En la actualidad el precio de la cocaína en México es infinitamente inferior al que se cotiza en Estados Unidos.
Francisco Martín Moreno
Al Presidente de la República, Felipe Calderón, le asiste toda la razón cuando convoca a una auscultación orientada a recabar la opinión nacional en torno a la legalización, por lo pronto, de algunos narcóticos. La mariguana, a título de ejemplo, ya es legal en materia de consumo en algunos estados de la Unión Americana, siempre y cuando no se le dé un uso comercial.
Apenas hace un par de años 47% de los californianos votó a favor de la legalización de este estupefaciente que ya se produce en más de 60% del territorio de Estados Unidos. Es más, se ha llegado al extremo de enviar la yerba sin consecuencias legales a través de los servicios de mensajería como DHL, entre otros más.
De acuerdo a lo anterior, si la mariguana es uno de los estupefacientes a los que más recurren los consumidores en un porcentaje que supera 75%, entonces el problema se abatiría sensiblemente si concluyera la persecución de los sujetos que hoy se dedican a la producción y a la comercialización de este producto que de ninguna manera alcanza los niveles de toxicidad de otros enervantes.
Si un kilo de mariguana de la mejor calidad costara 100 pesos en México, a título de ejemplo, y del otro lado de la frontera su precio fuera de 10 dólares aproximadamente, habríamos atacado exitosamente este conflicto que hoy se traduce en matanzas, ejecuciones, derramamiento de sangre y desestabilización política en todo el país.
En la actualidad el precio de la cocaína en México es infinitamente inferior al que se cotiza en los Estados Unidos. De todo lo que se trata, que no es poca cosa, es de cruzar la frontera con este tóxico para ponerlo en manos de los distribuidores norteamericanos que lo enajenan a cien veces su valor y además en dólares.
Los recursos que hoy se emplean para perseguir a los traficantes de mariguana se tendrían que dedicar a la construcción de hospitales o de centros de atención para los adictos a este estupefaciente en lugar de contratar más policía corrupta que les hace el caldo gordo a los maleantes.
Otro rubro que requiere especial atención es el de la enseñanza escolar, si no se pierde de vista que los niños de nuestros días, gracias a las campañas de antitabaco, le retiran a sus padres el cigarrillo de los labios para que no fumen, en el entendido de que, como es sabido, el tabaco mata.
Si los estudiantes de primaria fueran ilustrados desde un principio mostrándoles el daño que ocasiona a su salud el consumo de narcóticos de la misma manera que hoy se hace con el tabaco, estaríamos vacunando a las nuevas generaciones para que en el futuro se abstuvieran de consumir enervantes.
Baste decir que en 1934, cuando el presidente Franklin Delano Roosevelt decidió acabar con la prohibición de importar y consumir alcohol, una buena parte de la sociedad norteamericana, de la prensa y del Congreso de EU, atacaron al jefe de la Casa Blanca con el argumento de que en la autorización de importar abiertamente whisky y otros licores, y que éstos se pudieran enajenar hasta en las farmacias, llegado el caso, haría de ellos un país de borrachos, una nación de dipsómanos, en la inteligencia de que cualquier persona podría comprar una botella de alcohol y bebérsela a su gusto sin consecuencia alguna.
Los pitonisos, como siempre, se equivocaron: Roosevelt acabó con la prohibición y EU no se convirtió, de ninguna manera, en un país de briagos. En sus razonamientos Roosevelt precisó que la persecución de maleantes sólo había logrado que éstos adquirieran cada vez más poder económico y poder de fuego, al extremo de que un reducido grupo de traficantes de alcohol estaba poniendo en jaque a todo el Estado en una guerra que jamás ganarían porque al acabar con un delincuente como Capone saldría otro, tal vez con el nombre de Nitti o con el de Dillinguer o el de Corleone.
Los gigantescos recursos empleados en la persecución de contrabandistas de whisky, la contratación de más policías, en la construcción de más cuarteles y el adiestramiento de las fuerzas del orden, se emplearon entonces en establecer centros hospitalarios en donde los consumidores de alcohol atrapados por el vicio pudieran ser rehabilitados y reincorporados a sus empleos para construir una mejor sociedad como con la que soñaba Roosevelt.
La legalización en México de enervantes constituye un objetivo inaplazable, por lo que debemos saludar con optimismo la moción del presidente Calderón, en la inteligencia de que estamos frente a una guerra que los mexicanos tampoco ganaremos jamás.
En Estados Unidos se trató de preservar la salud de la población por medio de la prohibición. ¿Resultado? La gente empezó a recurrir a las drogas y a otras sustancias tóxicas gracias a las complicaciones para hacerse de ellas. Resultó peor el remedio que la enfermedad. Se intentó reducir y abatir a los grupos de gánsteres.
¿Resultado? Las bandas crecieron hasta aterrorizar a la ciudadanía. ¿Se quiso reducir el gasto público? ¿Resultado? El gasto público por la persecución se disparó hasta el infinito. ¿Resultado? Roosevelt legalizó el consumo de alcohol y volvió la paz a Estados Unidos...
¿Qué hacer? Legalizar la mariguana. Al abatir los precios se acabará el mercado y ya no contrataremos más policías ni construiremos más cárceles... Invirtamos en escuelas, no en cuarteles. ¡Legalicemos!
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