por Cristina López G.
Cristina López es Licenciada en Derecho, columnista de El Diario de Hoy y Directora Ejecutiva de CREO (www.creo.org.sv).
Con preocupación por parte de varias instituciones y miembros de la opinión pública han sido recibidas las recientes declaraciones de miembros de la cúpula del FMLN de sus intenciones de empujar reformas a nuestra Constitución para que en la misma se incluyan herramientas de la democracia participativa, como son el referéndum, la consulta popular, o el plebiscito.
Dichos planes, coreados también por la diputada Norma Guevara, han generado alarma en diversos sectores de la sociedad, debido a la similitud que en estrategia han usado los dirigentes de regímenes autoritarios del continente, como lo son Venezuela o Ecuador, en que se le ha hecho el harakiri a la democracia, usando herramientas aparentemente democráticas.
Sin embargo, no debe automáticamente ponérsele cruz y calavera a una forma de democracia que no ha convertido en Venezuelas a países como Chile, Costa Rica, Perú o Uruguay. Como mencionara Jorge Seall Sasian, la democracia participativa debe verse como un complemento de una democracia representativa fuerte, y no como una sustitución de la delegación de poder que el pueblo hace a un grupo de representantes a través de una competencia electoral.
Pero para que la democracia participativa agregue valor en un sistema, en lugar de destruir, debe verse apoyada por un sistema de partidos políticos sano y que representa a su electorado, con una sociedad civil activa e involucrada, y que se cuente con mecanismos claros y eficaces para la rendición de cuentas, todos los anteriores, elementos que en nuestro país se encuentran, desde una perspectiva optimista, aún en desarrollo.
Los regímenes autoritarios por lo tanto, no son consecuencia de las herramientas de la democracia participativa, sino de los políticos que valiéndose de ellas como medio, han instrumentalizado a sus poblaciones, que como en nuestro país, cuentan con información imperfecta debido a la falta de educación. Además, con la pobreza que sumerge a muchos salvadoreños, la democracia participativa se volvería una tentación para los políticos, que por medio de votos comprados con bolsas de frijoles impondrían sus intereses mezquinos.
El debate de incorporar a la Constitución estos mecanismos debe hacerse en un nivel técnico y no electorero. No hay que dejarse engañar: la democracia participativa instrumentaliza más a la ciudadanía de lo que la empodera, pues la pone al servicio de los intereses de un grupo de pocos políticos, que son quienes escogen las preguntas en las consultas y moldean las leyes a su conveniencia.
Otro aspecto que debe considerarse, es la escasa practicidad de implementar estos mecanismos en la situación económica actual del país. Echar a andar una consulta popular o un referéndum a nivel nacional, con los gastos logísticos y publicitarios que conllevaría, es carísimo, por lo que con las intenciones del partido oficial se transparenta aún más la lógica corto-placista estilo Luis XV que está siguiendo el FMLN con sus gastos desbocados: “Después de mi, el diluvio”.
Así como unas tijeras en manos de un sastre preparado y experto hacen maravillas y en manos de un loco pueden llevar a tragedias mortales, la democracia participativa en nuestro país, con los gobernantes actuales, y con la debilidad de los elementos que componen nuestra democracia representativa, sería una autopista directa a un sistema de supresión de libertades individuales, pues con la falsa de legitimidad de la voluntad de la mayoría, podrían anteponerse a la misma justicia o a los principios de la ley natural, intereses partidistas o el absolutismo en el poder.
La crisis y el dólar
La crisis y el dólar
por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
Mucha gente se pregunta qué consecuencias puede tener el hecho de estar dolarizados si EE.UU. entra en una crisis.
Anteriormente escribí que en realidad el problema de fondo de EE.UU. proviene no de que se suba o no dicho límite antes del 2 de agosto sino de que haya necesidad de hacerlo cuando la deuda del país ya es demasiado alta. En estas circunstancias, la deuda de EE.UU. va a tender a ser percibida como más riesgosa.
Si no se subía el límite de endeudamiento el riesgo de la deuda iba a subir porque el gobierno ha estado tomando dinero prestado para pagar las deudas que se han ido venciendo, en una espiral ascendente. Si se le pone un límite a esta espiral, el gobierno de EE.UU. no podrá pagar sus deudas y a la vez pagar todos sus otros gastos. Esto aumentaría el riesgo de que el gobierno se atrase en sus pagos. Al subir ese riesgo, la tasa de interés tenderían a subir también, con lo que el crédito y los precios de las acciones caerían, debilitando la actividad económica en general. Como consecuencia, EE.UU. importaría menos, China exportaría menos y compraría menos productos primarios a Latinoamérica y a otros países, los precios de estos productos caerían, y el ritmo económico mundial disminuiría.
Pero el riesgo de la deuda del gobierno de EE.UU. va a subir a pesar del arreglo logrado, en este caso no porque se ha cortado la espiral sino porque se ha permitido que siga adelante, elevando la deuda por encima de niveles peligrosos. La tasa de interés también subirá porque tendrá que compensar por los aumentos que está teniendo la tasa de inflación. Al subir la tasa de interés pasarían todas las cosas detalladas en el párrafo anterior. Pase una cosa u otra, el gobierno de EE.UU. tendrá que ajustarse a gastar lo que puede costear y el proceso será doloroso no sólo para ese país sino también para el resto del mundo porque eso reducirá la demanda global. Los países que venden a EE.UU., y los que venden a países que venden a EE.UU., y los que venden a estos otros países, experimentarán disminuciones en sus ventas.
Hay otro mecanismo por el cual dicho ajuste afectará negativamente a otros países. Con las tasas de interés subiendo en EE.UU., grandes volúmenes de capital que han salido de ese país para comprar acciones y bonos en otros países (por ejemplo, en Brasil) tenderán a regresar a EE.UU. para disfrutar de las tasas más altas de interés. Esto haría que las tasas de interés en esos países subieran para contrarrestar las fugas de capital. Esta fuga de capitales y las tasas altas de interés necesarias para reducirla también reducirían la inversión y la producción en esos otros países.
Hay gente que cree que los efectos de este proceso se concentrarían en los países dolarizados. Pero todos estos efectos se darían independientemente de la moneda que tenga cada país. Si EE.UU. compra menos a China y China compra menos productos primarios en Latinoamérica, los precios de éstos productos caerán y las exportaciones de estos países disminuirán, estén o no dolarizados.
Pero la contracción de la demanda en EE.UU. tendría unos efectos que sí están relacionados con la moneda que usan los países. Estos efectos dan la ventaja a los países dolarizados. La diferencia entre los países dolarizados y los no dolarizados es que en los últimos los políticos pueden poner a funcionar la maquinita para crear dinero. Si los políticos hacen esto, la moneda tiende a devaluarse con respecto al dólar y esto causa fugas de capital adicionales, a aumentos mayores en las tasas de interés en esos países y a menor inversión y producción. Como los países dolarizados no tienen ese riesgo, este peligro sería menor en los países dolarizados, que tenderían a recuperarse más rápido.
Es importante notar que los efectos de una falta de acuerdo sobre el aumento de los límites al endeudamiento no hubieran sido necesariamente dramáticos en el corto plazo. Puede que inmediatamente no haya pasado mayor cosa. Pero, dado que se llegó a un acuerdo, EE.UU. tendrá que ajustar sus gastos a sus ingresos, y eso va a reducir el exceso de sus importaciones sobre sus exportaciones, y eso afectará la demanda mundial. Y eso no tiene nada que ver con la dolarización —excepto que los países dolarizados están más blindados contra las fugas de capital que el aumento de las tasas de interés en EE.UU. causarían en el resto del mundo.
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