04 junio, 2011

¿Necesitamos un dólar débil?

¿Necesitamos un dólar débil?

Por Robert P. Murphy.

La pasada semana, presté testimonio ante un subcomité del Congreso sobre el papel de la Fed en el aumento de los precios de la gasolina. Todos los economistas de la comisión estuvieron de acuerdo en que los precios del petróleo estaban subiendo (en parte) a causa de la caída del dólar respecto de otras divisas. Sin embargo, Dean Baker (eminente experto keynesiano y codirector del Center for Economic and Policy Research) testificó que la caída del dólar era inevitable e incluso algo bueno a la vista del déficit comercial de EEUU.

En ese momento, yo sabía que estaba en desacuerdo con Baker, pero no tuve una oportunidad de explicar por qué. Pocos días después, trabajando en la guía de estudios para La teoría del dinero y del crédito del Instituto Mises, me maravilló descubrir que Mises había dedicado una sección entera a este mismo asunto.

Como deja claro el análisis de Mises, un “balance comercial deficitario” no es un buen argumento para debilitar la divisa. Este hecho es importante porque Mises estaba recomendando que la moneda se ligara a un metal precioso como el oro, lo que a su vez implica tipos fijos de intercambio frente a todas las demás divisas que estén igualmente ligadas al oro. El punto esencial es que los flujos de comercio se autorregulan en un sistema así. El patrón oro “funciona” incluso en un país como un gran déficit comercial.

Mises va aún más lejos y apunta que incluso para un país con dinero fiduciario, los balances comerciales no son hechos de la naturaleza a los que deba adaptarse el tipo de cambio. Las políticas monetarias de los bancos centrales afectan a los precios domésticos, que a su vez incluyen en los flujos comerciales. Al contrario de lo que afirma Dean Baker, el análisis de Mises demuestra que hoy los políticos no tienen que elegir entre un déficit comercial alto o precios de la gasolina altos. Una vuelta a una moneda fuerte reduciría ambos.

La falta de imaginación de Baker

Para fijar el contexto, el lector debería ver unos pocos minutos del testimonio, empezando en el minuto 50:00. El presidente del subcomité, el republicano Jim Jordan, trata de arrinconar a Baker respecto de su anterior declaración acerca del dólar. Aquí está el diálogo relevante:

BAKER: En la práctica, al tener un gran déficit comercial, asociado a un dólar sobrevalorado, estamos subvencionando nuestro consumo de petróleo y de todas las importaciones y pagando por ello con dinero que estamos pidiendo prestado a extranjeros.

JORDAN: Lo que nos lleva a preguntar: ¿piensa que el aumento de los costes del combustible es algo bueno?

BAKER: Pienso que es algo inevitable.

JORDAN: No le pregunté eso. Le pregunté si pensaba que es algo bueno. ¿Cree que es algo positivo?

Más tarde, dentro de la audiencia, Baker dijo: “Cuando tratas de reequilibrar la economía, la único forma que veo de hacerlo a largo plazo implica exportación neta, lo que implica un dólar a la baja. No conozco ninguna otra forma de hacerlo”.

El análisis de Baker es convencional, aunque no quiero criticarle a él en particular. En un mundo de tipos de cambio flotantes, en el que el precio del dólar frente al euro, el yen, etc. se mueve constantemente, muchos economistas dirían instintivamente que la “solución” para un alto déficit comercial insostenible es un dólar más débil.

Después de todo, un déficit comercial se produce cuando los estadounidenses gastan colectivamente más en bienes importados del exterior que los extranjeros en bienes exportados por fabricantes estadounidenses. Si el dólar cae frente a otras divisas, en igualdad de condiciones, los bienes fabricados en Estados Unidos parecerán repentinamente baratos, mientras que los bienes extranjeros se harán más caros. Así que los consumidores estadounidenses dejarán de comprar algunos bienes extranjeros y “comprarán americano”, mientras que los consumidores extranjeros importarán también más productos de EEUU. El resultado será un déficit comercial en disminución.

