07 abril, 2011

El Salvador: Las migraciones y el milagro indio

por Manuel Hinds

Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).

Usted sin duda ha oído que la gran emigración que ha habido hacia EE.UU. desde que comenzó la guerra se debe a la enorme pobreza que hay en el país. Quizás no lo haya oído explícitamente, pero al menos inconscientemente es lógico sacar la inferencia que, si somos el país que tiene más emigrantes a EE.UU. (y a otros países desarrollados) en la región centroamericana, y si la emigración depende únicamente de la pobreza, El Salvador debe ser el país más pobre de la región. Esto, aunque no se diga, es lo que flota en el ambiente.

Es una conclusión que llena de gozo a muchos salvadoreños, incluyendo desgraciadamente al gobierno, porque permite seguir creyendo que todo está mal en El Salvador y que estamos justificados en no hacer nada para mejorarlo porque somos el peor de todos los países del mundo y nada aquí va a funcionar jamás —una ida que también desgraciadamente se ha convertido casi en la religión nacional y que sin duda alimenta la sensación de depresión que agobia al país.

El problema es que no es verdad que seamos el país con el ingreso más bajo en la región. En realidad, somos el país con el Producto Interno Bruto (PIB) por persona más alto en Centro América, con la excepción de Costa Rica. Esto puede verse comparando el PIB por persona (como debe de hacerse al hacerse comparaciones internacionales) medido en dólares ajustados por las diferencias en el poder de compra del dólar en cada economía (llamados dólares con Paridad de Poder de Compra o PPP).

Si la pobreza fuera el factor determinante en la emigración, Nicaragua (que tiene menos de la mitad de nuestro ingreso por persona), Honduras y Guatemala tendrían una proporción mucho más alta de ciudadanos que El Salvador en EE.UU.

Bueno, podrá decir usted, defendiendo el prejuicio de que El Salvador es lo peor en todo, lo que debe estar pasando es que la distribución del ingreso en El Salvador es tan mala que aunque el ingreso por habitante promedio sea más alto que en los otros países, a los pobres les llega menos ingreso. Esto suena muy bien. El problema es que no es cierto tampoco. La distribución del ingreso en El Salvador es la segunda más equitativa en Latinoamérica. La equidad se mide con un indicador que se llama Gini, en el que valores más bajos indican distribuciones del ingreso más equitativas. "Ahh", puede decir usted, "pero entonces debe ser que aunque la distribución sea la mejor, se haya empeorado en los últimos años". El problema es que esto tampoco es verdad. El Salvador es el país que más avanzó en la última década en hacer la distribución más equitativa.

Como lo descubre rápidamente cualquiera que investigue un poco el tema, las migraciones son un fenómeno muy complejo, en el que intervienen muchos factores, algunos negativos y otros positivos. Dentro de los negativos está primordialmente la violencia. No fue casualidad que las primeras migraciones en gran escala tuvieron lugar durante la guerra. Los positivos incluyen el espíritu empresarial, el deseo de superación y la existencia de redes de migrantes anteriores que reciban a los nuevos. Estos factores explican en gran medida por qué hay más salvadoreños proporcionalmente en EE.UU. que hondureños, guatemaltecos y nicaragüenses.

Viendo objetivamente el fenómeno salta a la vista que las soluciones que los populistas gritan —tales como decir que la gente sólo dejará de irse cuando subamos el ingreso del país para que la gente ya no se vaya— no funcionan, tanto porque los populistas disminuyen, no aumentan el ingreso, sino porque también es absurdo pensar que las migraciones se detendrán sólo hasta que el ingreso por habitante de El Salvador, ahora en 6.629 dólares PPP, llegue a 45.989, que es el de EE.UU.

