19 agosto, 2011

Dos ejemplos exitosos de cómo reducir los impuestos y el gasto

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por Jim Powell

Jim Powell es académico titular del Cato Institute y autor de FDR’s Folley, Bully Boy: The Truth About Theodore Roosevelt’s Legacy y Greatest Emancipations.

El gasto federal ha estado fuera de control por tanto tiempo que es difícil imaginar cómo reducciones importantes en los impuestos y en el gasto —reducciones reales, no reducciones marginales— podrían lograrse alguna vez. Es cierto que John F. Kennedy y Ronald Reagan lograron recortes épicos en el impuesto a la renta, pero ninguno controló el gasto y ambos incurrieron en déficits presupuestarios durante cada año de su respectiva administración. El gobierno federal ha incurrido en déficits presupuestarios más de 80% de los años desde 1930, un periodo durante el cual el número de funciones del Estado aumentó de manera dramática.

Es ilustrativo considerar dos de los grandes éxitos históricos en reducir los impuestos y el gasto. Estos se dieron cuando el gobierno tenía relativamente pocas funciones —y es a eso a lo que tenemos que volver.

El primer éxito ocurrió en Inglaterra. Un crédito considerable se le atribuye a William Ewart Gladstone (1809-1898), quien dominó la política inglesa en los buenos tiempos del liberalismo de mercado (lo opuesto a lo que hoy se entiende por liberalismo en EE.UU.). Gladstone entró al parlamento a los 23 años de edad, sirvió en una posición de gabinete por primera vez a los 34 años y dio su último discurso como miembro del parlamento cuando tenía 84 años. Se desempeñó como Primer Ministro cuatro veces. Fue Ministro de Hacienda (en EE.UU. la posición equivalente es Secretario de la Tesorería) en cuatro ocasiones. Él fue una inspiración para Margaret Thatcher. El historiador Paul Johnson declaró, “no hay paralelo para su récord de logros en la historia de Inglaterra”.

Gladstone conocía el presupuesto nacional del gobierno mejor que cualquier otra persona y en 1861 empezó su gran campaña para reducir impuestos. Él logró que Inglaterra redujera unilateralmente los aranceles (impuestos a las importaciones) porque reconocía que los principales beneficiarios de aranceles más bajos son las personas que los reducen, ya que esto abarata las cosas —por lo tanto, la gente puede comprar más con su dinero ganado con sudor. Gladstone anunció tratados que reducían todavía más los aranceles y que afectaban el comercio con Austria, Bélgica y los estados alemanes. Gladstone ayudó a abolir más de 1.000 aranceles británicos —alrededor de 95% de ellos. Luego en 1865, Gladstone redujo el impuesto sobre la renta a la sorprendente tasa de 1,66%. El impuesto inglés sobre la renta había sido de 10% durante las Guerras Napoleónicas y de 6,6% durante la Guerra de Crimea.

¿Cuál fue el secreto de los extraordinarios recortes de impuestos de Gladstone? Como el economista austriaco Joseph Schumpeter lo explicó, desde el punto de vista de Gladstone “lo más importante era remover los obstáculos fiscales a la actividad privada. Era necesario mantener el gasto público bajo…esto significaba una reducción de las funciones del Estado a un mínimo”.
Mientras más reducía Gladstone el costo del Estado, más personas prosperaban. En 1859, las importaciones inglesas constituyeron £179 millones y las exportaciones £155 millones. Una década después, las importaciones inglesas se catapultaron a £279 millones, mientras que las exportaciones llegaron a £237 millones. La historiadora Asa Briggs alabó esto como “la era de las mejoras” e indicó cómo Gladstone “se esmeró en enfatizar el efecto de la tributación no solo sobre el placer sino sobre el empleo”. El historiador económico Charles More agregó, “La mejora en el estándar de vida de los trabajadores manuales era igualada por la mejora en el estándar de vida de la clase media y aquellos que eran muy ricos”.

Un segundo gran éxito en recortar tanto los impuestos como el gasto involucra al presidente estadounidense que heredó una de las peores depresiones en la historia de EE.UU. Esto ocurrió en 1921, después de la Primera Guerra Mundial, conforme el gobierno cancelaba sus pedidos de materiales para la guerra. El desempleo se duplicó y los precios al por mayor colapsaron en alrededor de un tercio.

El presidente era Warren Harding (1865-1923), quien de manera astuta creía que si debían realizarse ajustes severos —como aquel necesario para hacer la transición de una economía en tiempos de guerra a una economía en tiempos de paz— la política más humana era realizar los ajustes inevitables lo más rápido que sea posible. Aunque la intención de los rescates y los programas de ayuda social es aliviar la miseria, Harding reconoció que tales políticas socavan los incentivos para realizar los ajustes de manera rápida y pueden terminar prolongando la miseria.

