29 agosto, 2011

El colapso del Estado del Bienestar socialista

James M. Roberts y Dr. J. D. Foster

Fundación Heritage

La respuesta de las élites europeas, hasta la fecha, ha sido tratar de confrontar la crisis de solvencia a través de políticas fiscales y la crisis de liquidez mediante más endeudamiento.

El Estado del Bienestar socialista (o "socialdemócrata") de Europa colapsa bajo el peso de una deuda insostenible. No hay posibilidad alguna de que los políticos europeos cumplan jamás muchos de los costosos derechos a beneficios que han prometido a sus ciudadanos.

El problema fundamental en la Unión Europea (UE) es el fracaso de su política monetaria. Ello, en conjunción con los debilitadores efectos de un Estado de Bienestar social, ha desembocado en un colapso económico generalizado entre los Estados de menor influencia –especialmente en Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España (los países PIIGS), pero también en algunos de los más recientes miembros de la UE– y amenaza con arrastrar a los estados más importantes.

Durante años, este hundimiento entre los Estados menos relevantes se enmascaraba con acumulación de deuda: los países pedían prestado (a unos tipos de interés con descuento de facto) para superar su incapacidad de generar ingresos suficientes mediante la producción y la venta de bienes y servicios. La carencia de crecimiento real y de perspectivas de crecimiento, en combinación con una deuda en expansión, condujo a una crisis de solvencia a largo plazo que se ha manifestado recientemente como una serie de crisis de liquidez.

La situación monetaria y fiscal en la Unión Europea es cada vez más inmanejable debido a que la carga de la deuda aumenta y las perspectivas de crecimiento disminuyen aún más. Parafraseando un viejo dicho: "Se puede engañar a algunos mercados crediticios todo el tiempo y a todos los mercados por algún tiempo, pero no se puede engañar a todos los mercados crediticios indefinidamente".

La idea de una "eurozona" estaba mal concebida desde el principio. Cada vez más se reconoce que la falta de control de Bruselas sobre el gasto social, especialmente en los países PIIGS, condenaba al fracaso a toda la zona desde el arranque. Los acuerdos (como el Tratado de Maastricht) fueron repetidamente violados, incluso por los países más grandes de la UE.

Pero la creciente brecha de competitividad entre miembros de la UE era mucho más importante. Algunos, como Alemania, tendieron a la adopción de políticas como las reformas del mercado laboral que se apoyaban sobre sus idiosincráticos puntos fuertes económicos. Los fuertes se hicieron más fuertes, mientras que otros, como Italia y Grecia, se congelaron o incluso retrocedieron en el ámbito de las políticas que habían mantenido su competitividad internacional. El enfoque actual, consistente en dar un golpe de timón aplicando dolorosas políticas que podrían hacer a estos países competitivos simplemente llega mal y tarde.

Y ahora, la inestabilidad se está contagiando rápidamente a los pilares de Europa: primero a España, luego a Italia y ahora aparentemente a Francia. Los países europeos del sur siguieron endeudándose en euros a bajos tipos de interés (inflando simultáneamente las burbujas de la vivienda en esos países) hasta que, en palabras de Margaret Thatcher, a los Gobiernos socialistas "se les acabó el dinero de los demás". Como resultado, algunos de los mayores bancos privados de Europa tienen cantidades tóxicas de deuda soberana de los PIIGS y se ven amenazados con la extinción a través de quiebras en serie, por lo que se les considera como "demasiado grandes para caer". Hay, de hecho, una creciente preocupación por la solvencia del banco francés Société Générale debido a esta crisis y es probable que varios bancos europeos importantes tengan problemas si la situación no se resuelve.

Durante décadas, uno de los más trágicos precios a pagar en el Estado del Bienestar europeo ha sido el desempleo estructural de Europa, especialmente entre los jóvenes, en combinación con pagos de asistencia social que convirtieron el desempleo en un estatus aceptable –incluso deseable– mientras que se privaba de dignidad y sentido de la responsabilidad a los afectados. Los recientes disturbios en el Reino Unido son una ominosa reflexión sobre este fracaso.

Una de las preguntas claves es: ¿Cuánto tiempo más estarán dispuestos los trabajadores y contribuyentes de Alemania y otros países más fiscalmente prudentes del norte de Europa a trabajar hasta cerca de los 70 años para subsidiar (a través de rescates de la eurozona y quiebras ordenadas) a sus vecinos del sur de Europa para que estos sí se puedan jubilar antes de los 60 años con generosas pensiones financiadas por el gobierno y vayan a la playa?

