Sabino Gordo: Morir en el corredor del table
Rechinidos de llantas y el estruendo de los R-15 y los cuernos de chivo llenaron de terror y sangre, una vez más, a la ciudad regia. El saldo: más de 20 víctimas, en su mayoría empleados de un bar.
MONTERREY, NL.- La escena del crimen no dice nada en sí misma. Para un transeúnte sin información de lo sucedido el viernes ocho de julio por la noche en el Sabino Gordo —bar ubicado en el primer cuadro de la ciudad—, el desorden remitiría sólo a un pleito de borrachos.
Sobre la banqueta de la esquina de Villagrán y Arteaga hay una escoba rota; sobre el mango de la escoba un delantal de mesero con manchas de sangre; más sangre en la banqueta, y un carro de hot dogs abandonado. Quien lo atendía cayó abatido por el fuego con el grito de “¡Ya se los cargó la chingada!”. Fue el primero, luego un taxista que lo acompañaba y que al parecer no tenía vela en ese entierro.
Una manta avisa de las novedades musicales del mes. Una pantalla fosforescente sobre la pared rojo chillante sigue anunciando, como si nada hubiera pasado, la oferta musical de la noche. Todos los miércoles: Los Kumbiamberos de Panamá. Mañana: Carlos y José. Un cartel de septiembre de otro año, decolorado por el sol, invita a celebrar El Grito de Independencia al compás del Grupo Con Todo, La Morocha y Candela de Cuba. El fotomontaje no puede ser más regionacionalista: la bandera de México frente al Cerro de la Silla y grupos de música norteña.
Hay una señal de tránsito sobre un poste: “Sitio Águila Real”. Al pie del tubo que lo sostiene, junto a un teléfono de monedas, el cuerpo, boca abajo y ya sin aliento desde hace un par de horas, del vendedor de hot dogs. Dos policías observan la escena. El cuerpo del taxista ya ha sido levantado por peritos. Hay camionetas granaderas de las policías estatal y municipal, soldados, ministeriales, personal de la Cruz Roja, del Servicio Médico Forense y de Protección Civil vestidos de blanco, que colocan los cadáveres en camillas y los depositan en camionetas; hay reporteros, curiosos, trabajadores de otros antros, grupos de bailarinas y masajistas, músicos, automovilistas y peatones atrapados en la zona asegurada.
La “hora pico” en el Sabino Gordo es entre las 12 de la noche y las dos de la mañana, cuando el movimiento de parroquianos, bailarinas, mirones, meseros, músicos y vendedores ambulantes está a todo lo que da. En este barrio, frecuentado por trabajadores de la construcción, contratistas, obreros, soldados en su día libre, traileros, jornaleros de los alrededores y pequeños grupos de estudiantes, la noche siempre suele juntarse con el día.
Adentro, en la parte superior de la barra principal, está una libreta de espiral con la inscripción “Forzarrón” 2000, la palabra “entradas” y los nombres y horarios de llegada del personal femenino: 1. Lucero, 6:16; un nombre tachado. 2. Esmeralda, 8:00; 3. Yésica Yudit, 10:10; 4. Alma, 2:47 pm; 5. Estrella, 6:40 pm; 6. Martha, 8:20 pm; 7. Lupita, 8:50 pm; 8. Paty Mendoza, 9:10 pm; 9. Nelda, 9:40 pm; 10. Lourdes, 9: pm. 12, Jesica Cavazos, 20:25.
No se necesita ser un gran observador para darse cuenta de que los agujeros de bala en las paredes son idénticos a los que —como una instalación macabra, un holograma fatal sobre la caverna a la que hemos retrocedido— aún permanecen afuera del Café Iguana del Barrio Antiguo de Monterrey, en donde el 21 de mayo pasado un comando armado disparó a cuatro personas, entre ellos dos guardias del local, y luego procedió a rescatar los cuerpos de tres de ellos, pese a la presencia de la policía regia. Pero ésa es otra canción; lo del Sabino Gordo es distinto, aunque lleve la misma marca de sangre.
Pasadas las 10 de la noche arriba el Ejército, luego la policía estatal, los medios. Se cierra la circulación varias cuadras a la redonda. Adentro, en la parte central del salón de baile, yacen cuerpos sin vida. Otros quedaron bajo las mesas o en los pasillos, como el de una mujer de blusa azul a rayas y pantalón negro, arrojada de bruces, al fondo, cerca de los baños y el extinguidor. Las sillas están en desorden y la pista de baile cubierta de sangre.
