05 junio, 2011

Ante la certidumbre de la incertidumbre

Ante la certidumbre de la incertidumbre, ¿estamos realmente preparados?

En esta incertidumbre que no parece disminuir, podremos sufrir efectos más profundos y graves.

Ángel Verdugo

Otra vez las cosas parecen complicarse en la escena internacional; los problemas estructurales que afloraron en toda su crudeza durante el periodo recesivo más reciente en la casi totalidad de los países europeos, parecen ser de una severidad mayor a la que se estimó.

La amarga medicina que buena parte de aquellos deberá tomar —si en verdad quieren enfrentarlos y empezar a resolverlos, no sólo no es de su agrado sino que a la fecha, lo único que han dejado en claro algunos es que antes que tomarla prefieren buscar otra la cual, si bien pudiere no ser tan efectiva como aquélla, al menos su sabor no sería tan desagradable—.

Esta renuencia a reconocer lo que no tiene otro remedio que tomar varias dosis de una muy amarga medicina, ha puesto en peligro no sólo la recuperación del resto de Europa —más específicamente de la Zona Euro— sino en buena parte del mundo.

La incertidumbre —esa horrible palabra que en materia económica puede significar todo lo malo que podamos imaginar— ha vuelto a aparecer como casi lo único cierto frente a nosotros; todo indica que lo que hoy presenciamos, va más allá de los efectos severos de un conjunto de problemas estructurales los cuales, con medidas conocidas pueden ser enfrentados y resueltos.

Una época parece estar llegando a su fin; el arreglo y repartición del mundo que en muchos sentidos se llevó a cabo hace casi setenta años, luce agotado. Si bien no es inmediato el acuerdo para imponer uno nuevo, el viejo acomodo hace agua sin posibilidades de ser reparado.

¿Quiénes son los que enfrentarán —con las mayores posibilidades de tener éxito— esta época de incertidumbre y reacomodos globales? ¿Qué países podrían aspirar a reducir al máximo los efectos negativos de esto que ya está frente a nosotros?

Si nos atenemos a la experiencia vivida durante este periodo recesivo que parece no querer irse, la conclusión es sólo una: “Sufre menos quien ha reformado más”. Aquellos que estén en esta última situación —reformaron lo que debía ser reformado, y lo hicieron en la debida oportunidad—, podrán enfrentar las consecuencias de lo que vemos venir a un costo menor que quienes no hayan reformado.

¿Cómo andamos en materia de reformas realizadas? ¿Podemos afirmar que “hicimos la tarea” en su debida oportunidad? ¿La reciente recesión, acaso no exhibió de nosotros esta gran falla: no haber reformado desde hace años lo que era obligado?

Si recordamos lo señalado en el más reciente estudio económico de la OCDE acerca de México, debemos reconocer que ahí aparece un rosario de reformas pendientes que en buena parte explican los obstáculos al crecimiento que si bien son viejos conocidos nuestros, nadie hace algo efectivo para removerlos.

En esta incertidumbre que no parece disminuir, podremos sufrir efectos más profundos y graves que los experimentados estos últimos tres años; la razón, una sola: la renuencia a reformar lo que urgentemente debe ser reformado. El tiempo, esa variable veleidosa, se agotó y el destino parece habernos alcanzado.

El temor a reformar, se apoderó de nosotros desde hace años; a cambio de concretar un gran esfuerzo reformador, hemos preferido —hoy, al igual que ayer—, magnificar “logritos” y venderlos como clones de las reformas pendientes.

A esto último parece estar dedicado el maestro Cordero —con nulo éxito por lo demás— desperdiciando así el escasísimo capital político acumulado en su paso por Hacienda. Lujambio, feliz.

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