Román Revueltas Retes
Pobre Grecia. Sus acreedores exigen el pago de la plata que le prestaron y lo primero que se les ocurre es asfixiar al país. ¿No tienen otro remedio?
Grecia no fabrica coches ni exporta televisores como nosotros. Grecia es un país medianamente próspero —digo, en comparación a Etiopía, Nicaragua y Bangladesh— que vive del turismo y poco más.
Lo que pasa es que sus responsables políticos se volvieron irresponsables económicos y endeudaron al país como si los hubieran asesorado Echeverría y Jolopo juntos. Tenían dinero fácil a la mano, encima: las arcas de la Unión Europea estaban abiertas para que se sirvieran los señores y, mira, nunca pensaron que esos ingentes recursos había que devolverlos algún día.
Hoy, están al borde de la quiebra, a punto de no poder pagar siquiera los sueldos de sus burócratas si no siguen recibiendo ayudas del exterior.
Ah, y el dinero que les están prestando en estos mismos momentos les cuesta un ojo de la cara porque los financieros del mundo cobran desmesuradas primas si tienen la más mínima sospecha de que no van a recuperar su lana.
Es normal: on ne prête qu’au riches, reza una sabia sentencia francesa; dicho en autóctono: las tarjetas platinum de los buenos pagadores te cobran una tasa de interés mucho menor que la de los “plásticos” que usa el populacho.
Si Grecia quiebra, entonces se va a armar la de San Quintín: los acreedores perderán su dinero —estamos hablando de bancos e instituciones fiduciarias de media Europa— y el euro, esa moneda común adoptada por países que no siguen una estrategia común, se desplomará.
Los efectos, dicen, los sentiremos en Topilejo, en Chalco, en el barrio de Narvarte de la capital estadounimexicana y en Chapalita, sector muy bonito de la capital tapatía, entre otras localidades del territorio nacional.
Es lo que nos faltaba: que la irresponsabilidad de unos dirigentes griegos manirrotos nos pegue a nosotros en los bolsillos.
Antes, las crisis las inventábamos en casa. Ahora, nos vienen de fuera. Hemos progresado.
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