La muerte de Facundo Cabral en Guatemala sacudió a todo el continente; mientras, en Centroamérica y en México las ejecuciones a manos de sicarios son una realidad cotidiana e impune.
Era un anciano. Estaba casi ciego. Había sobrevivido a un cáncer de páncreas y a la muerte en un accidente de avión de su primera esposa y su hija. Fue asesinado a tiros cuando iba camino al aeropuerto La Aurora, en Guatemala.
Rodolfo Enrique Facundo Cabral había nacido el 22 de mayo de 1937 en una calle, como decía él, de la ciudad de la Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires. Venido al mundo en un hogar destrozado por el abandono del jefe de familia, con una madre de otros siete hijos, la infancia de quien conociera la fama internacional como cantautor con el nombre acotado de Facundo Cabral fue propia de una escena del neorrealismo: casi miserable. Tal vez por eso, a sus 74 años, deambulaba todavía por el continente cantando sus coplas sin cargar con mucho más. Trabajar hasta el final, previendo un retiro anunciado, convencido de que “si los malos supieran que buen negocio es ser bueno, serían buenos aunque fuera por negocio”.
Lo mataron los malos en un confuso atentado que el propio presidente de Guatemala, Álvaro Colom, describió como “una maniobra de la mafia, muy bien organizada”. Las investigaciones apuntan a que el verdadero destinatario de los proyectiles era Henry Fariña, el empresario que lo había contratado para dar conciertos en Guatemala y Nicaragua, este último el país a donde se dirigía el cantautor cuando encontró la muerte. Fariña, quien sobrevivió al atentado, es ahora el testigo clave para una justicia que ya tiene a varios detenidos, aunque el estado de gravedad en que se encuentra impide por ahora tomarle su declaración.
La vida fascinante de quien escribió aquello de “no soy de aquí, ni soy de allá” se truncó por un hecho tan fortuito y azaroso como tan imprevisible fue su larga existencia, condenada desde el principio a una lucha feroz por la supervivencia. Los apuntes más destacados de su biografía narran el hecho increíble de su niñez, cuando con apenas nueve años logró entrevistarse con Juan Domingo Perón y su esposa, Eva Duarte. Había escuchado Facundo que el entonces Presidente de Argentina ayudaba a los pobres y no dudó en escaparse de su casa para emprender una larga travesía a la Capital Federal. “Pedía trabajo y no limosna”, contó Cabral en un reportaje muchos años después. La súplica caló hondo en el corazón de la Primera Dama, y fue así como Facundo consiguió trabajo para su madre y una nueva casa para su numerosa familia.
LA PELÍCULA DE UNA VIDA
Alcoholismo a edad prematura, encierros en el reformatorio, un carácter violento que lo llevó a la cárcel a los 14 años, el encuentro con un cura jesuita que lo hizo estudiar y lo aficionó a la literatura: la vida de Facundo Cabral parece haber sido escrita por Edmundo de Amicis, cuando, en 1954, con apenas 17 primaveras encima, escribió su primera canción, “Vuele bajo”. “A mí me salvó la música; yo hubiera sido fácilmente un delincuente. Odié como nadie, pero me salvó la canción”, dijo en México el año pasado.
Cabral no tenía una vivienda fija, paraba en hoteles y nunca dejaba de girar —hay músicos así, que no pueden dejar de dar conciertos, como señaló el guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards, en su autobiografía. El cantor, quien decía “no estás deprimido, estás distraído”, gozaba en sus últimos años de gran popularidad en Centroamérica, aunque su público en Argentina se había restringido un poco a raíz del discurso místico que cultivaba Cabral en sus espectáculos. Sin suscribirse a alguna religión en particular, hablando del Sermón de la Montaña y de la amistad personal que mantuvo con la Madre Teresa de Calcuta, en la vejez sus invocaciones al Creador eran la parte central de sus shows. Eso sí, no había perdido el humor filoso y menos esa verborragia encantadora que llamaba a silencio a los espectadores. “No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein interpretaba como nadie a Chopin a los 90”, decía. Él tenía 74, se vestía con pantalones de mezclilla, tapaba sus dañados ojos con unos coquetos anteojos rojos al estilo Lennon y mantenía la columna vertebral erguida, la cabeza fresca y atenta, el modo enérgico y solidario de dirigirse al prójimo.
“No hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de nada”, decía el hombre que carecía de propiedades y que llegó a donar un millón de dólares a la Madre Teresa de Calcuta, a quien veneraba. La conoció cuando ella lo llamó a un programa de televisión en México en los años ochenta, donde le estaban haciendo una entrevista al cantautor. Pidió salir al aire, para sorpresa de todos, los productores, el conductor del show y el propio Facundo, quien cuando terminó su participación televisiva corrió a encontrarse con la monja, que estaba de visita en el Distrito Federal.
Años después, cuando la Madre Teresa supo de la tragedia personal que asolaba al cantautor, quien acababa de perder a su hija y a su esposa en un accidente aéreo, lo llamó por teléfono para preguntarle qué iba a hacer con todo ese amor que le sobraba. Y lo invitó a ir a Calcuta. “Cada vez que yo entraba a la casa de la Madre Teresa sentía que Dios recién había salido. Una señora, impresionada al verla bañar a un leproso, le dijo: ‘Yo no bañaría a un leproso ni por un millón de dólares’, a lo que Teresa contestó: ‘Yo tampoco, porque a un leproso sólo se lo puede bañar por amor’”, contó Cabral.
