Día con día
Héctor Aguilar Camín
Puede haber terror en una población sin que haya terrorismo. El terror supone un miedo generalizado. El terrorismo la intención de causarlo mediante uno o varios actos dirigidos a conseguir ese fin.
El gobierno de la República ha conferido a un acto terrorífico la condición de un acto terrorista, y ha otorgado al salvaje atentado contra un casino irregular que no pagaba su cuota de extorsión, el carácter de un acto político intencionadamente dirigido a crear pánico social, incertidumbre colectiva e inestabilidad política.
Ha convertido a unos criminales del raquet de la protección de casinos de la ciudad de Monterrey en una amenaza de violencia deliberada y sistemática contra la población de toda la República.
Me parece que, con toda su barbarie criminal, su inhumana frialdad, su repugnante desprecio por la vida de inocentes, el atentado contra el antro de apuestas casino Royale, en cuyas llamas quedaron mortalmente atrapados 53 clientes del sitio, no da para tanto.
El Presidente lee bien el sentimiento de luto y alarma de la opinión pública, pero conduce esa emoción incontestable a la explicación equivocada, una explicación que, viniendo de la autoridad presidencial, lejos de aliviar la presión, la multiplica, pues sugiere que estamos al principio de una época de terror sistemático más que ante un episodio terrorífico que tiene una explicación tan puntual como debe ser su castigo.
En Nuevo León hay un boom de casinos irregulares que viven sin permisos plenos y en previsible pago de extorsión a bandas criminales del lugar.
Son negocios que tienen un pie en la legalidad y otro en el trato rutinario con el crimen: porque pagan protección o porque lavan dinero. Hay que regularizarlos y hacerlos legales antes que volver sus ajustes de cuentas una expresión del terrorismo que acecha al conjunto de la sociedad.
La reparación moral que merecen las víctimas de este atentado sólo puede ser uno: investigar, detener, exhibir y castigar a los culpables.
Escalar oratoriamente el conflicto hasta las nubes incendiadas del terrorismo es una forma de hacer terrorismo con las palabras. No necesitamos discursos ni gestos oratorios. Lo que necesitamos es investigación judicial sólida y castigo de los culpables, tanto de los autores materiales como de los intelectuales, y de la red de influencias políticas, permisos, empresarios, jueces y autoridades que tienen el país lleno de negocios de juego por su mayor parte irregulares.
¿Terrorismo? No. Impunidad.
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