynesianos como Modigliani o neokeynesianos como Mankiw. La consideración de la M1, M2, M3, etc. como los instrumentos básicos de control no es un elemento esencial del monetarismo, como cree Krugman, sino táctico. Su finalidad era poner de relieve que las tasas de interés no eran siempre ni en todo lugar un indicador preciso para determinar si una política monetaria era demasiado restrictiva o demasiado laxa. La Gran Depresión se desarrolló con un precio del dinero muy bajo y lo mismo sucedió con la deflación japonesa de la década de los noventa del siglo pasado (Ver Schwartz A.J., "Monetary Policy and the Legacy of Milton Friedman", Cato Journal, Vol.28, No.2, 2008).

La meta última de la argumentación krugmanita es mostrar la inutilidad de la política monetaria para superar una situación depresiva y propugnar una agresiva expansión fiscal para alcanzar esa meta. Así lo expresa Krugman en el texto editado por El País con el título, "La hora de la política fiscal". Para justificar su posición recurre a un viejo mito keynesiano, el de la trampa de la liquidez, que el propio Lord Keynes consideró un caso extremo y de improbable materialización. La idea es que, si los tipos de interés nominales se sitúan en niveles muy bajos o cero, la banca central carece de margen de maniobra para combatir una depresión/deflación. Este planteamiento muestra una ignorancia supina, impropia de un Nóbel. La política monetaria tiene la capacidad de alterar los precios relativos y éstos no se limitan a los tipos de interés a corto plazo. El banco central puede emitir dinero para comprar activos —acciones, bonos, divisas etc.— y, de este modo, afectar de manera directa a la demanda agregada. Mis amigos austríacos dirán, con razón, que esto es inyectar más heroína a un adicto y sólo contribuirá a hacer más duro el ajuste y retrasar la recuperación pero ese es otro debate. En cualquier caso, nadie ha visto nunca a esa fantasmagórica dama llamada Trampa de Lliquidez (ver Orphanides A., Monetary Policy in Deflation: The Liquidity Trap in History and Practice, Federal Reserve Board, 2003).

Las manipulaciones y ligerezas comentadas en este artículo son sólo una modesta muestra de las múltiples formuladas por Krugman durante los últimos años en casi todos los escritos ajenos a la agenda investigadora por la que se le ha concedido el Nóbel de Economía 2008. Acusa a los liberales de lo que él hace con maestría: deformar los hechos y las ideas para servir a su ideología. Asistimos a una enorme ofensiva contra el capitalismo competitivo y hay que aprestarse para su defensa. Vuelven los viejos dinosaurios… en realidad nunca se fueron.


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