En su constante desapego, se alegraba por la piratería y porque la gente pudiera bajar música gratis de internet. “Ahora hay más gente que puede conocer mis canciones”, decía.
AMOR A LA MEXICANA
Facundo Cabral vivió en México durante los cruentos años de la dictadura argentina. Su exilio fue forzoso y residió en este país entre 1976 y 1983. Aquí desarrolló afectos entrañables, pero sobre todo se ganó la fidelidad de un público que reía con sus ocurrencias y que se sentía identificado con sus canciones. Fue amigo de José Alfredo Jiménez, quien lo bautizó “Fecundo Cabrón”. “Un día estaba en un programa con Jacobo Zabludovsky, y la segunda llamada que entró al aire fue la de él (José Alfredo). Dijo: ‘Jacobo, dile a ese señor que quiero ser su cuate’, y casi me desmayo, porque la gran mayoría de las canciones mexicanas que se conocen en el mundo son de José Alfredo”, contó Cabral en una conferencia de prensa llevada a cabo en León, Guanajuato, en 2010.
José Alfredo lo molestaba con la canción “No soy de aquí ni soy de allá”. “¿Por qué la hiciste tú? La tendría que haber compuesto yo”, le decía el guanajuatense, a lo que Cabral respondía: “Bueno, entonces yo tendría que haber escrito ‘El rey’”. Su llegada a México, con 17 dólares en el bolsillo, fue en 1972. No conocía a nadie y se paró en la puerta de Televisa. Fue Zabludovsky quien se paró a escucharlo e inmediatamente lo invitó a su noticiario. Al principio iba a cantar en un solo bloque y al final se quedó toda la emisión. Al día siguiente ya tenía contrato con una disquera y una carrera profesional en ciernes.
HOMBRE DE LETRAS
Facundo Cabral no era un intelectual ortodoxo, pero sabía de literatura y amaba los libros. Escribía con pasión, no sólo canciones, sino también poesía y los textos que narraba con voz clara y precisa en sus presentaciones. Dialogó con Krishnamurti, fue amigo de Juan Rulfo, de Julio Cortázar y de Jorge Luis Borges. A este último lo visitó en su departamento en Buenos Aires. “Señor Cabral, usted sabe más de mi vida que yo; abra esa cómoda y encontrará muchos manuscritos, lléveselos, se los regalo”, le dijo el gran escritor. “Cuando le pregunté a Borges por qué no había libros suyos en su biblioteca, me dijo: ‘Porque sigo teniendo el hábito de la buena lectura’. Cuando le pregunté qué le había parecido Arreola, que acababa de visitarlo, me dijo: ‘Es un verdadero caballero: me dejó dos o tres silencios’”, contaba Cabral ante el público.
En Ciudad Obregón conoció a Erich Fromm, el autor de El arte de amar. “Fue una luz. Iluminó un montón de rincones que no conocía. Fue como estar frente a un espejo mucho mejor que yo”, dijo Facundo.
Quería a Octavio Paz, a Julio Cortázar, a Nacha Guevara, a Walt Whitman, y le costó vivir cuando murió Borges. “Estaba tomando sopa con mi madre. Estábamos comiendo una sopa de sémola, y sale un gran amigo nuestro en la radio, un hombre importante de la radio argentina, que además estuvo bastante cerca también de Borges, y dijo: ‘Hoy odio mi oficio. ¿Por qué me tiene que tocar a mí decir que Borges murió en Ginebra?’, y mi madre no dejó de tomar la sopa y dijo: ‘¡Caramba! Ahora sí que vamos a ser pobres’. Esa fue una muerte terrible para mí, porque no se puede suplantar tanta inteligencia. Ahora habrá que esperar otro siglo y yo me lo pierdo”, contó en entrevista.
EL ADIÓS
Alguien podrá decir que la muerte trágica de Cabral sirvió para hacerlo un mártir. Hablar de que el horrendo asesinato convertirá a Facundo en un santo es una paradoja tentadora, pero a la que no deberíamos suscribirnos: un hombre murió víctima de la violencia ciega que ronda por las calles y esquinas de América Latina. Fue una coincidencia que ese hombre fuera famoso. Él, que no fue de aquí ni de allá, consiguió el título de Mensajero de la Paz de la Organización de las Naciones Unidas y el de Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos Aires. En Argentina, su país natal, decretaron tres días de duelo por su muerte, y lo propio hizo Guatemala, donde lo asesinaron. “No hay muerte... hay mudanza. Y del otro lado te espera gente maravillosa: Gandhi, Miguel Ángel, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y mi madre, que creía que la pobreza está más cerca del amor, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas y nos aleja, porque nos hace desconfiados”, decía Facundo Cabral.
Primeras detenciones
Diego Álvarez, portavoz de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), informó el martes 12 de julio de la captura de dos presuntos responsables del asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral. Los detenidos son Elgin Enrique Vargas Hernández, aprehendido en Altos Bárcenas 3, y Wilfrido Allan Toques, detenido en Villa Hermosa, San Miguel Petapa. Las acciones fueron resultado de la operación conjunta del Ministerio Público y la CICIG, y los sospechosos fueron trasladados a la Torre de Tribunales en la capital. El gobierno confirmó que el ataque no era contra el argentino sino contra el empresario nicaragüense Henry Fariña, dueño de varios centros nocturnos en Centroamérica, quien lo había contratado.
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