En pocos días se cumplirán 10 años desde los sangrientos ataques del 11 de septiembre. Con recuerdos llenos de dolor también habrán transcurrido dos lustros a partir del momento en que EE. UU. declaró la guerra contra el terrorismo.
Este periodo marcado por un enfrentamiento irregular contra un enemigo que emplea métodos de crueldad sorpresiva, es a su vez, según investigadores del Peace Research Institute en Oslo, la década con menos muertes derivadas de guerras en el último siglo.
Aun considerando las confrontaciones que se libran en Irak y Afganistán, las más prolongadas en la historia militar de EE. UU, las muertes producidas por conflictos armados desde el 2001 han disminuido, mientras el terrorismo de pequeñas células, orientado a crear pánico y desestabilización social, mimetizado en la población, se ha convertido en una práctica efectiva para amedrentar la institucionalidad.
Grupos como Eta, Al Qaeda, Farc, Eln, Pkk, Harak Ul Mujahadein o Abu Sayaf, entre otros, han aplicado este camino para ganar relevancia.
El terrorismo tiene largos antecedentes históricos, pero desde hace 50 años ha cobrado un protagonismo creciente.
De los cerca de 80 grupos ubicados dentro de esta categoría por el FBI para el 2004, sólo tres existían antes de 1960.
Estas agrupaciones comparten características como el reclutamiento de jóvenes y niños, lavando sus cerebros con odio y extremismo, emplean explosivos contra la población civil y la infraestructura física, buscan publicidad mediática; actúan en unidades descentralizadas para dificultar su detección; se financian con otras actividades criminales y, en muchos casos, cuentan con el apoyo pasivo o activo de gobiernos.
Hace algunos años, con ocasión del macabro ataque del 2001, el Premio Nobel de Economía, Gary Becker, señaló que luchar contra el terrorismo es un deber moral, porque fuera de las prácticas deleznables, sus efectos socioeconómicos son devastadores.
La incertidumbre, desconfianza inversionista, fuga de capital y talento, depreciación de activos, debilitamiento institucional, afectación de libertades, el desempleo y la pobreza son patrones que surgen donde este fenómeno campea sin limitaciones.
El 11 de septiembre del 2001 será recordado como el peor atentado de la historia. Sus efectos aún se sienten en los debates de políticas públicas para lograr una armonía entre seguridad y libertad.
La lucha contra este fenómeno hoy más que nunca debe fortalecerse con gran coordinación internacional. Cortar las fuentes de financiamiento, denunciar y perseguir globalmente a los grupos, al igual que los países que les brinden santuarios; mejorar las estrategias y tácticas militares, con inteligencia, contrainteligencia, armas de precisión, comandos especializados y desarticulación operativa; incentivar la desmovilización y reinserción de sus militantes, sumado a la sanción ejemplar de los cabecillas en un marco de cooperación judicial multinacional, son tareas que deben cobrar fuerza y que requieren el liderazgo de los entes multilaterales.
Así la última década parezca la menos violenta de los últimos 100 años, mientras exista el terrorismo y algunos países lo fomenten, la paz será una ilusión.
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