Harding redujo el gasto en alrededor de 50%, disminuyó los impuestos en alrededor de un 40% y empezó a cancelar la deuda. No hubo rescates, ni programas de “estímulo”, ni ayudas sociales, ni sindicatos de empleados públicos, nada de aquello que hizo extremadamente difícil que los presidentes posteriores recortaran el gasto.

Aunque el New Deal de Franklin Delano Roosevelt (FDR) estuvo plagado de un desempleo promedio de 17% durante la década de los treinta y ahora Obama está plagado de un desempleo crónico de 9%, las políticas de Harding ayudaron a reactivar la economía estadounidense dentro de 18 meses. La época de los prósperos años veinte empezó en 1922. Harding murió en agosto de 1923, pero su sucesor Calvin Coolidge (1872-1933) continuó sus políticas. Consecuentemente, durante la década de los veinte, los impuestos y el gasto se redujeron en un 50% y alrededor de 30% de la deuda nacional se canceló. Se experimentaron superávits presupuestarios cada año durante esa década. El desempleo cayó a 1,8%, el nivel más bajo en más de un siglo. Había empleo en abundancia.

Los historiadores económicos han reconocido el notable éxito de Harding. John M. Peterson y Ralph Gray, por ejemplo, reportaron que “La depresión de la posguerra fijó récords tanto por la rapidez de la contracción de 1921 como por la rapidez del retorno a la prosperidad en 1922”. Gary M. Walton y Hugh Rockoff escribieron que las políticas impulsadas por Harding “se sumaron a un ambiente que producía prosperidad en los negocios sin precedentes. Avances espectaculares en la producción de productos de consumo durable, energía eléctrica, nuevos electrodomésticos, vivienda en los suburbios, y rascacielos en las ciudades caracterizaron esta década”. De acuerdo al economista Stanley Lebergott, “La ganancia en el estándar de vida durante la década de los veinte no tenía precedente en la experiencia estadounidense”.

Si las políticas de Harding eran tan buenas, ¿cómo se explica el colapso de la bolsa de valores y la Gran Depresión que vino después? La respuesta breve es que las políticas públicas cambiaron. La Reserva Federal cometió una serie de graves errores desde 1928 que continuaron hasta fines de la década de los treinta. Herbert Hoover firmó la Ley Smoot-Hawley de aranceles (1930), la cual estranguló el comercio y además aprobó grandes alzas en los impuestos (1932) que derivaron en que los empleadores tuvieran menos dinero para contratar trabajadores y que los consumidores tuvieran menos dinero para gastar. Los impuestos se triplicaron bajo la administración de FDR, quien también aprobó una serie de leyes que encarecieron la contratación de empleados, entonces los empleadores contrataron menos.

Aunque Gladstone y Harding muestran que los recortes dramáticos de impuestos y del gasto se pueden lograr, esto puede que no suceda nuevamente a menos que el número de funciones desempeñadas por el gobierno federal sea reducido. Si el Estado continúa haciendo todo lo que hace ahora, los esfuerzos para reducir los impuestos y el gasto probablemente están condenados. Una burocracia puede dejar que se le recorte el presupuesto por algún tiempo, pero siempre y cuando esta burocracia exista, se puede esperar que esta cabildee de manera agresiva para obtener presupuestos más grandes y que estos se den.

El número de tareas del Estado tendrá que reducirse un paso a la vez, empezando con aquellas que cuestan demasiado, son ineficientes, contraproducentes u obsoletas. El gasto descontrolado de Obama y la resultante crisis de la deuda ha establecido claramente que el Estado está operando considerablemente sobre su capacidad. Las presiones financieras para reducir el tamaño del gobierno se están intensificando. Reducir el número de las funciones del Estado parece probable que podría surgir como la principal estrategia para bajar los impuestos y el gasto —mientras más pronto suceda esto, mejor.

Plumas democráticas para Cuba

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por Héctor Ñáupari

Héctor Ñáupari es escritor y jurista peruano, Vicepresidente de la Red Liberal de América Latina, RELIAL. Obtuvo una mención honrosa en el V Concurso Internacional de Ensayo Caminos de Libertad, México (2010). Además es autor de Libertad para todos (2008) y Políticas liberales exitosas 2 (2008), entre otras publicaciones.

