01 marzo, 2011

El crepúsculo de las dictaduras unipersonales

Por Mariano Grondona

La Nación

Hoy llamamos dictadura al mando absoluto de una persona con pretensiones vitalicias. Al principio, sin embargo, no fue así, porque en tiempos de la República romana se llamó dictador al ciudadano a quien el Senado le otorgaba el poder absoluto por seis meses, en tiempos de emergencia. En su origen, pues, la dictadura era una institución compatible con las instituciones republicanas, parecida al "estado de sitio" que nuestro Congreso puede declarar, no para "condenar" sino para "salvar" a la república si ella se encuentra amenazada.

La dictadura romana era, por definición, breve. El excelso ejemplo del dictador romano fue el legendario Cincinato, un general retirado a quien el Senado convocó para salvar a la república frente a una invasión externa. Antes aun de que se cumpliera su plazo de seis meses, Cincinato venció a los invasores y devolvió el poder al Senado, para volver a cultivar su chacra de dos hectáreas. La institución de la dictadura fue falsificada sin embargo por Julio César, quien en el año 44 a.C. obtuvo el cargo de dictador perpetuo , vitalicio, un logro escandaloso que cesó en este mismo año cuando un grupo de ardientes republicanos le arrancó la vida en el Senado.

Por eso, en nuestro tiempo llamamos dictador a quienquiera que asuma el poder absoluto con pretensiones vitalicias y a quienquiera que, al hacerlo, aspire a superar la contradicción entre su aspiración a la inmortalidad y la realidad muchas veces trágica de su mortalidad. Siendo sólo hombres y, por lo tanto, "mortales", todos los dictadores antiguos y modernos han pretendido ser "dioses", es decir, inmortales, en flagrante rebelión contra la naturaleza humana. En estos días, diversos dictadores de Medio Oriente, desde el tunecino Ben Ali hasta el libio Khadafy, pasando por el egipcio Mubarak, han sido embestidos por revoluciones populares. Esta seguidilla de conmociones políticas, que también afecta a otros gobernantes absolutos en Bahrein, Yemen, Marruecos y más allá, obliga a preguntarse si, como César antes que ellos, aunque sin su lucimiento, unos dictadores tras otros están cayendo en nuestros días ante el incontenible impulso democrático de sus pueblos en un movimiento que, conmoviendo hasta el teocrático Irán y la comunista China, está adquiriendo una irradiación universal. En 1876, Richard Wagner dio a conocer una de sus óperas más famosas, El crepúsculo de los dioses . ¿Podríamos hablar, ahora, del crepúsculo de los dictadores ?

Mortales e inmortales

El pecado capital fue, para los griegos, la hybris o desmesura. Fue el típico pecado de los poderosos, a quienes los dioses de la tragedía griega ponían en su lugar humano, y no en el lugar sobrehumano al que aspiraban, mediante incontables sufrimientos. De César a nuestros días, la hybris ha sido el pecado de los dictadores, con su hambre irracional de ser dioses. Ben Ali, Mubarak y Khadafy lo han cometido. Otros dictadores dentro y fuera del mundo árabe, que también lo cometieron, están en lista de espera.

De Santo Tomás de Aquino a John Locke, la doctrina occidental les ha reconocido a los pueblos el "derecho de resistencia a la opresión". ¿Cuál es el factor que ha actualizado hoy, dramáticamente, este antiguo principio? La revolución de las comunicaciones . Según lo han explicado Alberto Arébalos y Gonzalo Alonso en un reciente libro, La revolución horizontal (Ediciones B, Buenos Aires, 2009), la revolución de las comunicaciones, que encarnan innovaciones como Google, Facebook, Twitter y otras semejantes por Internet, es horizontal porque no liga sólo a los emisores con los receptores de la información, como hasta ahora, sino también a los receptores entre ellos, y por eso su revolución se llama "horizontal", porque ahora los pueblos se comunican, gracias a esta revolución, consigo mismos . Gracias a esta revolución, los tunecinos, egipcios y libios se han conectado al margen de sus despóticos gobiernos. Gracias a ella, se están conectando los chinos y los iraníes, lo que refleja la aspiración universal a la democracia.

