¿Cuánto tiempo tardará antes de que vuelva a despertar el México bronco gracias a la notable incapacidad de los políticos mexicanos para sacar al país de la parálisis?
Francisco Martín MorenoLos mexicanos que afortunadamente tenemos acceso a los periódicos, a los libros, a los medios y que contamos con la oportunidad de estar medianamente informados de lo que acontece en México y en el mundo, no perdimos de vista los levantamientos armados acaecidos, este año en curso, en África del Norte, más concretamente en Túnez, en Egipto, en Libia, sin olvidar Siria, Marruecos, así como otros países musulmanes. Conocimos del derrocamiento de cuando menos dos gobiernos del mundo árabe ocasionados por movimientos sociales, por auténticos hartazgos nacionales, sin ignorar que otros tantos gobiernos se encuentran actualmente en capilla. Además de lo anterior, vimos, con no menos asombro, el movimiento de los “indignados” españoles que protestaban por el llamado paro, es decir por la carencia de empleos, por el escaso poder de compra de sus sueldos si se les comparaba con el de los funcionarios públicos españoles. Los jóvenes desesperados, sin futuro, sufrían la pérdida de pertenencia a la nación, es decir, los políticos no los tomaban en cuenta, salvo cuando llegaba el momento de las elecciones, en la inteligencia de que varios cientos de miles de ellos estaban hartos de trabajar y de pagar impuestos para que unos grupos insignificantes, frívolos y corruptos dispusieran de los recursos públicos a su antojo, disfrutaran de privilegios económicos injustificados mientras la gente se hundía en la desesperación. ¿Cuál democracia real? Alegaban cuando sus protestas no eran recogidas ni por las cortes españolas ni por el propio gobierno.
La inmensa mayoría de los mexicanos desconoce lo que aconteció en África del Norte y también ignora lo acontecido en la madrileña Puerta del Sol cuando los indignados españoles gritaban ¡Democracia real, ya!
Lo que sí saben millones de mexicanos ignorados es que viven en la informalidad, sin prestaciones, sin garantías, salvo el Seguro Popular, gracias al cual pueden morir en los pasillos de las clínicas del Estado sin que un afanador se preocupe por ellos.
De la misma suerte es claro que cuando menos 40 millones de mexicanos no estarán informados del acontecer internacional pero, desde luego, sí saben lo que es sobrevivir sepultados en la miseria.
La pregunta que salta a la vista es: ¿Cuánto tiempo tardará en volverse a agotar la paciencia nacional?, o dicho de otra manera, ¿cuánto tiempo tardará antes de que vuelva a despertar el México bronco gracias a la notable incapacidad de los políticos mexicanos de sacar al país de la parálisis, del marasmo en que se encuentra atenazado por los intereses inconfesables de quienes dirigen el destino de México?
Si los españoles se sentían ignorados y desesperados porque nadie tomaba en cuenta sus protestas ni se ocupaba de su desamparo, vale la pena recordar entonces el contenido del artículo 39 de nuestra Constitución que establece: “Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”. Si esto es así, ¿entonces por qué, si existe un clamor popular por acabar con los diputados plurinominales, establecer una segunda vuelta electoral presidencial, conformar mayorías legislativas, autorizar la reelección de diputados y de senadores, crear el referéndum y el plebiscito para cambios constitucionales, por qué entonces, si esto es así y el poder público dimana del pueblo, no se respeta la opinión de éste y se instrumentan los cambios requeridos? La respuesta es bien sencilla, el país se encuentra secuestrado por los partidos políticos y dentro de los partidos políticos por un grupo insignificante de gerifaltes de poca monta que dirigen al país y lo controlan en términos de sus propios intereses políticos.
Es escasa, cuando no nula, la capacidad de transformación de los mexicanos, una nación integrada mayoritariamente por conservadores, amantes del inmovilismo. Todo tiempo pasado fue mejor, dirían desde los enclaves más reaccionarios de México. Nos convertimos en el país de lo irreversible e irreversiblemente nos estamos hundiendo, día con día, de tal manera que si bien continuamos siendo un país vivo, estamos dejando de ser un país viable. Ni un paso atrás, pero sí, tampoco uno adelante. ¿Dónde está la velocidad de respuesta cuando el petróleo mexicano se agota, se contrae la economía con un crecimiento insignificante sin alarmarnos ante la posible recesión de Estados Unidos de llegarse a instrumentar recortes presupuestales de más de 100 mil millones de dólares que afectarían el comercio, las remesas, el empleo, la inversión y la captación de divisas por turismo?
De la misma manera en que se agotó la paciencia en África del Norte y el movimiento de los indignados españoles cunde como una agresiva humedad por una buena parte de Europa, no es difícil que la desesperación social cunda de repente en México y que sea capitaneada por un líder populista de los tamaños de un Chávez. De la misma manera que es sencillo engañar a un moribundo resulta muy fácil tomarle el pelo a los miserables. No podemos seguir girando irresponsablemente contra la paciencia de la nación, semejante actitud equivale a jugar con fuego y mientras tanto el Congreso de la Unión se fue de vacaciones para disfrutar de sus riquísimas dietas.
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