Hasta aquí, no hay nada erróneo en este análisis. Lo que es sorprendente es la declaración de Dean Baker: “No conozco ninguna otra forma de hacerlo” [se refiere a reducir el déficit comercial]. Como explicaría Mises, la otra opción es que la moneda mantenga su fortaleza y los precios domésticos bajen directamente. Tampoco es una posibilidad simplemente teórica: es en realidad la que yo recomendaría en el entorno presente, frente a la complacencia de Dean Baker con el dólar en constante erosión (y los mayores precios en las materias primas que esto implica).

Figure 1

El gráfico anterior muestra que en un índice ligado a otras divisas importantes, el dólar de EEUU está ahora en su nivel mínimo desde que la serie de inició en 1973. (Distintos índices muestran caídas acusadas en los últimos diez años, pero no ponen al dólar en mínimos históricos). La pregunta para los políticos resulta ser: ¿Es inevitable este dólar erosionándose, como sugiere Dean Baker? Mises dijo que no hace un siglo.

Mises, sobre déficits comerciales y fortaleza monetaria

Como apuntaba al principio de este artículo, tras volver a casa de mi viaje a Washington, volví al trabajo sobre la guía de estudio de la tesis de habilitación de Mises, La teoría del dinero y del crédito, escrita originalmente en 1912. Con los comentarios de Dean Baker frescos en mi mente, me sorprendió agradablemente ver que Mises dedicaba toda una sección del libro (pp. 249-252) al asunto. Empieza así:

De acuerdo con la opinión actual, el mantenimiento de condiciones monetarias sólidas solo es posible con una “balanza de pagos positiva”. Se supone que un país con una “balanza de pagos negativa”[1] es incapaz permanentemente de estabilizar el valor de su moneda: la depreciación de la divisa supuestamente tiene una base orgánica y es irremediable salvo que se eliminen los defectos orgánicos.

Para demostrar que el llamado balance comercial negativo puede invertirse sin depreciar la moneda de una nación, Mises divide el problema en dos partes. Primero se ocupa del escenario evidente en que una nación está usando un metal auténtico, como monedas de oro, como dinero. En ese caso, el exceso de importaciones sobre exportaciones (y aquí estamos incluyendo incluso flujos de inversión, no solo comercio de mercancías) significaría un flujo neto de salida de monedas de oro del país. Luego, “la fortaleza en el mercado doméstico provocada por el flujo de parte de las existencias de moneda reduce el precio de las materias primas y reduce así la importación y favorece la exportación”.

Como el intercambio de divisas puede ser un asunto particularmente difícil, las ideas de Mises se ven más fácilmente en un mundo en que no haya monedas locales en absoluto. Así que supongamos que la gente de Estados Unidos, Gran Bretaña, Europa y así sucesivamente utilizara monedas de oro reales como dinero y que los precios en todos los países se cifran no en dólares y libras, sino en gramos u onzas de oro.

En un mundo así, si los estadounidenses gastaran más (contando bienes y activos) en cosas extranjeras que al contrario, entonces la cantidad de oro físico en posesión de los estadounidenses caería, salvo por la producción de oro en las minas. En otras palabras, nuestro oro neto abandonaría el país. Pero como una existencias menores de oro doméstico, la demanda de bienes y servicios estadounidenses caería, de forma que sus precios (fijados en gramos u onzas de oro) también caerían.

Pasaría lo contrario en los países en los que el oro ha estado fluyendo. Los residentes de esos países verían crecer sus mantones de efectivo (que es oro en este escenario) y serían capaces de solicitar más bienes y servicios en sus países. Verían precios en aumento, fijados en oro.

Los bienes estadounidenses acabarían siendo tan baratos respecto de los extranjeros que los flujos comerciales se invertirían. Los extranjeros empezarían a gastar más en exportaciones estadounidenses de lo que los estadounidenses estarían gastando en importaciones del extranjero. La pérdida neta de existencias de oro en EEUU se detendría y tal vez se invertiría. Todo este mecanismo se califica como el mecanismo de flujos precios-metales de David Hume.