Pero entonces, ¿qué puede hacerse con las migraciones? Por supuesto, el gobierno debe dejar de asustar y desestimular la inversión, no para detener las migraciones sino para mejorar el ingreso de los salvadoreños, que es el objetivo que no hay que olvidar. También es necesario disminuir el crimen, también no para evitar la migración sino para que los salvadoreños vivamos mejor. Pero también hay que dejar de pensar negativamente y realizar que lo que ahora tiene a todo el mundo con la boca abierta, el milagro económico de la India, es en parte el resultado de un fenómeno migratorio similar al de El Salvador.

Los que han puesto los negocios que están liderando este milagro económico son indios que han regresado a su país después de vivir (y aún después de haber nacido) en EE.UU., preparándose con educación de primer mundo y usando su conocimiento de EE.UU. para exportar servicios para allá. Esto, que es lo que lidera el desarrollo de la India, es lo que no pueden imaginar los negativos que sólo pueden ver cosas malas que justifican su deseo de generar una lucha de clases. Ojalá que el gobierno entienda que hay que tomar ventaja de esto.

Multiculturalismo

Multiculturalismo

por Alberto Benegas Lynch (h)

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

Como en tantos otros casos en los que se recurre a expresiones controvertidas, deben precisarse significados al efecto de estar en condiciones de criticar o suscribir fundamentadamente el concepto tras la palabra. Tal es el caso del multiculturalismo que, en vista de sucesos recientes, se torna imperioso clarificar. En un plano, observamos con alarma que debido a acciones delictivas, especialmente terroristas, en lugar de arremeter contra el criminal y el crimen se llega a la peregrina idea de que esos desaguisados ocurren debido a que se permite la residencia en el país en cuestión a extranjeros. Esta actitud xenófoba y nacionalista no parece entender que los delitos no son patrimonio de cierta nacionalidad sino solo de canallas entre los que se encuentran tanto nativos y como foráneos. El terrorismo así ha desviado la atención del verdadero problema para cargar las tintas injustamente contra religiones, etnias, nacionalidades y demás características del todo irrelevantes al tema que en verdad debe preocupar. De este modo, se procede a truculentas cazas de brujas inaceptables para cualquier comunidad civilizada. En este contexto, se emprende la persecución a personas pertenecientes a otras culturas como si todas las personas ilustradas no fueran “ciudadanos del mundo” como decían los estoicos y como si la cultura fuera algo pétreo, estático e inmutable sin comprender que las culturas individuales van cambiando con el correr del tiempo al ir incorporando nuevos conocimientos y perspectivas distintas.

En un segundo plano, los hay quienes se empeñan en asimilar por la fuerza otras culturas y denominan “multiculturalismo” o “transculturalismo” a la política que impone desde los aparatos estatales esta visión trasnochada que es la mejor manera de crear conflictos y trifulcas entre personas que prefieren vincularse con otros que no son los que las estructuras políticas deciden. De aquí proviene el llamado “affirmative action” que consiste en obligar en los lugares de trabajo y en ámbitos académicos a aceptar cuotas preestablecidas de negros, latinos, homosexuales, budistas etc. etc. con lo que se producen graves problemas en el mercado laboral puesto que bloquean la posibilidad de elegir por la eficiencia con lo que los salarios e ingreso en términos reales disminuyen debido a que las tasas de capitalización merman. Del mismo modo, se perjudica enormemente las casas de estudios que naturalmente buscan las mejores mentes ya que en lugar de ello se imponen las antedichas cuotas que necesariamente bajan los niveles académicos y, por ende, también perjudican la condición moral y material de la gente, muy especialmente la de los más necesitados.

Una tercera interpretación contempla el multiculturalismo como simplemente el respeto a todas las manifestaciones culturales que no lesionan derechos de terceros. Esta acepción es un canto a la libertad de elegir con quienes se desea establecer vínculos de cualquier tipo que sea sin que nadie ni nada interfiera en esas decisiones que constituyen una de las manifestaciones más importantes de las autonomías individuales.