La Cuba libre y democrática tiene nuevos defensores. Es lo que podemos concluir luego de leer los estupendos ensayos de los jóvenes autores latinoamericanos reunidos en el volumen Plumas democráticas: Primer concurso de ensayos sobre la realidad cubana, que ha organizado, y ahora publica los trabajos ganadores, el Instituto Político para la Libertad, que dirige con notable acierto la activista y documentalista peruana Yesenia Álvarez.

Pocas veces ha llegado a mis manos un libro que reúne juventud con talento, pasión con reflexión, e ingenio mordaz junto a un sincero compromiso con las ideas de la libertad, así como su aplicación para Cuba, en dosis precisas y alternadas con cuidado, lo mismo que con fervoroso deseo. Por eso he de recomendar su inmediata lectura, como el punto de partida de una nueva reflexión sobre el régimen de la isla, hecha por estos nietos de los cultores de la revolución, que la observan con la distancia que da el medio siglo de su infortunada existencia, y sin formar parte de las histerias ni mutuas acusaciones que marcaron a fuego a los participantes del debate sobre ella, durante la segunda mitad del siglo XX.

Tuve la oportunidad de conocer personalmente a los ensayistas, cuando presenté el libro en Lima hace unas semanas, y pongo por escrito lo que dije en ese momento: que así como José Martí expresara que honrar, honra, tengo por cierto que los países de los escritores premiados honrarán los valiosos méritos de estos noveles escritores, y que la senda abierta ahora, con sus estupendos trabajos, continuará rindiendo frutos más maduros y luces más meridianas que los producidos a partir de estos textos, germinales y bellos, que tanto emocionan como denuncian, e invitan a una concienzuda y solvente meditación sobre el calvario cubano, a tono con el siglo XXI.

Y, como si conocer a estos veinteañeros admirables no fuera suficiente, los presentes tuvimos, esa mágica noche, el invaluable privilegio de ser honrados con la inmanente presencia de Huber Matos, uno de los principales comandantes de la revolución, opositor luego a Fidel Castro, quien quiso primero fusilarlo y luego lo encarceló veinte años. El comandante Matos —que es un retrato vivo de la historia reciente edificándose— da cuenta de esta epopeya en sus memorias, tituladas Cómo llegó la noche y es, en la espléndida expresión de Juan Marinello sobre José Martí, “el héroe que dio a la libertad la categoría de belleza”. El ejemplo y la conducta de este moderno prócer de la libertad, su palabra y su voluntad incoercible para hacer realidad su sueño de una Cuba libre, democrática y digna, convierten su legado en universal e inmortal. Fue emocionante escucharlo decir que esta presentación fue para él un día tan feliz como el de su libertad.

Sobre el libro, cabe señalar que sus autores llevan a Cuba en el corazón, y quieren transformar ese desdichado infierno en un paraíso de verdad, donde se viva una vida hermosa, cómoda, jubilosa, en la que, como cita con acierto uno de los ensayistas, se “ha descubierto el sentido de la vida que han estado persiguiendo, sin alcanzarlo, todas las civilizaciones del mundo occidental”. Tal es el propósito último que asiste a todos los autores premiados: que Cuba reverdezca, floreciente, con democracia y libertad. Son las ideas que, cual si fuese una obra de teatro, desarrolla Lemis Tarajano Noya, sintetizando la historia de Cuba con su vivencia personal; es la denuncia de Silvia Mercado Alemán, que subraya las miopías del autoritarismo y las confronta con la esperanza del cambio que vivifica a los disidentes.

Es también la luz que permite a Agustín Laje Arrigoni desmontar, argumento a argumento, todos los mitos del castrismo en educación, salud, en la actual explotación y desigualdad que los cubanos padecen, como en la falacia histórica del bloqueo y la dignidad a que alude el régimen de la isla, manidamente. Alcanzar el paraíso despercudiendo la abulia y superando la decadencia de esta estafa socialista es por cierto el leit motiv de Rafael Alejandro Brea Pérez, señalando con acierto que cuando los tiempos se ponen difíciles es porque muy pronto vendrán las soluciones. A su vez, encarnar el sueño de libertad supone hurgar en la anatomía de esta caída perpetua del régimen cubano, como hace con ejemplar ahínco Miguel Ángel Curo Sierra, y denunciar este camino de servidumbre, con sus múltiples ramificaciones latinoamericanas, en la voz de Lisbeth Prieto García.

Hoy, que ese sueño sigue pareciendo lejano, no debemos olvidar que nunca está más oscuro que antes de amanecer. La luz de esperanza se luce, renovada, en los rostros e ideas de estos jóvenes ensayistas, que han descubierto su voz fuerte, como escribiera el poeta Heberto Padilla. Sigámosla para hacer de Cuba el primer país libre y democrático de este nuevo siglo.

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