24 abril, 2011

LA TRAMPA DE LA LIBERTAD

María Blanco

Desde hace un tiempo me persiguen palabras. Son palabras torturadas que aparecen en mis sueños y me piden ser liberadas. La dejadez o la maldad hacen que se pervierta el lenguaje y los mismos términos tengan varios significados, o que diferentes palabras que no lo tienen se empleen para designar el mismo fenómeno generando confusión.

Cortoplacista... Es una palabra horrible que no expresa por completo lo que quiere decir porque es demasiado técnica. Debería utilizarse corto de miras. A uno le dicen "es usted un cortoplacista" y no pasa nada, pero si a uno le acusan de tener un punto de vista miope, o ser corto de miras, parece que le están llamando tonto. No es que vivamos en un mundo en el que la política económica de estos neokeynesianos sea cortoplacista y eso nos esté llevando al traste económico (que también). No se trata solamente de eso. Es que no se valora la perspectiva temporal, no hay futuro. Y no estoy señalando a los políticos, en general. Nosotros también estamos contagiados por ese virus. No miramos más allá de nuestras narices. De momento, voy por este camino y ya me plantearé las cosas más adelante. Después de 5 o 6 mudanzas sé que dejar algo "de manera transitoria" encima de una repisa quiere decir que ese va a ser el lugar elegido para ese objeto por siempre jamás, o hasta la siguiente mudanza. Improvisamos. Nos casamos sin saber qué plan de vida tiene el elegido, llevamos al altar al que creemos que va a durar, al que tiene una familia/aficiones/educación similares, pero no sabemos qué queremos hacer en el largo plazo... y menos a qué aspira él, y no hablo de cuestiones profesionales, sino de dos vidas. Votamos por motivos muy menores sin valorar lo que este partido o el otro es capaz de traernos a medio o largo plazo. Y después nos quejamos de que no hay valores en nuestra sociedad... después de hacer entrega de ellos en una urna.

Cuando te pones a charlar, con la tranquilidad con la que se habla sentaditos en la nube teórica de sociedades pluscuamperfectas en las que los tipos que ocupan la estructura del Estado se comportan racionalmente, con la ética por delante... o los que no lo hacen porque no hay Estado, se comportan igualmente bien, se te olvida la gente de a pié.

La gente que va en mi vagón del Metro, o espera en la fila del pescado, tiene preferencias respecto a qué quiere en la vida, y si no se lo plantea por sí sola, ya surgirá alguien que le pregunte.

De las preguntas más tramposas que me he encontrado es la que da a elegir entre libertad o protección. ¿Quiere usted asumir su responsabilidad sin botella de oxígeno ni red o prefiere la protección del Estado? Y entonces el pobre incauto se mira al espejo y ve a un tipo más o menos mediocre, con entradas marcadas y camisa de cuadros y cuando vuelve la cabeza hacia el Estado ve un slogan en una valla sonriente: "Somos el cambio", "Yes, we can", "No podemos conducir por tí"... hay un ramillete para elegir.

Mi obsesión es por qué razón la gente no quiere ser libre. Obviamente, tal y como está formulada la elección es porque prefiere estar protegida. Pero lo cierto es que esa NO es la formulación correcta, lo opuesto de libertad no es protección. Es IMPOSICIÓN.

La pregunta debería ser: ¿quiere usted elegirlo o que se lo impongan? Incluso si, ante una serie de circunstancias concretas, el mejor camino es el que te pretenden imponer, yo creo que la gente que va agarrada a la barra del autobús, prefiere elegir el paquete de galletas de oferta por sí mismos a que se la repartan por narices. La confusión de las palabras es el mejor remedio: disminuye la tensión que se le crea a un individuo cuando se da cuenta de que está eligiendo no ser libre, sino que le impongan lo que tiene que hacer.

Reconozco que está muy bien diseñado... ¿quién puede elegir no estar protegido? ¡y menos en una sociedad que "nos dicen" que es competitiva, global, impersonal...! En esas circunstancias viene un tipo que te sonríe desde un cartel y te dice "Yo te protejo, cuido de que seas virtuoso, y que los demás lo sean contigo", y el hombre normal más o menos mediocre responde: "¡Qué bien!".

Y ya no escucha la segunda parte de la frase "... dame tu dinero...", ni la tercera "... y tu capacidad para defenderte...", ni la cuarta "dame tus valores para que yo decida cuáles son los mejores para todos"... Y está bien, a corto plazo estás contento... pero cuando te vas a dar cuenta, te pillas a ti mismo en el bar comentando al tipo de al lado: "Es que ya no hay valores". Eso es ser corto de miras. Eso es exactamente alguien con miopía mental.

Es la trampa de la libertad, la trampa en la que hemos dejado que caiga.