La respuesta de las élites europeas, hasta la fecha, ha sido tratar de confrontar la crisis de solvencia a través de políticas fiscales y la crisis de liquidez mediante más endeudamiento, ignorando los fracasos de la política monetaria de la UE, ya que no tienen una solución políticamente aceptable. Es obvio a dónde va a conducir todo esto, como ya concluyó un análisis de la Fundación Heritage.

Quizá, en vez de estas medidas hasta ahora tomadas, algunos de los países PIIGS decidirán salirse del euro. ¿O quizá los países del Norte dejen el euro (y las deudas soberanas de los PIIGS, denominadas en euros) y resuciten el marco alemán? Parece inevitable que se tome alguno de estos caminos.

El Estado del Bienestar europeo ha contribuido muchísimo a esta situación disminuyendo la competitividad de Europa respecto al resto del mundo y es por lo que el Reino Unido, aunque no sujeto al fracaso de política monetaria, no puede escapar completamente de las consecuencias sobre el crecimiento. Mientras tanto, las fortalezas propias de Alemania le han permitido tomar ventaja sobre sus socios comerciales ligados al euro.

Para que no quede ninguna duda, el fracaso de la política monetaria subyacente es el propio euro. Está ahora meridianamente claro que esta política estaba condenada al fracaso, no solo porque Europa no pudo armonizar la moneda con otras políticas, sino porque la unión monetaria entre Estados de fuerte y débil crecimiento solo puede acabar con una trágica desintegración monetaria. La esperanza de que ayudaría a que los países de bajo crecimiento alcanzasen a los demás era solo castillos en el aire.

¿Tendrán éxito las élites de Europa en su intento de salvar la eurozona una vez más, quizás creando un ministerio central de Economía de la Unión Europea que sea el único con poder para emitir nueva deuda para los países de la UE? Esto garantizaría que los PIIGS pagaran tipos de interés más bajos que los que su historial crediticio exigiría, mientras que el norte paga más.

El presidente francés Nicolas Sarkozy parece apuntar a "hacer uso de la crisis griega para dar un salto espectacular en la gobernanza de la eurozona". El reciente pronunciamiento de Berlín y París de que el nuevo eurobono ha muerto antes de nacer, sin embargo, nos sugiere que la paciencia de Alemania está a punto de acabarse; aparentemente, ese gran salto va a tener que ser en una dirección distinta.

Para Estados Unidos, Europa es la perfecta demostración: una advertencia de lo que ocurre cuando se permite que el Estado actúe sin control, con la pérdida de libertad y déficits fiscales como consecuencia. Afortunadamente, aunque Estados Unidos solo tiene una moneda, alcanzó hace mucho tiempo ya las condiciones necesarias para una solución satisfactoria.

Es casi seguro que esta crisis resultará en algo nuevo en la actual Europa. La aparición, tanto colectiva como individualmente, de sociedades europeas más fuertes, con regímenes financieros y monetarios duraderos estaría ciertamente en el interés de Estados Unidos y del resto del mundo.

Como informa Ambrose Evans-Pritchard desde el periódico británico The Telegraph, el probable resultado a corto plazo lo describe Daniel Gross, del Centre for European Policy Studies: "Alemania y los otros estados con calificación AAA deben ponerse de acuerdo en algún tipo de régimen de deuda pública, el eurobono. De otro modo, el euro implosionará". No obstante, como ya se mencionó anteriormente, Francia, y sobre todo Alemania, se han opuesto vigorosamente al eurobono y por muy buenas razones. Asumiendo que la valoración de Gross esté en lo cierto, y es muy probable que así sea, el futuro del euro es en realidad sombrío.

Mientras tanto, debe reducirse el gasto del Gobierno de Estados Unidos, actualmente camino de consumir un tercio de la economía para cuando los recién nacidos de hoy se gradúen en la universidad. Se deben contener y reformar los derechos sociales y el gasto discrecional no de defensa debe retroceder a sus niveles de 2008.

Para reducir el gasto federal e impedir el colapso económico, los políticos de Estados Unidos deberían seguir el plan de la Fundación Heritage detallado en Para Salvar el Sueño Americano.

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