Aunque todos los hombres somos mortales, aspiramos a alguna forma de inmortalidad en la otra vida y esta motivación trascendente fue recogida por las religiones. Por debajo de ellas, sin embargo, los dictadores aspiran a la inmortalidad en esta vida . Pueden alcanzar, si tienen éxito, cierta longevidad política, pero no, de seguro, la inmortalidad. ¿No hay, entonces, ningún régimen político que pueda aspirar a la inmortalidad? Sí, lo hay. Es la democracia, porque sus mandatarios no la persiguen mediante su propia inmortalidad "biográfica", sino mediante una sucesión interminable de ciclos cortos, de pocos años cada uno. La historia prueba que democracias como la inglesa, de más de 300 años de vida, y la norteamericana, de más de 200 años, han llegado a cifras centenarias mediante la humildad sucesiva de gobernantes "cortos". La inmortalidad política institucional se logra en ellos y en otros como ellos a cambio de la renuncia a la inmortalidad política personal.

Chávez, Putin y nosotros

Cuando se difundió el rumor de que Khadafy podría buscar refugio en la dictatorial Venezuela, el aliento de las revoluciones populares comenzó a recorrer nuestra región donde, aun siendo minoritarios, aún existen dictadores con aspiraciones vitalicias como Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua y, por supuesto, Chávez. Al igual que los dictadores árabes, también su destino está marcado. "Largos" en términos biográficos, los dictadores latinoamericanos serán "cortos" en términos históricos. Aunque teóricamente neutral, pero en los hechos ultrakirchnerista, nuestra agencia Télam mostró la hilacha en estos días al ignorar olímpicamente lo que le pasaba a Khadafy. De ahí que una pregunta se vuelva urgente: ¿cuán dictatorial, cuán chavista, es la herencia de los Kirchner?

En Rusia se ha venido desplegando un régimen semidictatorial en función del cual, en tanto Medvedev "explica" y "habla" en cuanto presidente, Putin "manda" y "decide" en cuanto ex presidente y actual primer ministro. No otra era la división de funciones entre Néstor Kirchner, que decidía y mandaba como ex presidente y supuesto futuro presidente, y Cristina Kirchner, que explicaba y hablaba como presidenta, en tanto que ambos compartían una pretensión vitalicia. Esta fórmula de la "semidictadura", ¿hasta dónde quedó alterada el 27 de octubre, con la muerte de Kirchner? ¿Hasta dónde puede continuar siendo la Argentina de hoy, todavía, rusa o chavista?

Los residuos dictatoriales subsisten en el seno del círculo íntimo que aún rodea a Cristina. Pero también subsiste a su lado la vocación democrática que alientan no sólo las fuerzas de la oposición, sino también el kirchnerismo blando de Daniel Scioli y algunos "barones" del conurbano. La puja interna entre la simiente republicana que se ha implantado cerca del propio gobierno a partir de la muerte de Kirchner y el ultrakirchnerismo será vital para la democracia argentina. Alentada por encuestadores pagos tan creíbles como el Indec, ¿intentará prolongar la Presidenta la línea chavista de su antecesor, ya sin la fuerza que juntos tenían? ¿O se resignará, al fin, frente a la vocación democrática de la mayoría de los argentinos? ¿La oposición se mostrará capaz de mover al país en dirección de una república democrática como las de Brasil, Chile, Uruguay, Colombia y México? Esta no es simplemente una pregunta. Es la pregunta que se cierne sobre nosotros, en este año crucial de 2011.

Manejando con la licencia de Dios

Indocumentados en los EE.UU.: Manejando con la licencia de Dios

Rafael Prieto Zartha
Indocumentados: Manejando con la licencia de Dios En agosto de este año expiran las últimas 19 mil 732 licencias que fueron expedidas en Carolina del Norte con el respaldo del número de identificación tributaria (ITIN) o W-7, que permitió a 220 mil 982 indocumentados conducir sin problemas por las autopistas del país desde 2002.
Es probable que este hecho genere un éxodo de los portadores de los permisos de manejar a los tres estados donde todavía otorgan licencias a indocumentados, Nuevo México, Washington y Utah o se trasladen a ciudades donde el transporte público facilita desarrollar las actividades de la vida cotidiana sin necesidad de desplazarse en un vehículo privado, como Nueva York, Chicago, San Francisco y Washington DC.

También es posible que los carentes de permiso de conducir se regresen a sus países de origen o simplemente se queden y conduzcan con el riesgo de ser arrestados y eventualmente deportados.

Conozco a una chica bella e inteligente, que se graduó de la secundaria hace cuatro años, pero que al ser indocumentada no pudo continuar sus estudios de educación superior. Sin embargo, actualmente administra exitosamente una oficina de una empresa comercial.

Esta muchacha participó en varios concursos de belleza locales y regularmente me la encuentro en las actividades públicas que se realizan a favor de una reforma migratoria integral y por la legalización de los estudiantes indocumentados.