EL HOMBRE OLVIDADO

EL HOMBRE OLVIDADO

Adrián Ravier

“Yo, el lápiz” de Leonard Read o “El uso del conocimiento en la sociedad” de Friedrich Hayek, se han constituido en clásicos de la literatura económica por su claridad conceptual y su validez universal. “El hombre olvidado” de William Graham Sumner también es un clásico, pero para los lectores de habla hispana es menos conocido. El artículo fue escrito en 1883 y luego publicado por Yale University Press en 1925. Libertas, la revista académica de ESEADE con base en Argentina, lo publicó por primera vez en español en 1997.

Este artículo no intenta ser original en ningún sentido. Sólo intentamos tentar al lector a leer un artículo que entendemos debiera ser parte de la formación económica y política de todos los jóvenes profesionales y de los hacedores de políticas públicas.

¿Quién es el hombre olvidado?

Dice el autor: “La mayoría de los proyectos filantrópicos o humanitarios se ajustan al siguiente esquema: A y B se reúnen para decidir lo que C debe hacer por el bien de D. Todos los esquemas de este tipo están viciados radicalmente, desde el punto de vista sociológico, por el hecho de que a C no se le permite opinar acerca del asunto, y de que su posición, su carácter y sus intereses, así como los efectos que se producirán sobre la sociedad por su conducto, se pasan totalmente por alto. C es lo que yo llamo el Hombre Olvidado”.

El ejemplo del salario mínimo

Consideremos el caso del salario mínimo. Los sindicatos (A) presionan para elevar el salario. El gobierno (B) accede. Los beneficiarios (D), son algunos trabajadores que verán aumentar sus salarios. Sin embargo, un análisis simple de oferta y demanda del mercado laboral nos permite comprender que algunos trabajadores que en ausencia de la legislación hubieran logrado establecer contratos voluntarios de trabajo con los empresarios, por salarios inferior al mínimo establecido, quedan ahora desempleados. Los hombres olvidados (C) son aquellos empresarios y fundamentalmente aquellos trabajadores que en estas circunstancias quedan al margen del trabajo formal.

El ejemplo del rescate durante la crisis estadounidense de 2008

Veamos otro ejemplo. A es el gobierno estadounidense. B es la Reserva Federal de EE.UU. D son las decenas de empresas estadounidenses que durante la crisis de 2008 eran “demasiado grandes para caer”. ¿Quién es C? Si tomamos en cuenta que A decidió ayudar a D con los planes de estímulo financiados con los impuestos, C son los contribuyentes estadounidenses. Si tomamos en cuenta que B para ayudar a D decidió duplicar la cantidad de dólares que circulaba en el mundo, y tomamos en cuenta que tal decisión reduce el poder adquisitivo de sus tenedores, C son las millones de personas que creían en el dólar como reserva de valor.

El reclamo de William

No será difícil para el lector extrapolar el análisis a los cientos de casos que día a día publican los diarios en todo el mundo. Cada nueva legislación que se aprueba, tiene un alto porcentaje de posibilidades de haber olvidado a estos hombres.

“Por una vez, siquiera, pensemos en él [el hombre olvidado] y consideremos su caso, ya que todos los médicos sociales tienen la característica de concentrarse sobre algún hombre, o grupo de hombres, cuya situación despierta simpatía y estimula la imaginación, y planifican sus remedios para tratar ese problema en particular. […] Ignoran totalmente cuál es la fuente de la que deben extraer la energía que emplean en sus remedios y pasan por alto todos los efectos que éstos producirán sobre los demás miembros de la sociedad, ya que sólo tienen en cuenta los que les interesan. Están dominados por la superstición del gobierno y, olvidando que éste no produce nada en absoluto, pierden de vista lo primero que deberían recordar al hacer cualquier análisis social: que el estado no puede obtener un céntimo de ningún hombre sin quitárselo a otro, y este último es quien lo ha producido y ahorrado: el Hombre Olvidado”.

La literatura moderna

El mensaje de William está comprendido en la literatura, e incluso se han logrado importantes avances sobre la cuestión. La Teoría de la Elección Pública por ejemplo, ha logrado desarrollar modelos que explican que aun cuando los beneficiarios de las políticas gubernamentales sean pocos, éstos pueden lograr que una legislación sea sancionada porque sus intereses están concentrados, mientras que los hombres olvidados, aun cuando sean muchos, están dispersos. Esto lleva a que los grupos de presión (A), convenzan a los legisladores (B) a sancionar leyes a favor de cierto grupos (D), pero nunca consultan a quienes en definitiva pagan por aquellos gastos y que en definitiva representan la mayoría.

La democracia de las mayorías también se ve vulnerada con el logrolling o intercambio de votos, en el sentido que un legislador puede apoyar el proyecto de otro a cambio de que éste último apoye el del primero. Es así como pequeños grupos de presión van logrando aprovecharse de aquel hombre olvidado, el que “pasa de largo y nadie repara en él, porque se ha comportado bien, ha cumplido sus promesas y no ha pedido nada”.

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