RELACIÓN DE LOS HECHOS
Al dueño del Sabino Gordo —y de por lo menos cinco antros más de la zona, entre ellos el Bacará y el Internacional— ya lo tenían sentenciado. Lo habían amenazado días antes. Dos versiones se encuentran. Una: era necesario que los narcomenudistas del lugar, que operaban con la anuencia del dueño, dejaran de trabajar para “los de la letra” (Los Zetas); dos: le exigieron una cantidad elevada como financiamiento a un grupo de pistoleros. En cualquier caso, es obvio que la respuesta fue negativa.
A las 9:50 de la noche del viernes, entre ocho y 10 pistoleros, a bordo de dos camionetas que frenaron bruscamente frente al local, iniciaron la balacera. Llegaron como en las películas, con las armas listas para disparar. Tres de ellos descendieron de los vehículos y entraron al bar. Entre la gritería, el corredero, el caos y el llanto de las mujeres, se registraron algunas voces: “¡Todos al piso!” y “¡Ahora sí se los cargó la chingada, cabrones!”. Sacaron a los clientes, a los músicos y a las damas de compañía, y acomodaron en una fila a los empleados: meseros, meseras, cantineros, porteros, vigilantes. Les ordenaron que se arrodillaran y, sin más, les dispararon. Un fusilamiento masivo pero selecto. Los empleados que intentaron huir fueron acribillados a mansalva, y por lo menos un pistolero se introdujo al fondo del establecimiento, a las oficinas de la empresa y a los sanitarios, en busca de víctimas.
Tiempo transcurrido: cinco minutos. Evidencias: más de 100 casquillos, unas 20 bolsas con residuos de cocaína, tres grapas, botellas rotas y mucha sangre fresca.
La versión oficial dice que adentro había 17 cuerpos, más uno afuera, y que tres personas fallecieron en el hospital, para un total de 21 asesinados. Otros testimonios señalan que las víctimas fueron 27 en total, aunque podrían ser 30. En éste, como en muchos otros casos en el país, porque parece mentira, la verdad nunca se sabe.
LAS VOCES DEL MIEDO
Acomodador de autos:
“Venían con las armas de fuera, ya listos para disparar, y se arrancaron”.
“En marcha empezaron la tronadera. Parecía que se venía cayendo el cielo de los plomazos que soltaban. Nomás se oyó ‘zas, zas, zas’”.
“Se oía gachísimo, bien recio, los pinches madrazos. Retumbaban. Quién sabe cuántos pobrecitos caerían”.
Empleado de table vecino:
“El Sabino siempre está hasta la madre. Va mucha raza y siempre hay banda afuera, vendedores, mujeres, los de seguridad, taxistas, halcones también, o eso dicen”.
“No’mbre, compa: nosotros nos encerramos en la oficina y nos dio un friego de miedo, porque se oía como si estuvieran aventando bombas o granadas”.
“Unos tronidotes que en mi vida había oído, parecía bombardeo”.
Cantinero vecino:
“Nomás vieron que se calmó y las muchachas salieron disparadas”.
“Iba llorando una de ellas, ya ve cómo son las mujeres. Aunque no, ésta sí estuvo bien pesada, todos estábamos asustados y arrinconados hasta el fondo (del negocio)”.
Taquero callejero:
“Yo tenía aquí mucha gente, pero todos soltaron el taco y corrieron. Yo me eché ahí, debajo de un carro”.
Un cartel mostrado por un ciudadano afuera del bar, un día después de la masacre:
“Yo era malo, pero Dios me salvó”.
Fuente policiaca:
“Están desesperados por dinero, la llegada de otros grupos que se hacen cargo de la plaza originó que acudieran a ese lugar en un intento por recuperar el control. Como no se los permitieron, aplicaron la venganza con su estilo particular, ráfagas sin control, sin gente preparada… es cierto, muchos de los empleados estaban metidos en eso, inclusive se investiga por qué el vendedor de hot dogs fue señalado también como vendedor de droga”.
“Se trató de algo muy aparatoso, la muerte de 20 personas sin duda provoca que la ciudad se caliente, pero fue un ataque totalmente indiscriminado, sin buscar un objetivo personal, más bien fue un mensaje de fuerza. El riesgo es que el otro grupo pudiera desatar una cacería de estos maleantes con más fuerza y generar más actos de violencia”.