Por último, una acepción más de multiculturalismo es el aceptar todas las culturas excepto las manifestaciones de la sociedad abierta. Esto habitualmente se lleva a cabo bajo el disfraz de la diversidad pero de contrabando encierra una versión cavernaria respecto a las manifestaciones civilizadas, especialmente referidas al concepto fundamental de los derechos de propiedad que no es aceptada ni digerida por estos “multiculturalistas”. Esta vertiente usa la diversidad de pretexto para encubrir la cerrazón cultural que es la anti-cultura por antonomasia.

Hoy observamos que en no pocos países aparece un discurso peculiar: se sostiene que se ha sido generoso en aceptar muy diversas culturas lo cual, se sigue diciendo, no ha dado resultado en vista de los conflictos que se han desatado. Pero en casi todos los casos no se ha tratado de generosidad y genuina apertura sino del multiculturalismo forzado al que hicimos referencia en la segunda acepción, lo cual, naturalmente, conduce a conflictos de muy diversa índole. En este razonamiento hay un salto lógico inaceptable puesto que de una absurda imposición se concluye que la diversidad es inconveniente cuando lo inconveniente ha sido la referida imposición, en lugar de abrir posibilidades para que cada uno elija su camino y solo se recurra a la fuerza de carácter defensivo cuando hay lesiones al derecho con total independencia de la cultura a la que pertenece el delincuente que, en todo caso, una de cuyas aristas es precisamente el delito.

Las legislaciones más conocidas y difundidas del multiculturalismo de este segundo tipo han sido las de Canadá, Alemania, Inglaterra, EE.UU. y Yugoeslavia. Los actuales gobiernos de Alemania e Inglaterra hoy declaran que el multiculturalismo fue un fracaso estrepitoso pero, como decimos, el fiasco no se debe al respeto de otras culturas ni al hecho de otorgarles residencia a personas provenientes de esas manifestaciones culturales sino, como queda dicho, al hecho de haberlas impuesto en colegios, universidades, lugares de trabajo, sitios públicos, etc. todo lo cual provocó los problemas que son ampliamente conocidos y destacados por la prensa mundial.

Por otra parte, conviene a esta altura consignar que el multiculturalismo en el mejor sentido no significa relativismo como mantienen algunos. Eliseo Vivas con mucha razón señala “la falaz inferencia que parte del hecho del pluralismo cultural y llega a la doctrina axiológica de que no podemos diferenciar en lo que respecta al mérito de cada una”. Muy por el contrario, Vivas explica que del hecho de que existan diferentes culturas no se sigue que no se pueda discernir lo bueno y lo malo de cada una y que si no somos deterministas culturales, es decir, si no negamos el libre albedrío, independientemente de donde provenimos culturalmente contamos con la capacidad de percibir lo mejor y rechazar lo peor. No está en pie de igualdad el antropófago y el hombre civilizado que respeta a su prójimo, de lo cual no se sigue que no existan costumbres que resultan indiferentes desde la perspectiva puramente axiológica. Más aún no es descabellado limitar el uso de “cultura” para el hecho de cultivarse, de mejorarse y lo contrario es en verdad contracultura y degradación de lo propiamente humano.

Una manera de ilustrar la concepción errada de multiculturalismo es citar un pensamiento de John Kenneth Galbraith quien sostiene que “muchas veces se entiende por multiculturalismo el trabajo que realizan portorriqueños a salarios infrahumanos por tareas inhumanas”. Esta concepción mezcla muchas cosas. Del hecho de que con razón se sostenga que no debe interferirse en los arreglos contractuales libres y voluntarios entre personas provenientes de diferentes culturas (en última instancia siempre es así ya que diferentes concepciones, inclinaciones y capacidades es lo que posibilita y hace atractivo el intercambio), no se sigue que los ingresos que cada uno percibe en el mercado sean iguales sino que serán remunerados según la respectiva productividad la cual, a su vez, depende de la inversión per capita. Lo mismo puede decirse de los tipos de tareas requeridas: no puede establecerse de antemano quienes harán cuales labores, esto dependerá de las respectivas necesidades y demandas. Las interferencias estatales en el mercado como las sugeridas por Galbraith desvían factores productivos de las áreas preferidas por los consumidores hacia las preferidas por las burocracias de turno y consecuentemente empobrecen. Entonces, el necesario e imprescindible respeto por las diferencias no significa intentar eliminarlas a través de la legislación cuya única misión es la igualdad ante la ley, es decir, la igualdad de derechos y no de resultados.