Sabiendo que llegó de Centroamérica siendo adolescente y que no tiene estatus migratorio, le pregunté como hacía para manejar en Charlotte y me respondió mostrando picardía en los ojos negros y soltando con su dentadura blanca, una sonrisa nerviosa: "manejo con la licencia de Dios".

Ella cuenta que nunca tuvo la oportunidad de tramitar su permiso de conducir y que esto ocurrió con muchos de sus amigos y conocidos.

La posibilidad de operar automóviles se ha convertido en un nudo gordiano para los indocumentados a los que se les fueron cerrando las puertas, estado por estado, para tener el privilegio de manejar.

La pesadilla se formalizó nacionalmente en mayo de 2005 con la aprobación de la ley federal Real ID, que se ideó contra el terrorismo, pero que en la práctica terminó afectando a los indocumentados.

La Real ID estableció requisitos de seguridad para la expedición de licencias de conducir e identificaciones por parte de los estados de la Unión Americana, lo cual era totalmente comprensible tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

No obstante, a esta ley, promovida por el representante James Sesenbrenner, que pasó en la Cámara con 368 votos a favor y 58 en contra, y que en el Senado tuvo una aprobación unánime, le agregaron medidas migratorias, que han dejando a los "ilegales" sin licencias.

Se suponía que todos los estados cumplieran con la Real ID en abril de 2008, pero el plazo se ha ido extendiendo hasta el actual 2011.

En Carolina del Norte el drama comenzó antes del Año Nuevo de 2005, cuando el Departamento de Transporte estatal anunció que cambiaba las reglas para emisión de las licencias, reduciendo los documentos requeridos para sacar el permiso. Y en julio de 2006 la Legislatura eliminó definitivamente el ITIN como respaldo para la expedición de la licencia.

En los tres estados donde los indocumentados todavía pueden sacar el permiso, se estudian medidas para abrogar la posibilidad de que obtengan el documento.

En Utah, 42,000 indocumentados conducen con licencias especiales que se empezaron a emitir hace seis años, pero en el Senado estatal cursa el proyecto SB 138, que propone abrogarles ese privilegio.

En el estado Washington, el Senado estatal controlado por los republicanos contempla el proyecto SB 5407 que impediría que los indocumentados obtengan la licencia.

Por fortuna en Nuevo México, donde se han expedido licencias a extranjeros desde 2003, los legisladores rechazaron una propuesta, apoyada por la gobernadora Susana Martínez, que le habría quitado la opción de tener permisos de manejar a quienes carecen de estatus migratorio. Así habrá 82,000 indocumentados menos que podrán presentar un documento en lugar de solo atenerse a "la licencia de Dios".

Rafael Prieto Zartha es un periodista independiente que escribe sobre inmigración y otros temas relacionados con los hispanos. Dirige el semanario Mi Gente, en Charlotte, Carolina del Norte.

México: aspirar a la prosperidad,

México: aspirar a la prosperidad, sin preservar lo que genera retraso

Por Luis Rubio

América Economía

¿Para qué mejorar si se puede seguir igual? ¿Para qué cambiar si todo está bien? La propensión natural, quizá la más fácil, es quedarnos donde estamos, rechazar cualquier cambio y pretender que estamos muy bien. Como en la Edad Media, nuestros empresarios se resguardan detrás del gobierno protector buscando el equivalente moderno de aquellos fosos que solían rodear a los castillos medievales. Las circunstancias eran otras, pero la pretensión igual: impedir que las cosas cambien. Impedir la prosperidad.

El rechazo al cambio es ubicuo. Los empresarios son quizá los más vociferantes, pero están lejos de ser los únicos. Su argumento es razonable, pero absolutamente errado: primero arreglen las cosas que están mal y después hablamos. Por supuesto, el objetivo es posponer ese “hablamos” tanto como se pueda, dejando que la economía y los consumidores paguen el pato. Es cierto que muchas cosas no funcionan o funcionan mal, comenzando por el hecho de que la apertura económica ha sido muy desigual. Sin embargo, la oposición del sector empresarial a cualquier apertura es absurda.

Quizá no haya mejor ejemplo de lo absurdo de su oposición a la apertura que la relativa a la negociación de un Tratado de Libre Comercio con Brasil. El argumento del sector privado es que los brasileños se pasean en México como si ésta fuera su casa, mientras que los productos y empresas mexicanas enfrentan un mundo de protección y discriminación en aquella nación. De ser cierta esta apreciación, lo que el sector privado debería estar haciendo es exigirle al gobierno mexicano, en los términos más enérgicos, que proceda a negociar la inmediata apertura de Brasil a los productos mexicanos, pues sólo así se logrará equidad.