LAVÁNDOSE LAS MANOS
Es probable que el gobierno de Nuevo León siga apostando a que las bandas de la delincuencia organizada se exterminen entre sí. El vocero de seguridad en la entidad, Jorge Domene Zambrano, insiste en señalar, como si eso arreglara todo, que la mayoría de las víctimas eran empleadas del bar, y luego reitera literalmente:
“La causa específica no la tenemos hasta estos momentos, hay unas líneas muy claras de investigación, dado como se dan los hechos, en donde sabemos que en dos vehículos llegan gentes armadas, incursionan al bar, hacen una serie de disparos en donde, como sabemos, en resumen hasta estos momentos es de 20 personas fallecidas, 16 en el lugar y cuatro posteriormente en el hospital, y hasta ahorita las líneas más probables es de un ataque en contra de una banda rival dado que este lugar se identificaba como un punto de venta que aparentemente es controlado por una de las bandas”, según registró MILENIO Diario de Monterrey.
Días después el funcionario advirtió: “La ciudadanía ya conoce cuáles son los lugares a los que puede o no asistir sin el riesgo de ser atacada”.
EL DESLINDE
A dos días del crimen que hizo historia negra en Monterrey vinieron las narcomantas. Los Zetas se deslindaban de los asesinatos. Los mensajes aparecieron en Zacatecas, Durango, Tamaulipas, Sonora, Querétaro, San Luis Potosí, Ciudad Juárez y Monterrey. Un narcomensaje amaneció afuera del Sabino Gordo la mañana del 11 de julio. Decía así:
“GRUPO ZETA SE DESLINDA DE LOS ATENTADOS A LA POBLACION CIVIL QUE OCURRIERON EN LA FECHA 9 (sic) DE JULIO EN MONTERREY, NUEVO LEÓN, ASI MISMO RESPONSABILIZA AL CARTEL DEL GOLFO DE ESOS ATENTADOS, SON MUESTRAS DE DESESPERACION AL VER QUE NO PUEDEN PELEAR CON EL GRUPO NUESTRO Y PARA CALENTAR LAS PLAZAS Y DESVIAR LA ATENCION DE LOS OPERATIVOS DE REYNOSA, MATAMOROS, Y DIAZ ORDAZ, QUE ES LO UNICO QUE TIENEN QUE MATAR GENTE CIVIL QUE NADA TIENE QUE VER CON LA DELINCUENCIA ORGANIZADA, CON EL UNICO FIN DE CALENTAR LA PLAZA. SE RESPONZABILIZA A SAMUEL FLORES BORREGO ALIAS M3, JUAN REYES R1, GAEL LARA DE ARMADILLA, CHAVA GOMEZ ALIAS EL 88 O EL DIENTES DE CABRA, Y LOS INVITAMOS A PELEAR DE FRENTE Y NO ANDARSE METIENDO CON LA POBLACIÓN CIVIL Y REITERAMOS NO VAMOS A CAER EN SU JUEGO Y DE QUE NOSOTROS MANDEMOS A LA GENTE QUE TENEMOS EN REYNOSA Y MATAMOROS QUE HAGAN LA MISMA PENDEJADA QUE HICIERON USTEDES DE ANDAR INCENDIANDO CARROS BOMBA Y ANDAR MATANDO INDISCRIMINADAMENTE GENTE INOCENTE. ATTE. GRUPO Z”.
Tal parece que para las autoridades de Nuevo León la muerte en un centro de diversión no significa nada. Cuando el pasado 15 de junio fueron levantados y ejecutados dos escoltas del gobernador, el caso se resolvió en dos días. Para las seis de la tarde del martes 12 de julio ninguna autoridad policiaca vigila ya el bar. Un pregonero de la palabra de Dios muestra un cartel a los transeúntes: “Dios castigará a los culpables”. Tres mujeres en diminutas prendas, afuera de una sala de masaje, le hacen señas al hombre para que pase al establecimiento. En la entrada hay una docena de veladoras cuya llama ha languidecido. La cera escurrió por las banquetas mezclada con la sangre formando una textura viscosa, tétrica. Los agujeros de las balas sobre las paredes siguen ahí, como la tinta indeleble de la vergüenza y la impunidad, del deseo de venganza y el miedo.
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