En todo caso, una muestra acabada de cultura es el espíritu del “ciudadano del mundo” y el abandono de los nacionalismos, siempre cavernarios. En una oportunidad Borges recordó que “en mis épocas juveniles, en Buenos Aires, una prostituta francesa costaba cinco pesos, una polaca tres, mientras que una argentina solo dos…en aquellos tiempos la gente no era nacionalista”.

Eficiencia económica

Eficiencia económica

por Peter Van Doren

Peter Van Doren es Editor, Revista Regulation del Cato Institute.

No hay necesidad de buscar en las oscuras profundidades de la sociología o psicología para explicar por qué los estadounidenses son menos entusiastas que los europeos acerca de la eficiencia energética y de la conservación. Los precios energéticos son más altos en el extranjero que en EE.UU., lo cual conduce naturalmente a más demanda en el mercado, y en la política, de productos y servicios eficientes en el uso de energía.

Los estadounidenses valoran adecuadamente tanto la eficiencia económica como la libertad. En la mayoría de los casos estos dos valores son bien servidos por mercados en los cuales los individuos son libres de escoger qué productos compran y cómo estos son usados. Sólo cuando los precios dejan de reflejar el costo total de un bien o servicio es que la libertad y la eficiencia entran en conflicto.

Algunos argumentan que los consumidores intercambian de manera incorrecta altos costos iniciales de producción por bajos costos de operación, y que los estándares simplemente reflejan el resultado que los consumidores elegirían si ellos entendiesen cuánto dinero ahorrarían comprando este o ese aparato ahorrador de energía. Pero si “mejores trampas” ahorran dinero a los consumidores en un tiempo razonable, entonces los fabricantes seguramente tienen los incentivos para publicitar este hecho y aumentar sus ventas.

Por otra parte, la aseveración de que los consumidores como grupo actúan irracionalmente incluso cuando las señales precisas de precio están en juego es simplemente una variación del argumento más general de que los burócratas pueden asignar los recursos más eficientemente que los actores del mercado. Sabemos que, en general, eso no es cierto, entonces es adecuado el escepticismo en este caso.

Otros argumentan que los precios del agua y de la electricidad son demasiado bajos porque no reflejan los costos totales de producción, especialmente los costos asociados con los daños ambientales. Los estándares por lo tanto reflejan los tipos de productos que los consumidores comprarían si los precios fuesen más altos como para reflejar esos costos.

El argumento es convincente pero exagerado. Según estimaciones recientes, los economistas sugieren que los precios de la electricidad tendrían que aumentar 1,4 centavos por kilovatio-hora desde su precio actual de 9,1 centavos por kilovatio-hora para incluir los daños ambientales. Eso no es suficiente para que valga la pena, desde un punto de vista económico, comprar muchos de los electrodomésticos y focos ahorradores de energía, adorados por los potenciales reguladores.

No obstante, la mejor manera de abordar este problema —si eso es lo que vamos a hacer— es simplemente aumentar los precios de la electricidad mediante algún tipo de impuesto para conseguir los precios “correctos” y luego dejar que los actores del mercado decidan cómo reaccionar de la manera más eficiente. Los estándares para los electrodomésticos son menos efectivos porque afectan solamente a un segmento de los consumidores de electricidad. Además, al reducir los costos de operación de los electrodomésticos, los estándares de hecho inducen un mayor consumo de electricidad comparado con un escenario con precios más altos.

Puede que valga la pena para algunos (o para muchos) la conservación y ellos son libres de comprar productos que reflejen eso. Pero la coerción estatal no debería ser utilizada para imponer este objetivo a otros. Los precios que reflejan los costos proveen suficientes incentivos.

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