Este sencillo ejemplo, aunque basado en una suposición irreal de que todos los países usan el oro como dinero, demuestra lo que está mal en el pensamiento de Dean Baker. Un déficit comercial no necesita revertirse a través de la depreciación de una moneda de un país en relación con otras. En nuestro ejemplo, todos los países usaban oro, así que no cabía que una moneda cayera. En realidad, como los precios (fijados en oro) caían en Estados Unidos en nuestro ejemplo, si podemos decir algo que vean los estadounidenses es que su poder de compra sube a causa del déficit original de la balanza de pagos.

Extendiendo el argumento al dinero fiduciario

El propio Mises continúa extendiendo su argumento para ocuparse de países con monedas que no estén ligadas a los metales preciosos:

Cuando un país ha sustituido con dinero de crédito o fiduciario al dinero metálico (…) se afirma a menudo que la balanza de pagos determina el tipo de cambio. Pero esto es asimismo una explicación bastante inadecuada. El tipo de cambio se determina por el poder de compra que posee una unidad de cada tipo de dinero: debe determinarse a un nivel tal que no haya diferencia en si los productos se compran directamente con un tipo de dinero o indirectamente, a través de dinero de otro tipo. (…) La teoría de la balanza de pagos olvida que el volumen de comercio exterior es completamente dependiente de los precios; que no puede producirse ni la importación ni la exportación si no hay diferencias en precios para hacer rentable el comercio. (p. 250)

Es una observación esencialmente “austriaca” respecto de los precios individuales, frente al foco keynesiano de Baker sobre las cifras comerciales agregadas. En la medida en que uno esté de acuerdo en que los déficits comerciales de EEUU son insostenibles,[2] simplemente no es cierto que un dólar débil sea la única solución. Por el contrario, la caída de precios en EEUU podría funcionar igual de bien, pues eso también haría que los bienes de EEUU fueran más atractivos para los compradores extranjeros.

El impacto distorsionador de la inflación de la Fed

Si se le presiona, imagino que Dean Baker estaría de acuerdo con el análisis de Mises tal y como se realiza. Pero probablemente objetaría que lo peor para nuestra economía deprimida es ahora mismo tener precios a la baja. Después de todo, esa fue el motivo por el que Ben Bernanke ha inyectado más de un billón de dólares en el sector financiero desde que empezó realmente la crisis: estaba tratando de evitar la temida deflación (de precios).

Y así vemos que los keynesianos modernos (ya estén en la “izquierda” como Dean Bake o incluso en la derecha, como Greg Mankiw) se ven atrapados por sus propias recomendaciones políticas. Mi testimonio en la audiencia (aquí hay una versión escrita) resumía las formas en que las propias políticas inflacionistas de Bernanke han alimentado las enormes subidas de precios en las materias primas y por tanto (irónicamente) un creciente déficit comercial al gastar los estadounidenses más en importaciones de petróleo.

Más en general, se puede echar parcialmente la culpa de varias décadas de déficits comerciales a la posición especial de Estados Unidos como emisor de la moneda fiduciaria de reserva mundial, aunque el asunto sea matizable. Si Estados Unidos volviera a una moneda fuerte (ya sea ligando de nuevo al dólar al oro o, mejor aún, eliminando al gobierno en el dinero y la banca), entonces todos esos supuestos “desequilibrios” se arreglarían por sí solos.

Conclusión

Para concluir, no puedo sino citar de nuevo a Mises:

Ningún país (…) necesita abandonar la fe en las condiciones de una moneda fuerte. No es la pobreza de los individuos y la comunidad, ni el endeudamiento de las naciones extranjeras, ni la desfavorabilidad de las condiciones de producción, lo que fuerza al alza el tipo de intercambio, sino la inflación. (pp. 251-252)

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