Warren Buffett es el multimillonario consejero delegado de la firma de inversiones Berkshire Hathaway, amigo y apoyo político de Barack Obama, y conocido defensor de subir los impuestos a las rentas altas. También es un hipócrita cuyas acciones contradicen sus palabras.
Desde hace ya varios años Buffett viene pidiendo subidas tributarias significativas a los estadounidenses extremadamente ricos como él. La pasada semana, en una columna publicada en el New York Times con el título "Hay que Dejar de Mimar a las Rentas Súper-Altas", Buffett se lamentaba de que los 6.938.744 dólares que desembolsó en el ejercicio fiscal 2010 en concepto de impuestos sobre la renta y de plantilla apenas equivalían al 17,4% de su base imponible. "Lo que pagué", observaba el inversor más famoso del mundo , "constituyó en la práctica... un porcentaje inferior al tributado por cualquiera de mis otros veinte empleados de nuestra sede. Su presión fiscal oscilaba del 33% al 41%, y era del 36% de media".
Buffett no ha hecho pública la devolución de sus empleados, pero las cargas fiscales de los impuestos federales que atribuye a su plantilla parecen muy raras. Según la Oficina Presupuestaria del Congreso, la carga fiscal federal general repartida entre los estadounidenses -- que comprende el impuesto sobre la renta, el impuesto de la nómina, los impuestos corporativos y los impuestos indirectos -- es bastante progresiva. La Oficina Presupuestaria informó el pasado verano que "las familias pertenecientes al quintil más bajo de la distribución de las rentas pagaron un 4,0% de sus ingresos en impuestos federales, el quintil intermedio un 14,3% y el quintil de rentas más altas pagó un 25,1%. Los tipos impositivos medios siguieron subiendo dentro del quintil de rentas más elevadas: el 1 por ciento de rentas más elevadas afrontó un tipo medio del 29,5%". Si las cifras que da Buffett son ciertas, su plantilla está compuesta por los trabajadores mejor pagados de América.
Pero aun así Buffett no sostiene que los impuestos federales de su plantilla deban recortarse. Él exige que le suban sus impuestos.
Como han destacado muchos críticos, Buffett pueden enviar más dinero a Washington de forma voluntaria si considera que debe pagar más impuestos. Cualquiera lo puede hacer. Desde el año 1843, observa el Departamento del Tesoro en su página web, el estado mantiene una cuenta corriente "para aceptar donaciones, como herencias, procedentes de los particulares deseosos de manifestar su patriotismo hacia los Estados Unidos". Los depósitos realizados en esa cuenta corriente se suman al fondo general del estado, pero los federales también aceptan aportaciones -- con tarjeta de crédito, pago electrónico o cheque -- destinadas específicamente a extinguir la deuda federal.
Sería estupendo creer que los que insisten con tanta vehemencia en que la crisis de la deuda de Washington no se puede resolver sin recaudar más van a tomar la iniciativa y echar mano con libertad a su propia cartera. Por desgracia, no lo hacen. Las donaciones a la Oficina de la Deuda Pública, informaba el año pasado The New York Times, se producen con cuentagotas al ritmo de entre 2 y 3 millones de dólares el ejercicio.
Lo que convierte a Buffett en un hipócrita no es que defienda una subida tributaria con efecto inmediato a los ricos, pero sin donar nada a Washington a título personal. Ser simplemente partidario de un cambio en el código fiscal no obliga a nadie a actuar como si el cambio se hubiera promulgado.
Pero Buffett no está proponiendo solamente subidas fiscales a los millonarios y putrimillonarios como cuestión de legislación abstracta. Aduce que a título personal (junto a los que llama "mis mega-ricos amigos") se "ha ahorrado" compartir cualquier sacrificio, que a título personal ha sido "mimado el tiempo suficiente", que a título personal no debería de disfrutar de "extraordinarios privilegios fiscales" cuando tantos estadounidenses tienen problemas para llegar a fin de mes. Enmarca su llamamiento a subir los impuestos como confesión de sus propias obligaciones morales. Si él estuviera haciendo con su dinero lo que predica y estuviera enviando voluntariamente al fisco un cheque enorme, su llamamiento a subir los impuestos tendría mayor autoridad moral. No hacerlo no es simplemente inconsistente a nivel intelectual solamente, sino que es hipócrita.
Buffett no es un avaro. Es un filántropo generoso que ha prometido donar el 99% de su inmensa fortuna a la caridad y que, junto a Bill Gates, anima activamente a otros multimillonarios a destinar la mitad de su patrimonio o más a donaciones de caridad.
¿Y por qué dona todo ese dinero a la caridad en lugar de entregarlo al Tío Sam? Porque, como ha dicho en múltiples entrevistas, él sabe que de esa forma recibirá mejor uso y se utilizará con mayor eficacia. ¿Quién puede discrepar? A pesar de toda la palabrería de Buffett de que paga muy pocos impuestos, está seguro de lo mismo que está seguro casi todo hijo de vecino -- que sabe repartir su dinero de forma más inteligente que el estado. Y no sólo es que lo sepa, es que debería de hacerlo.
Cuando el Oráculo de Omaha pide impuestos más altos, sus palabras reciben gran atención. Pero sus acciones dicen mucho más, y trasladan un mensaje muy diferente.
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