01 agosto, 2011

El Tesoro, las monedas estatales y el oro

Juan Castañeda

En una reciente comparecencia del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ante el Comité de Servicios Financieros del Congreso de EEUU, la política de inyección masiva de liquidez de la Reserva Federal y el aumento del gasto del Gobierno federal en los últimos años fueron objeto de dura crítica por parte de uno de los miembros de este comité, el congresista republicano Ron Paul. Su crítica no es una excepción.

Son muchos los analistas que ponen en cuestión la efectividad de esta salida a la crisis y alertan sobre sus consecuencias a medio y largo plazo. En esta línea de crítica a la política del Tesoro estadounidense, y al apoyo ilimitado con que ha contado por parte de la Reserva Federal, el documental dirigido por M. Borgs (Overdose. The next financial crisis, 2010) incide en las desastrosas consecuencias a que nos puede llevar la gestión política de la crisis reciente en forma de más inestabilidad, magnitud y frecuencia de las crisis en el futuro.

El oro como moneda
En la misma sesión del citado comité, el congresista Ron Paul introdujo un elemento de análisis interesante y, además, ciertamente novedoso: preguntó al Sr. Bernanke si prestaba atención a la escalada del precio del oro. El presidente de la Reserva Federal confirmó que sí lo hacía, ya que era un indicador de la percepción de la gente del riesgo de inestabilidad en los mercados. En una sucesión ágil de respuestas y réplicas que, por cierto, para si quisiera el Parlamento Europeo en sus sesiones trimestrales del llamado “diálogo monetario con el BCE”, el congresista le preguntó si creía que el oro era dinero. Tras unos segundos de silencio y visiblemente sorprendido, Bernanke contestó un lacónico: “No”.

Y prosiguió: “Bueno, es un activo”. Ante la insistencia del congresista, que le preguntó por qué los bancos centrales lo habían atesorado desde siempre, su tímida respuesta fue: “Es una forma de reserva (…), una vieja tradición”. Profesor durante años de prestigio internacional de la Universidad de Princeton, Bernanke dio una respuesta tan vacía como incompleta.

Ya sabemos que el oro no es moneda de curso legal en EEUU y que sólo lo son los billetes de la Reserva Federal, además emitidos en régimen de monopolio. Pero ello no nos impide valorar su evolución como indicador del maltrecho estado de las monedas estatales, así como las propiedades del oro como dinero circulante y de reserva que fue durante muchos siglos.

Las cuestiones planteadas a Bernanke sobre las consecuencias de la política de aumento del gasto público y de la liquidez en EEUU por un lado, y la apreciación y funciones del oro por otro, parecen inconexas, pero sólo lo son en apariencia. El oro es un activo de reserva que históricamente se ha apreciado en los momentos de mayores y más profundas crisis. Así ocurrió durante las crisis del petróleo en los años 70, a principios de la década del 2000 y está ocurriendo igualmente ahora, tras la crisis financiera de 2007.

Dada su liquidez y capacidad para mantener su poder de compra, los inversores se refugian en él para evitar la pérdida de valor de su riqueza depositada en las monedas estatales, una vez que parecen haber dejado de confiar en la gestión de sus emisores. Y es que, como bien sabe el profesor Bernanke, el más preciado activo de un banquero central emisor de moneda enteramente fiduciaria, es decir, de billetes sin ningún valor intrínseco ni posibilidad de ser canjeados por un activo de valor conocido, es precisamente la confianza general en que sus gestores mantendrán su poder de compra.

Depreciación del dólar
Hemos de recordar que la última expansión del precio del oro se remonta a 2002, y este hecho guarda una estrecha relación con la evolución paralela del dólar de EEUU. Y es que la depreciación de éste en los últimos meses encuentra sus raíces en la desconfianza en una economía que registró sucesivos déficits fiscales (2002-07) durante los años de la última expansión, así como el crecimiento continuado de su deuda pública.

Al mismo tiempo, y nada casualmente, la política monetaria ha sido demasiado expansiva en los años de crecimiento de la economía: como el economista J. B. Taylor señaló en su libro Sin rumbo (2009), la Reserva Federal desarrolló una política de bajos tipos de interés entre 2002 y 2006, incompatible con el crecimiento estable de la economía.

Claro está que la desconfianza en el dólar ha crecido por la opción tomada por sucesivos gobiernos estadounidenses en favor de una política económica expansiva como vía para salir de la crisis reciente. Su política de aumento del gasto público en la forma de sucesivos “estímulos fiscales” ha agravado el endeudamiento del Tesoro americano y, dada su cercanía nada disimulada con la Reserva Federal, ha conducido al desarrollo de una política monetaria de asistencia al sistema financiero y a la economía real difícil de revertir en el futuro.

Todo ello está creando un esquema perverso de incentivos empresariales y una dependencia de la economía de la política estatal que se refleja inevitablemente en el valor de su moneda. En definitiva, es la desconfianza en la gestión política del dólar lo que le hace perder su posición, antes indiscutida, como moneda de reserva internacional, provoca su depreciación y dispara el precio del oro.

Por tanto, sí que hay relación entre la opción de política económica desarrollada en un país y la demanda y cotización de su moneda a lo largo del tiempo. Lo que ocurre es que la recurrencia de políticas inflacionistas ha venido erosionando tanto el poder de compra de las monedas estatales que casi hemos olvidado que el dinero fue durante mucho tiempo también demandado como depósito de valor; al menos eso es lo que enseñamos en los textos de Economía. El oro está ahí para recordárnoslo.

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