27 mayo, 2011

Uno para Michoacán

Uno para Michoacán, los adjetivos y el encono

Jorge Fernández Menéndez

Hace varias semanas un prominente empresario michoacano me decía que estaban trabajando en un acuerdo que podía cambiar las cosas en su estado: buscarían que en las elecciones de noviembre próximo, el PRI, el PAN y el PRD fueran con un candidato único y un programa de gobierno también común. La verdad es que me pareció una propuesta bien intencionada, pero utópica.

La semana pasada, en un encuentro con empresarios en Brasil en el que me tocó participar, otro hombre de negocios michoacano me dijo que ya tenían casi arreglado ese acuerdo: que todos los grupos importantes, de la mano con las principales organizaciones civiles, habían llegado a un acuerdo y lo habían trasladado al gobernador Leonel Godoy y a los partidos. Le pregunté quién sería un candidato viable para esas tres fuerzas: que lo decidan ellos, me dijo, no nos interesa el nombre sino que exista un gobierno unido y que tenga una agenda común para reconstruir el estado. La utopía había quedado atrás. Apenas ayer los dirigentes nacionales de los tres partidos se reunieron con Godoy y aceptaron analizar esa posibilidad.

¿Es posible?, ¿es lógico que haya un candidato común? Sí es posible, por varias razones: primera, la entidad está devastada. Ese mismo día, ocho pueblos de la montaña eran arrasados por la lucha entre cárteles del narcotráfico y sus pobladores llegaban a refugiarse en Apatzingán. El sindicato de maestros, la Sección 18, que responde a la disidencia, tan dura, beligerante y corrupta como la Sección 22, anunciaba que paralizaría la entidad siguiendo el ejemplo de sus aliados oaxaqueños: también quieren que las fuerzas de seguridad se vayan del estado. El gobernador Godoy, en medio de esa crisis, exigía que se disculpen con él por el michoacanazo.

Segundo, la próxima administración local será, en realidad, un gobierno de transición, durará tres años y medio y debe dedicarse a reconstruir lo que se ha perdido en Michoacán: las instituciones, algo que puso de manifiesto, acuerdos políticos y decisiones controvertidas de los jueces aparte, el michoacanazo. Hoy el gobierno del estado no tiene pleno control ni sobre las instituciones ni del territorio. Ni hablemos de los presidentes municipales o de las fuerzas de seguridad locales.

Tercero. Los partidos están divididos y sin liderazgos claros. En el PRI no han definido aún quién podría ser el candidato, pero ninguno sobresale con claridad. En el PRD, Godoy está atrapado con su pasado, no termina de estar ni con Nueva Izquierda ni con López Obrador ni con Ebrard. Los duros tampoco lo quieren y los Cárdenas han puesto distancia con el mandatario. Cualquiera que llegue podría, desde el PRD, ajustar cuentas con su antecesor. En el PAN, el lanzamiento de la hermana del presidente Calderón, Luisa María, es un experimento de alto riesgo y que también ha dividido al PAN. En ese contexto, no parece tan descabellado encontrar un personaje que pueda llevar la transición del estado y abrir un espacio para que se dé esa misma transición en los partidos con el fin de que reconstruyan sus dirigencias locales, al tiempo que se recupera la seguridad, sin colocar esa lucha en una disputa partidaria.

¿Tendrán un acuerdo de ese tipo los partidos? Quién sabe, porque, por otra parte, prevalece el encono más que la inteligencia. Nuestros partidos se han lanzando a la batalla por 2012 con más agravios que ideas. Ejemplos hay muchos: en el Estado de México, Eruviel Ávila ve crecer cotidianamente su ventaja sobre Encinas y Bravo Mena, pero mientras el candidato perredista se lanza a apoyar a los maestros paristas en Oaxaca, sus seguidores se dedican a agredir a Bravo Mena, y olvidan que, hasta hace unas semanas, el PAN y el PRD pensaban ser aliados. Si siguen las cosas así, ambos, Bravo Mena y Encinas, van a tener menos votos que los que obtuvieron hace 18 años cuando fueron, ambos, candidatos contra Emilio Chuayffet.

Mi muy apreciado David Penchyna, que sin duda tiene talento para otras cosas, anunció en conferencia de prensa que su partido, el PRI, rompía con Javier Lozano, el panista secretario del Trabajo. Utilizó en una sola frase unos 18 adjetivos para descalificar a Lozano, pero no dio una explicación de fondo para hacerlo. Era en respuesta a que Ernesto Cordero, Alonso Lujambio y el propio Lozano habían ido el fin de semana a un mitin de Bravo Mena y habían llamado “bravucón” a Humberto Moreira. Como mi amigo Penchyna no es García Márquez y no se puede tomar esas licencias literarias, habrá que concluir que, cuando se tienen que usar tantos adjetivos para tan pocos sustantivos, no hay sustancia. Es una bravuconería. Lo mismo que el debate en el Congreso por la medalla de García Luna.

Ante las contiendas en el Estado de México y en Coahuila (Rubén Moreira, hermano de Humberto, gana cuatro a uno el estado), el priismo nacional debe verse más ligero de equipaje, con menos beligerancia y más ánimo constructivo. Tiene todo para ganar, puede ser generoso.

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