Soportes ideológicos de la “Gran Sociedad”
Por Robert Higgs
El aumento de las intervenciones económicas federales que se produjo durante la presidencia de Lyndon B. Johnson (la muy publicitada Gran Sociedad, cuya pieza central era la Guerra contra la Pobreza) difería de los cuatro aumentos precedentes, cada uno de ellos suscitado por la guerra o la depresión económica. No había ninguna emergencia nacional cuando Johnson asumió el cargo tras el asesinato de John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963. La nación no estaba inmersa en ninguna guerra importante y la economía estaba arreglándose tras la suave recesión de 1960-61. En su mayor parte, la Gran Sociedad sencillamente representaba, la culminación de los desarrollos económicos, políticos e intelectuales que se remontaban hasta el siglo XIX.
Después del armisticio de la Guerra de Corea del 27 de julio de 1953, Estados Unidos había disfrutado de una década de tregua en el rápido crecimiento del poder público sobre asuntos económicos. Los controles de salarios, precios y producción de tiempo de guerra cayeron en desuso, aunque permanecía la autoridad para reinstaurar los controles de producción. No se aplicaron grandes extensiones del los controles económicos del gobierno. El gran gobierno no desapareció, por supuesto: muchas de las instituciones y otras intervenciones puestas en marcha en las décadas de 1930 y 1940 seguían existiendo. Pero lo hombres de negocios, de acuerdo con el economista Herbert Stein, “habían aprendido a convivir y aceptar la mayoría de las regulaciones”. El gasto público, especialmente en prestaciones de la Seguridad Social, aumentaba poco a poco. Sin embargo, en general, las administraciones Eisenhower y Kennedy fueron plácidas en comparación con sus inmediatos predecesores y sucesores.
Sin embargo, bajo Johnson la intrusión del gobierno federal en la vida económica aumento enormemente. Los acontecimientos principales incluyen la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, la Ley de Oportunidad Económica de 1964, la Ley de Vales de Comida de 1964, la Ley de Educación Elemental y Secundaria de 1965 y las Enmiendas a la Seguridad Social de 1965 (creando Medicare y Medicaid), así como el establecimiento de la Oficina de Oportunidad Económica (para supervisar programas como ISTA, Job Corps, el Community Action Program y Head Start), las Agencias de Acción de la Comunidad y muchas otras entidades que promovían aparentemente la salud, educación, formación y bienestar de la gente pobre. Además se adoptaron medidas económicas regulatorias de amplio calado en relación con la seguridad en el tráfico, las minas de carbón y los productos de consumo, la discriminación por edad en el empleo, la veracidad en el préstamo y otras áreas.
¿Qué ocurre para que se produzca esta múltiple explosión? ¿Tienen sus distintos elementos un denominador común? Algunos investigadores apuntan a un desarrollo intelectual al que Stein apoda “galbraithianismo”, por su principal divulgador John Kenneth Galbraith: una vaga recopilación de análisis económicos y evaluaciones hostiles al libre mercado e inclinadas hacía mayores controles públicos. “No había”, dice Stein, “ninguna demanda de un sistema económico nuevo y diferente” en la visión galbraithiana. Más bien
la defensa ideológica del viejo sistema, el libre mercado, el sistema capitalista se pinchaba mediante la demostración de excepciones a sus reglas y afirmaciones generales y esto abría una vía para intervenciones y medidas políticas concretas de redistribución de riqueza sin ningún límite visible.
Los argumentos y actitudes del galbraithianismo ganaron fuerza por una concepción que se extendía de que la economía de EEUU continuaría creciendo siempre a un ritmo bastante alto, permitiendo así que pudieran financiarse fácilmente programas públicos nuevos y costosos apropiándose del “dividendo creciente”.
La descripción del economista Henry Aaron del clima de opinión en la década de 1960 está esencialmente de acuerdo con la de Stein. Aaron remonta a crisis previas el galbraithianismo ampliamente aceptado:
La fe en la acción del gobierno, abrazada desde hace tiempo por los reformistas y extendida a las masas de la población por la depresión y la guerra, logró una expresión política en la década de 1960. Esta fe se aplicó a problemas sociales y económicos, cuya percepción venía determinada por actitudes populares simplistas e ingenuas y por los crudos análisis de los sociólogos.
Al mismo tiempo, una llamada Nueva Clase (compuesta de científicos, abogados y jueces, planificadores urbanos, trabajadores sociales, profesores, criminólogos, médicos de la sanidad pública, periodistas, editores y comentaristas en los medios de comunicación, entre otros) veía a los nuevos programas públicos como válvulas de escape para su “idealismo” y como oportunidades para tener éxito haciendo el bien. Así que una multitud de intelectuales y pseudointelectuales de izquierdas dieron un importante liderazgo, apoyo y voz al aumento del gobierno de los años de Johnson.
Otros desarrollos político más prosaicos también desempeñaron u papel importante. Lyndon Johnson, que había empezado su carrera política como newdealer y duro negociador en Texas, no solo poseía una ambición sin límites sino asimismo agudos instintos y habilidades políticas: sabía cómo dirigir al Congreso en la dirección que quería. Además, las elecciones de 1964 dieron a los demócratas enormes mayoría en ambas cámaras del Congreso y llevaron al poder a un grupo extraordinariamente izquierdista de nuevos legisladores. De acuerdo con Aaron, “Ninguna administración desde la primera de Franklin Roosevelt había operado sujeto a menos limitaciones políticas que la del Presidente Johnson”.
Las formas concretas que adoptó la Gran Sociedad reflejaban la creciente diversidad de animales en la jungla política. Mientras cabilderos veteranos de empresas, sindicatos, agricultores y ganaderos y grupos profesionales de clase media continuaban operando, se organizaron y obtuvieron influencia política muchos nuevos grupos de intereses a favor de mujeres, indios, chicanos, estudiantes, homosexuales, discapacitados, ancianos y muchos otros, ninguno de los cuales se había visto directamente representado como tales en un grado importante en la política de EEUU. Estos grupos reclamaban que el gobierno federal resolviera diversos problemas raciales, urbanos, laborales y de consumo, reales e imaginarios.
El galbraithianismo, el marxismo y otras variedades de análisis crítico socioeconómico también ayudaron a justificar el desplazamiento de los entusiasmos pacifistas y a favor de los derechos civiles hacia una serie de causas antimercado, dando lugar a un mayor apoyo a las regulaciones medioambientales, de consumo y de riesgo cero. Ningún problema social o económico percibido parecía fuera de lugar en este nuevo entorno político lleno de cacofonías.
Aunque la Gran Sociedad estableció nuevos poderes y agencias federales críticamente importantes, no hizo que el gasto interno federal aumentara tremendamente en un primer momento. Podría haberse visto una señal portentosa, sin embargo, en la rápida aceleración de los pagos de transferencias federales, que aumentaron de 34.200 millones de dólares en 1963 a 65.500 millones en 1969. Con el tiempo, esta locomotora fue ganando cada vez más velocidad. De acuerdo con Michael D. Tanner, del Instituto Cato, entre 1963 y 2010 “el gobierno federal, gastó más de 13 billones de dólares luchando contra la pobreza”.
Hoy casi todos reconocen que los programas federales, coronados por los enormemente costosos sistemas sanitarios que engendró la Gran Sociedad, han prometido prestaciones mucho mayores de las que el gobierno puede financiar y que por tanto muchas de estas prestaciones tendrán que recortarse, a pesar de la furia política que dichos recortes producirán indudablemente. Este inminente tumulto sociopolítico representa uno de los frutos más amargos de la Gran Sociedad.
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