A pesar de esta obviedad, su argumento es exactamente el contrario: no debe negociarse ningún tratado o acuerdo comercial mientras no se cambien las cosas dentro del país. Uno no puede más que concluir que, una de dos: o bien los empresarios mexicanos mienten respecto a la “injusta” competencia brasileña (que, por cierto, sería benéfica para el consumidor nacional), o carecen de toda argumentación lógica. También podría ser que prefieren no cambiar nada. No hay de otra.

La actitud empresarial no es enteramente distinta a la que caracteriza a otros sectores y grupos de la sociedad, actitud que se ve reflejada en el pobre desempeño que evidencia la economía, en el escepticismo y pesimismo que se ha vuelto axiomático y, en general, en el desorden que vive nuestro país. Claro que hay razones que explican algunas de estas actitudes, pero lo impactante es la total indisposición a enfrentar la realidad que nos ha tocado vivir. Como alguna vez escribió Hayek, oponerse a todo equivale a pretender contener grandes caudales de agua con una pequeña compuerta: tarde o temprano las aguas acaban no solo rebasando la presa, sino arrasando con todo lo que encuentran a su paso. La oposición a ultranza no hace sino negar la realidad: no hace sino impedir que las cosas mejoren.

Una mejor perspectiva la ofrecen Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda en su excelente texto Regreso al Futuro: “sacar al PRI de Los Pinos fue el grito del año 2000. Llevar a México a la prosperidad, la equidad y la democracia eficaz, debe ser el clamor de 2012. No queríamos en 2000 nada menos que la democracia. No deberíamos querer en 2102 nada menos que la prosperidad”. Se trata de la pregunta importante que todos los mexicanos deberíamos estar haciendo: qué es necesario para sentar las bases para la construcción de una prosperidad creciente y de largo plazo.

Los males del país son muchos y muy pronunciados. Sin embargo, no son especialmente distintos a los que caracterizan a otras naciones. La diferencia es, en buena medida, que nosotros hemos decidido privilegiar los problemas en lugar de intentar avanzar soluciones. El caso paradigmático es sin duda el de Brasil, donde la violencia es mayor a la de México y la infraestructura mucho peor y, sin embargo, la actitud de su población es exactamente la opuesta: allá la pregunta es cómo le hacemos a pesar de los problemas que enfrentamos y no cómo le hacemos para seguir sin cambiar.

El caso de las cámaras empresariales es francamente patético. En vez de demandar mejores servicios, respeto a la ley, equidad en la apertura y el fin del abuso, su demanda es privilegios, menos apertura y toda la arbitrariedad para mi beneficio y no para alguien más. Esa puede ser una definición de modernidad, pero ciertamente no una base sensata para la construcción de la prosperidad.

La paradoja es que los primeros grandes beneficiarios de la apertura serían los propios empresarios que hoy ven con temor cualquier cambio. Uno esperaría que el empresariado estuviera buscando mejores formas de hacer las cosas, nuevas tecnologías, mejorar sus procesos, elevar la calidad y, para lograr todo eso, presionar al gobierno para que haga posible una elevación sistemática de la productividad. El empresariado brasileño puede gozar de muchos mecanismos de protección, pero su actitud es la de un sector pujante, deseoso de mejorar. La del nuestro es la de perseverar e, inevitablemente, queriéndolo o no, abusar del consumidor.

Es evidente que el país cuenta con innumerables empresarios y empresas que son tan buenos como cualquiera, que son capaces de competir y que lo hacen de manera cotidiana. Esos empresarios han demostrado que no todo en el entorno tiene que ser perfecto ni estar resuelto para poder competir y ser exitosos. Es decir, son exitosos a pesar de las dificultades que les impone el ambiente, las regulaciones gubernamentales, la inseguridad y todos los obstáculos que puede imaginar la burocracia. Sin embargo, en lugar de dedicarse a impedir que el país progrese, tratan de impulsarlo. Por supuesto, todos ellos defienden sus intereses, muchos de los cuales sin duda son legítimos. El proceso político -dentro del gobierno, en las instancias regulatorias y en las legislativas- está ahí o debería estarlo, para asegurar que prevalezca el interés general, comenzando por el del consumidor. Ser exitoso no choca con defender intereses, pero en general implica tener una visión de largo plazo que permita discriminar entre los temas que justifican una oposición de aquellos que son necesarios para el avance del país.

La historia de las últimas décadas muestra que los TLC han servido para mejorar las condiciones de funcionamiento de la economía y eso ha beneficiado a todos. Son claramente temas que ameritan apoyo -y estrategia- en lugar de una oposición a ultranza. No se puede aspirar a la prosperidad preservando lo que genera retraso y pobreza.

Luis Rubio es Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México.

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